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Revista Latitud 21
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Iñaki Manero

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Alerta temprana

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 septiembre, 2020

Bitácora de viaje

Por Iñaki Manero

Comunicador

Twitter @inakimanero Facebook @inakimanerooficial 

   You can´t always get what you want,    But if you try sometime, you  find,     You get what you need.         The Rolling Stones. 

(3a. parte)

Mientras la mente trata de comprender qué pasó con lo que uno quiere expresar y lo que finalmente se envía a su editor, pasan cosas en medio que a uno le hacen sospechar sobre la existencia de dimensiones paralelas tipo La Cueva.  Y si en la última entrega les llegó un batiburrillo de inconexiones al principio del escrito, siempre habrá un duende de la quinta dimensión que pague.  Así de fácil, lo engañas para que diga su nombre al revés y desaparece dejándonos tranquilos durante un mes. A Supermán le funcionaba.  Ojalá fuera tan fácil en este universo en donde los héroes sí mueren de manera innecesaria. ¿A quién hacemos responsables de los casi 60 mil muertos y contando?  ¿A Lex Luthor?  ¿Al Chupacabras (real o político)?  ¿A alguna siniestra cofradía económica internacional?  Recientemente me encontré con una simpática y demoledora foto tomada por enfermeras españolas en donde invitaban a quienes creen que el virus es un montaje a presentarse de voluntarios en los hospitales para ayudar a “trasladar enfermos y óbitos además de tareas de desinfección; se les dará mínima protección, al cabo según ustedes, el virus no existe”.   Dudo que la invitación pletórica de ingenio mordaz tuviera respuesta en las legiones de escépticos de teclado.  Incluso un Miguel Bosé, bailarín, actor, cantante, compositor de prestigio mundial, ahijado de Picasso, Visconti o Hemingway, cayó en la fiebre de desestimar cualquier cosa que huela a oficialismo, a pesar de que meses atrás, su madre, talentosísima actriz, falleciera por Covid 19. Estos arranques de opinismo sin fundamentos y basados en  fuentes  seudocientíficas  normalmente se mantienen en el chisme sin mucha consecuencia hasta que son retomados por personajes con gran arrastre popular. ¿Deberían tener responsabilidad penal estos individuos que, aprovechando su  estatus  y víctimas de su propia ignorancia, provocan en la gente actitudes peligrosas para ellos y para la sociedad en general? Yo digo que sí.  Y para abonar más al desprestigio del artista en cuestión, nunca asistió al plantón masivo que él mismo convocó incendiando redes. No importa sin son miembros de la farándula, la intelectualidad, las letras, el deporte o la política, abrir la boca siempre será la diferencia entre la guerra y la paz, entre la polarización malsana y el debate higiénico de las ideas y sí, en ocasiones, entre la vida y la muerte.  Sin ir más lejos, ¿qué tanto pánico le tienen los secretarios y subsecretarios al Presidente, que muchos en su presencia no usan cubreboca y terminada la sesión, cuando el habitante de Palacio Nacional abandona la sala, discretamente se lo instalan siguiendo los dictados de todo el mundo menos el de las autoridades sanitarias de su país? Temor o  lambisconería. Da igual. Tan irresponsable el jefe del Ejecutivo, como sus corifeos.  Volviendo al cuestionamiento inicial, ¿de quién es la culpa  de que seamos el tercer país con mayor letalidad en el mundo? Lo siento para los de un bando y para los del otro en esta guerra de basura  dialéctica de tan ínfima calidad. Pero ambos tienen parte de razón.  La responsabilidad es compartida. Un gobernante que pretende jugar el papel de invulnerable semidiós (con el refuerzo de cierto charlatán que insiste en que la fuerza de contagio del presidente es moral), para impresionar a una enorme base electoral acostumbrada al pensamiento mágico y un grueso de población que odia el que le digan lo que tiene que hacer porque jamás, en las últimas decenas de años,  nos han puesto límites por aquello de la búsqueda del voto.  Seguimos siendo eternos adolescentes a los que siempre les dijeron que sí a todo.  Imponernos la mascarilla, faltaba más, es un atropello a nuestros inalienables derechos humanos.  Cuando así conviene a la zona de confort, preferimos darle crédito a un cantante o a un “influencer” con pocos o nulos estudios, que a premios nobel (uno de ellos, por cierto mexicano) y autoridades sanitarias internacionales que avalan la medida del trapo en boca y nariz  como parte del arsenal efectivo que habría podido desbaratar al SARS COV 2 desde hace varios meses sin sacrificar demasiado la economía global y familiar, ni qué decir las cuantiosas tragedias y orfandades.   Ni el presidente ni la sociedad entendimos que el abrazo, el beso, el parque, la alberca, el restaurante, dependían de seguir por una vez las reglas. Un político a la antigua que se cree en campaña y una sociedad que no ha dejado de soñar con las estampas del levantamiento de Hidalgo en 1810.  ¿Contra qué nos vamos a rebelar ahora y qué pasará cuando hayamos vencido? Quién sabe, pero tú, rebélate. La responsabilidad de esta catástrofe es pues, repartidita.  No siempre tendrás lo que quieres – escribió Mick Jagger en 1969- pero si lo intentas, obtendrás lo que necesitas.  El problema es que llevamos más de un siglo viviendo la utopía de la ley del mínimo esfuerzo con el mito de la gratuidad y esa ola, a golpes constantes de agua, termina por romper el dique social. 

