- Cuarto de huéspedes
- Lourdes Cruz
- Periodista de GALU Comunicación.
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En menos de un mes, tres niñas han sido víctimas de la brutalidad que azota a Cancún. Tres rostros inocentes marcados por el horror, tres vidas que gritan lo que muchos callan: la violencia familiar mata, hiere y deja cicatrices profundas que la sociedad no puede ni debe seguir ignorando. África tenía una vida por delante pero no pudo contar su historia; su padrastro la violó y asesinó con saña en represalia porque su madre lo corrió de la casa. Una niña más silenciada por la violencia familiar, esa que muchas veces se esconde entre paredes que aparentan ser hogar.
Días después del crimen de África, la pequeña Antonela, de apenas nueve meses de nacida, fue alcanzada por una bala en un ataque armado contra su familia. Su padre la tenía cargada en brazos cuando un grupo de pistoleros atacó a la familia. El proyectil atravesó su pequeño cuerpo y nadie pudo evitarlo; fue trasladada al Hospital General, luego enviada de urgencia a la Ciudad de México. Su vida, como tantas otras, pende de un hilo. Y esta mañana, un nuevo caso sacudió a la ciudad: Una niña de apenas dos años fue rociada con ácido por su propio tío, mientras dormía junto a su padre y su madre. La menor y su papá resultaron con quemaduras graves; ocurrió en la Región 234. El agresor ya está detenido, pero las heridas que deja un acto así van más allá de lo físico. ¿Cuántas niñas más deben sufrir para que actuemos? Las estadísticas no bastan; los discursos tampoco.
Los rostros de África, Antonela y la niña atacada hoy deben ser un llamado urgente a actuar: denunciar, intervenir, prevenir. No se trata solo de castigar después del daño; se trata de escuchar a tiempo, de romper el silencio, de acercarse a las autoridades, a los grupos de apoyo, a las líneas de ayuda. Nadie debería sentirse sola ante la violencia, mucho menos un niño.
Hay colectivos, asociaciones civiles y redes de apoyo que pueden marcar la diferencia entre una tragedia anunciada y una vida salvada. Hay líneas como el 911, DIF municipal, el Centro de Justicia para las Mujeres, refugios temporales y psicólogos voluntarios. Hay caminos; lo que falta muchas veces es atreverse a pedir ayuda. La violencia familiar no es asunto privado; es una emergencia pública. Los niños no deberían ser blancos de balas, de ácidos, ni del odio disfrazado de autoridad. Cada historia como la de África nos rompe, pero también nos debe mover. No podemos seguir normalizando el dolor en silencio, porque detrás de cada niña lastimada, hay señales que alguien ignoró; y detrás de cada silencio, puede estar gestándose una nueva tragedia.
No seas un testigo silencioso. Levantar la voz puede salvar una vida; tal vez la de una niña que aún tiene toda una historia por escribir.