Capítulo XXIV • Las grandes revoluciones de la historia

por ahernandez@latitud21.com.mx

 

Introducción

El sentido de la palabra revolución que usaremos es el de «cambio grande en nuestra casa», entendida ésta como el planeta que habitamos todos.

A la mentalidad humana le cuesta mucho trabajo aceptar el cambio. La mayoría de las personas ven el cambio con recelo, cuando no con temor, ya que todo cambio significa dejar de ser algo o de estar en un sitio, para ser otra cosa o ir a otro lugar. El momento de transición se percibe como un vacío, como un no ser o un no estar que produce miedo.

Pues bien, la evolución no es otra cosa que un proceso permanente de cambio, producto de que en el universo todo es dinámico, todo se mueve. Ahora ya sabemos que aun la roca más sólida del mundo o el diamante más duro están formados por partículas en movimiento continuo. El cambio es una característica de todo lo existente en el universo, y con mayor razón es inherente a los seres vivos.

La Tierra ha evolucionado siempre, pero a partir del desarrollo de la humanidad ese proceso se ha acelerado. Teilhard de Chardin definió la evolución como «la espiritualización de la materia». Es como el retorno al origen.

Los puntos críticos de la evolución, a partir de la aparición del ser humano, los hemos llamado las grandes revoluciones de la humanidad. Se trata de cambios que han modificado conductas, tecnologías, modos de vida, etc., y de una u otra manera han alterado el medio ambiente en el cual se ha producido la vida.

Cada una de estas revoluciones ha llevado al ser humano a prosperar en salud, en esperanza de vida, en protección ante las inclemencias, en seguridad, en desarrollo intelectual, etcétera.

Tal vez no nos guste imaginarnos como animales, sin embargo, nuestro material genético es igual en un 99% al de los grandes monos.

En la Tierra, hasta lo que se conoce el día de hoy, la vida se inicia en los medios acuosos, con microorganismos unicelulares que, al evolucionar, se vuelven multicelulares. En sus procesos de digestión van también formando oxígeno, como el reino vegetal lo hace hasta la fecha. Tal parece que ése es el origen de nuestra atmósfera rica en oxígeno.

Conforme este proceso continuaba, los seres vivos se fueron desarrollando de acuerdo con las leyes de la selección natural, generando cada vez formas de vida más complejas. Los seres vivos se especializan conforme a sus funciones en la biosfera terrestre y aparece el reino animal. A diferencia del vegetal, que se alimenta de luz, minerales, agua, etc., los animales se alimentan de los organismos que los rodean y se subdividen en diferentes especies vegetarianas y carnívoras.

Cada animal tiene una alimentación especializada, la cual determina su hábitat y sus costumbres, y lo ubica geográficamente. Como es lógico, entre más amplia es la gama de alimentos, más amplio es su hábitat.

Los mamíferos son la especie más avanzada, pues han desarrollado la capacidad de experimentar sentimientos y emociones; y entre los mamíferos, el ser humano está en la cúspide, pues ha desarrollado el lenguaje, la capacidad del pensamiento lógico, la creación, la autodeterminación (el espíritu). No se sabe a ciencia cierta en qué momento se da en el hombre este paso gigantesco, este pequeñísimo porcentaje del material genético que lo diferencia totalmente del resto de los seres vivos del planeta (y del universo conocido). El Antiguo Testamento habla de Adán y Eva, algunos pensadores modernos agnósticos, escépticos, materialistas y positivistas tratan de explicar la vida en ausencia de un espíritu superior. Los hombres de fe, como es mi caso, creemos que el espíritu hace presencia en el ser humano a través del libre albedrío, que es característica del espíritu en sí. El pensamiento analítico y lógico, la capacidad de crear y transformar conscientemente, etc., son características propias del ser humano, que como conjunto lo diferencian de las demás especies vivas.

El fuego ha existido siempre como un elemento natural. Se ha manifestado de muchas formas, provocado por rayos eléctricos, lavas volcánicas, etc. Cuando el ser humano aprendió a usarlo (hace entre 2 millones y 500 000 años), su vida cambió: cocinó la carne, lo usó para protegerse de las inclemencias y de los animales salvajes, para alumbrarse en la noche, etc. Aprendió primero a cuidarlo y a conservarlo, y después a producirlo. Éste fue quizá el paso clave que lo empezó a diferenciar de sus congéneres primates (que, como él, vivían de la recolección de alimento y del consumo fortuito de carne, pero siempre cruda).

Una vez que aprendió a dominar el fuego, el ser humano tuvo la oportunidad de comer la carne cocida, que tiene mejor sabor y consistencia que la cruda y es más digestible; ello contribuyó a modificar sus hábitos básicos de alimentación lo que a su vez amplió su hábitat a cualquier territorio en donde encontrara la combinación vegetal-animal que garantizara su sobrevivencia, invadiendo de esa manera cada vez más territorios. Con el cruce del estrecho de Bering hace 20 000 años, y con las navegaciones en el océano Pacífico, el ser humano pobló toda la Tierra, gracias en gran parte al poder que le confería producir y dominar el fuego, un poder sobre la naturaleza que ningún ser vivo poseía.

Pudiéramos decir que cuando el fuego de Dios descendió sobre la tierra y el ser primitivo se adueñó de él, se inició el proceso humano: la más asombrosa revolución que nuestro planeta ha presenciado. No en balde los artistas religiosos siempre han representado el des- censo del espíritu en el hombre como una flama de fuego que se posa sobre la cabeza.