   Fe de erratas: Si no se entendió el inicio de la colaboración anterior, no se apuren; yo tampoco lo entendí.  El duende de la quinta dimensión cambió criminalmente las palabras. La cita exacta de Tito Monterroso es la siguiente: 

   “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.”   

   Un safín, safado… 

Alerta temprana (2da. parte)

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 agosto, 2020

Por Iñaki Manero

Comunicador

Twitter @inakimanero Facebook @inakimanerooficial 

“Cuando despertó, la misma irresponsabilidad compartida entre gobierno y sociedad; permanece desafiante, mirándonos, burlándose. Retando a que demos el primer paso para probarnos que a pesar de tantos milenios, no hemos cambiado mucho cuando el condicionamiento dinosaurio todavía estaba allí”, escribía Tito Monterroso en lo que se conoce como uno de los relatos más cortos de la literatura. O por lo menos, eso dicen los literatos, poco literales, ellos.  Despertamos todos a más de medio año de la pandemia y ésta, a pesar de las maromas dialécticas, sigue instalada. No es, decíamos, la primera ni la última, me temo.  La raza humana (¿todavía se le llama así?) está curtida en este tipo de eventos. Y hoy, cuando se supone que tecnológica y científicamente estamos más y mejor preparados que nunca, es cuando más desamparados, descontrolados y desvalidos nos descubrimos. Sí, despertamos y ahí seguíamos con la que opera en nuestra cultura, nos impide todo tipo de acción y movimiento que no sean dirigidos por un capricho adolescente a cualquier cosa que represente autoridad. En pocas palabras, odiamos que nos digan lo que tenemos que hacer; cualquier cosa es mejor, incluso la horrible muerte en una cama COVID, con intubación integrada por el mismo precio, a darle la razón a un policía, médico o político que ni siquiera es de nuestra familia. Correcto, hay factores que nos hacen vulnerables: el índice de letalidad, más o menos del once por ciento, altísimo a nivel mundial,  por ser una sociedad con garantía de enfermedades preexistentes (diabetes, hipertensión, sobrepeso, etcétera), pero en el fondo, el factor caótico de cada sistema encontrará a su protagonista principal en algo llamado humanidad desbordada atendiendo primero a sus pasiones desmedidas, que al instinto de sobrevivencia que aconseja mesura, paciencia, resiliencia,  capacidad crítica, análisis, atención. Elementos necesarios para decodificar diversas formas de enfrentar un conflicto y actuar en consecuencia. Recién veía, para nada divertido, la grotesca escena de una horda (grupo de primates, nadie se ofenda por favor, pues en la taxonomía eso somos) entrando en tropel a un hipermercado que abría sus puertas con la condición de que los clientes lo hicieran en orden, a distancia, portando cubrebocas y una persona por familia. Ajá.  Fue en Chilpancingo, Guerrero. Pudo ser en Sombrerete, Zacatecas o en Nonoalco, Ciudad de México.  El resultado habría sido el mismo. Bastaron unos segundos de video para fusilar hasta el optimismo más pertinaz. Segundos para que cualquier antropólogo de primer semestre pudiera leer, sin necesidad de análisis gráfico y mareador del epidemiólogo Rockstar de las 19 horas, que la realidad es mucho más distinta y distante de cualquier discurso oficial que por enésima vez dibuja la imagen mental de un vaquero lazando a la vaca “Pandemia” en la charreada del domingo.  No, señor. No se ha domado nada. Segundos de video suficientes para cambiar mi boleto de avión a mi mundo adoptivo, Quintana Roo, para otro día con más calmita, como dirían en mi pueblo.  Queremos seguir pensando y presumiendo que una epidemia es algo que nos pasa por encima, como un camión, un tren, un toro de lidia que salió de ninguna parte en una acción irremediable, inevitable, esperada, apocalípticamente anunciada y por lo mismo, fuera de discusión hacer algo porque “es la voluntad de… (escriba aquí el nombre de su deidad favorita)”.   Cuando pase, cuando el alacrán que vimos venir desde lejos nos haya picado y estemos entre los estertores finales, siempre quedará la revancha de mirar hacia el compadre a unos metros de nosotros con ojos de odio para echarle la mexicanísima culpa por no haber hecho nada. Sí, señor, el deporte nacional se llama cabecear el balón hacia el otro en una suerte de ruleta rusa muy divertida: quien no logre dominar la pelota y redirigirla a otro, a ése se le sacrifica a los dioses de la (des)opinión pública.  Ya habrá quien pague por los pecados de los demás: el policía, el empresario, el secretario, el presidente, el (¡cof, cof! ) comunicador.  Sé que habíamos quedado la vez pasada preguntando cómo vamos a regresar. Hoy, repensando y volviendo una y otra vez a ver la grabación de esa humanidad  corriendo como lemmings al desfiladero, obesos, sin cubrebocas, empujando, derribando por ser los primeros en aprovechar el dos por uno en cualquier cosa que satisfaga el placer de la inmediatez, creo que tenemos tiempo suficiente para una tercera parte.  No importa cuándo leas esto, dicen los memes en redes sociales, el pico de la pandemia será mañana. Entonces, seguimos platicando, sí, con más calmita, mientras el dinosaurio microscópico siga ahí. 

