Tal parece que los humanos poseemos la facultad de no querer aprovechar en nuestra vida la experiencia del pasado. Todos hemos tenido padres que nos quieren o han querido enseñarnos lo que aprendieron, pues no desean que nosotros cometamos los mismos errores. Pero el niño, el adolescente, el joven y el adulto queremos vivir nuestras propias experiencias. Nadie nos puede explicar el amor, el temor, el dolor o la contemplación estética y la meditación. Tenemos que vivirlo para comprenderlo.
Pero negar la memoria histórica nos lleva a olvidar conceptos, historias y experiencias de toda la humanidad. Ésta tiene ya 10 000 años de ser legada por escrito a las futuras generaciones. Desde los tiempos arcaicos de Egipto y Asiría han existido los tiranos, los reyezuelos, los dictadores enfermos y crueles que son espíritus poseídos de un afán de poder. De los más de 240 países del mundo, menos de 150 son dirigidos por dictadores despiadados que no permiten la libertad de sus súbditos, en aras de un poder personal insaciable. Esos países no pueden embonar en una atmósfera más libre y creativa, pues la libertad les significaría perder el poder. En ellos se producen profundos errores históricos y sociales, siendo la devastación humana y ecológica uno de los principales.
Ninguna autoridad del mundo desea reconocer el problema de la basura. Gobierno y pueblo se coluden para no pagar los costos reales de una verdadera disposición ecológica y sustentable de la basura, un problema que generamos todos, y que todos debemos solucionar. Debemos empezar por analizar los productos que la generan, el diseño correcto de los mismos para minimizar el desperdicio y facilitar el reciclado, la separación por subproducto y su logística operativa, etcétera. Si la ciudadanía no está dispuesta al esfuerzo operativo y al sacrificio económico, entonces continuaremos creando montañas contaminantes.
La combustión de gasolina y diésel de los 500 millones de vehículos automotores es uno de los factores más graves de contaminación en el mundo, pues genera el 35% de la contaminación del aire, un enorme porcentaje de la cual se debe a la utilización innecesaria del vehículo, ya que no existe cultura de cooperación. Para trasladarse al trabajo o simplemente para pasear, se genera un consumo excesivo del orden de un 50% que se podría evitar si todos desarrolláramos una conciencia del problema ecológico. La sociedad opera con base en el estatus social, y por ello lo grande y costoso es visto como signo del éxito y de la inteligencia del que lo posee; de esa manera, se diseñan grandes vehículos de transporte personal, que generan mayores consumos de hidrocarburos.
En arquitectura, pareciera que cada vez importan menos las condiciones climáticas del entorno. En verano funciona constantemente el aire acondicionado y en invierno la calefacción, sin que se aprovechen los días favorables, pues prácticamente casas y edificios son sellados al exterior. Hoy sabemos que los sistemas de aire acondicionado son una de las principales causas del hoyo en la capa de ozono.
Prácticamente ningún producto se diseña teniendo en cuenta el desperdicio. Por ejemplo, las computadoras que se desechan por millones son un problema porque no es redituable reciclarlas, ya que se gasta más en mano de obra para desensamblar los componentes y separarlos que en fabricar computadoras nuevas. Lo mismo sucede con una gran cantidad de productos y empaques que, por carecer de planeación ecológica, se convierten en un grave problema de contaminación cuando se desechan.
Hemos dicho en diversas ocasiones que la pobreza es un grave factor de contaminación y depredación. Es prácticamente imposible convencer a un campesino pobre que no mate un animal silvestre para alimentarse. Sólo donde no hay hambre puede establecerse la convivencia. Por ejemplo, en Miami, tanto en el río, al lado de los rascacielos, como en Fisher Island, en su marina, la civilización convive con el manatí; pero en las costas de Quintana Roo, que fueron despobladas por siglos, el manatí prácticamente se extinguió. La razón es que los pocos pobladores que había los cazaban para alimentarse y alimentar a sus perros.
Un enorme error social y económico es tratar igual un desarrollo que cumple con los lineamientos ecológicos que uno que no los cumple. Un desarrollo genera demanda de servicios colaterales, y cuando es bloqueado por «razones ecológicas», la repercusión inmediata es la ausencia de inversiones con el desempleo que ello implica y su secuela de crimen, desorden social y depredación de bienes naturales. Es necesario que las políticas ambientales sepan distinguir con precisión esos conceptos.
El desarrollo sustentable, por abarcar todos los aspectos, requiere criterios de profundo equilibrio y no se debe determinar en forma arbitraria y unilateral, pues ello repercutiría en un deterioro del medio ambiente o del entorno social, lo cual puede tener graves consecuencias para todos.
Debemos evitar que los fanatismos ecológicos y las legislaciones mal estructuradas frenen las posibilidades de desarrollo, en particular en los países del tercer mundo, carentes de recursos económicos y de fuentes de trabajo.
Nunca debemos olvidar que ningún ser humano es medio para lograr algo, pues no se puede sacrificar a los seres humanos de hoy, en aras de una conservación a ultranza.
Eso no es moralmente ético, como tampoco lo es el sacrificar a generaciones futuras por excesos del presente.
Lo social, pues, debe formar parte de la visión globalizadora del desarrollo sustentable y todos deberemos participar para evitar los errores que se pueden cometer en las diferentes direcciones. El equilibrio es la norma y el desarrollo sustentable debe ser la consigna.