El 2016 no es un año como cualquier otro. Es un año bisiesto con 366 días que termina con tres grandes lecciones de democracia.
La primera, el jueves 23 de junio, cuando después de muchos meses de campaña en el Reino Unido se votara en referéndum su permanencia o su salida de la Comunidad Europea, de la que habían sido parte desde 1973. Se esperaba una votación muy cerrada en la que se jugaba el futuro de Inglaterra, después de más de 40 años de ser parte del bloque económico europeo. El coloquialmente llamado Brexit implicaría un parteaguas para Europa y el mundo entero, pues no solo representaba la posible salida de uno de sus más importantes miembros, también un posible precedente que pudiera servir de ejemplo a los movimientos nacionalistas en otros países. Las encuestas de salida arrojaban un muy apretado resultado a favor de permanecer, pero el resultado al final de ese día nos dijo lo contrario. Un 51.9% de la votación pedía la salida Vs. un 48.1% que pedía la permanencia. La voz del pueblo se impuso, a pesar de las voces de grandes personajes que pedían la reelección en el voto. Es el precio de la democracia. Un solo voto puede hacer la diferencia, sin distinción si ese voto es de un hombre o una mujer, de un joven o de un anciano, de un catedrático o de un vagabundo. Los votos son cuantitativos y no cualitativos. Así es la democracia y así nos lo demostró una nación con monarquía. Ríos de tinta siguen escribiendo sobre las consecuencias de esa salida de la comunidad europea, pero la gran triunfadora sin lugar a dudas fue la democracia, la voz del pueblo se hizo escuchar.
Meses después el mundo vivía un segundo ejercicio de democracia en este año del otro lado del mundo, en Colombia, que ofrecía la posibilidad de terminar con la guerra de guerrillas más antigua. El 2 de octubre el pueblo de Colombia tenía la posibilidad de hacer escuchar su voz y votar la aceptación o el rechazo a un tratado de paz, firmado días antes por el gobierno de Colombia con las FARC y que supuestamente daría fin a un conflicto armado iniciado en 1964. Parecía más que obvio que la paz ganaría. Dos generaciones en Colombia llevaban viviendo una era de guerrilla por uno de los grupos terroristas más sangrientos del mundo y por primera vez se presentaba una opción cierta de paz. Al final de ese domingo Colombia daba a conocer al mundo que el NO se imponía sobre el SI. Con una votación muy cerrada y por demás sorpresiva, el 50.2% votaba por rechazar el acuerdo de paz firmado con las FARC, por considerarlo injusto e inapropiado, contra el 49.7% de la gente que votaba por el SI. El gran ganador: el pueblo, que hacía escuchar su voz para marcarle el rumbo a su gobierno que finalmente respetó la voluntad del pueblo y, en días recientes, acaba de firmar un nuevo acuerdo de paz con las mismas FARC pero en condiciones mucho más justas y adecuadas que las anteriores.
Por último, el reality show con mayor rating en la historia de los medios masivos llegaba a su fin después de muchos meses, el martes 8 de noviembre. Ese día se votaba en los Estados Unidos de América la elección de su futuro presidente entre dos candidatos: Donald Trump y Hillary Clinton. El resultado dio como triunfador, contra todos los pronósticos y esperanzas, a un ganador Donald Trump, con un total de 306 votos electorales contra los 232 para la candidata Clinton. 56.9% de los votos electorales para el candidato Trump y 43.1% para la candidata Clinton. El gran perdedor de esta elección fue, sin duda, el pueblo. Un total de 64,200,000 ciudadanos norteamericanos votaron por la candidata Clinton y 62,200,000 por el candidato Trump. Más de dos millones de votos a favor de la candidata Clinton. En Inglaterra y en Colombia, como en cualquier nación del mundo democrático, la candidata Clinton hubiera ganado por así decidirlo el pueblo. No en los Estados Unidos. El ganador fue Trump y el perdedor, el pueblo. El 50.8% de los votos para la candidata Clinton contra el 49.2% del candidato Trump. Debemos de reconocer que los autores de este reality show cerraron con un final inesperado, que exhibe las deficiencias de un sistema que se ostenta de ser el defensor de la democracia en el mundo. La voz del pueblo calló. No se escuchó. Y no es culpa del señor Trump. Él no puso las reglas. Él participó en un juego cuyas reglas tienen más de 200 años de antigüedad, por lo que su victoria es inapelable e indiscutible. Pero estoy seguro que si los padres de esa gran nación: Benjamín Franklin, John Adams, George Washington, Thomas Jefferson, Alexander Hamilton, John Jay y James Madison pudieran reescribir las reglas en 2016, en un mundo muy diferente al de hace 200 años, donde la tecnología permite a los millones de votantes expresar con certeza y oportunidad su voto, pedirían un referéndum para votar una modificación a un sistema por demás arcaico. Y nos recordarían que el espíritu de su Constitución fue el de dar al pueblo la supremacía del poder. “Nosotros, el Pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una unión más perfecta, establecer justicia, afirmar la tranquilidad interior, proveer la defensa común, promover el bienestar general y asegurar para nosotros mismos y para nuestros descendientes los beneficios de la libertad, estatuimos y sancionamos esta Constitución para los Estados Unidos de América. “ VOX POPULI, VOX DEI.