Alerta temprana

por ahernandez@latitud21.com.mx 3 julio, 2020

Por Iñaki Manero

Comunicador

Twitter @inakimanero Facebook @inakimanerooficial 

 (1a. parte)

Abejas que van regresando, ballenas saltando en la bahía de Santa Lucía, Acapulco; cacomixtles que juegan en la azotea de mi vecino. Alguien nos quiere decir algo.  No, no soy ecologista de línea dura; si lo fuera, viviría en una cueva. Todo lo que hacemos tiene un impacto en el medio ambiente; incluso la casa en donde vives, en algún momento fue parte de un ecosistema de selva, desierto, bosque, pradera o cerro. En algún momento, un vehículo deforestó desplazando la vida, vegetal o animal de la zona, replegándola a otro sitio o de plano provocando su desaparición. Eso viene sucediendo desde que el hombre dejó de ser criatura migrante y se estableció en asentamientos regulares. Y sigue hasta la fecha. Y seguirá durante el tiempo que nos toque sobrevivir en este planeta. Los castores tienen impacto en el medio ambiente, las hormigas, termitas, lobos, ciervos, búfalos…  Todos los animales sociales.  Con un impacto positivo o negativo.  La cuestión es un asunto de costo/beneficio.  Cuánto nos cuesta, cuánto nos duele, cuánto estamos dispuestos a perder. Hemos perdido la dimensión de esto último.  

El impulso de aprovechar los recursos naturales, por lo regular de manera irresponsable, no es nuevo. Se cree que el caballo americano (los actuales son descendientes de aquellos traídos por los europeos desde el siglo XVI) se extinguió en buena parte por la voracidad del hombre, que se alimentaba de ellos y aprovechaba el cuero y los huesos para vestido y herramientas; acosaba y dirigía las manadas hacia desfiladeros provocando más muertes de las que se pudieran aprovechar.  Hasta el poderoso mamut, que hace apenas 10 mil años todavía recorría el mundo, fue desapareciendo cuando, a la par de las cambiantes condiciones del clima terrestre, se le suma la cacería organizada por grupos de antepasados que a toda costa, no podían ignorar un beneficio en comida y pieles de ese tamaño.  Hace muy poco se descubrió en los actuales terrenos de la base aérea militar número 1, Santa Lucía, en Tecámac, Estado de México, ahí, efectivamente en donde se construye la central avionera Felipe Ángeles, uno de los mayores yacimientos de osamentas de estos paquidermos. De acuerdo con los estudios preliminares, algunos de ellos pudieron haber sido cazados ahí mismo, en la orilla de lo que fue parte del ya desaparecido gran sistema de lagos volcánicos.  

Somos auténticos depredadores y no discriminamos; le pegamos a lo que sea.  Esa ha sido parte de nuestro éxito y nuestra desgracia como especie.  La versatilidad, el no ser especialistas en algo, nos ha colocado como los primeros en la fila evolutiva. La desgracia, hemos empujado al resto de la vida al abismo, hasta que nosotros mismos también rozamos con el pie el borde del precipicio.  Y de repente, en pleno auge de la tercera Revolución Industrial, ya muy cerca, decíamos de la saliente con rumbo al olvido, un bicho microscópico, que dicho sea de paso, los científicos todavía no se ponen de acuerdo en si está vivo o no, amenaza con regresar nuestra economía a la Edad de Piedra.  

¿No es adorable? No es ni la primera, ni será la última pandemia; hemos sido diezmados por muchas. Algunas, las más taquilleras, han sido motivo de novelas y películas, además de referente forzoso en ensayos sobre anatomía, fisiología e higiene.  Sí. Alguien nos quiere decir algo: no somos insustituibles, ni reyes de la Creación, ni imprescindibles para nada. Nos hemos tragado la ilusión de que hemos sido bordados a mano, una artesanía del Universo. Y no. Los dejo, amigos, cuates, conocidos, con una pregunta que intentaremos responder en una segunda, espero, oportunidad: ¿Cómo vamos a regresar después de esto?  Ahí afuera están las señales. En este momento hay una abeja que toma polen de esa plantita que apenas la semana pasada salió de entre la grieta del pavimento frente a casa. Esa planta que nadie ha querido arrancar. Personalmente, prefiero que el vecino no salga. Así está mejor; pero ya saldrá.  ¿Saldrá para seguir matando mamuts? 

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