Inna German Gómez • Érase una vez

por Redacción

Mirada empresarial

Inna German Gómez
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Érase una vez un hermoso país con bosques, selvas, ríos, montañas y mares. Toda la riqueza que tenía mantenía bien a sus habitantes.

En ese país habitaban hombres azules y rojos, cuando se combinaban entre ellos nacían hombres de diferentes matices de morado, como un hermoso cuadro impresionista de Monet.

Sin embargo, a pesar de esa combinación y esa armonía, los rojos pensaban que los azules tenían muchos privilegios, de hecho así era. Los azules controlaban la economía, el comercio y la política del país, por ende sus posibilidades y oportunidades eran mejores que las que tenían los rojos.

Dentro de los rojos había pensadores que creían en la existencia de una forma diferente de convivir.

Plasmaron sus ideas en papel, creando una hermosa descripción donde todos tuvieran el tipo de comida, vivienda, salud y además compartieran en partes iguales la riqueza, el poder y las oportunidades.

Los azules, a su vez, creían que su forma de vida estaba plenamente justificada y no solo eso, estaban seguros de que así debía ser, estaban cómodos y jamás consideraban que su responsabilidad al tener el control era generar más matices de morado.

Fue pasando el tiempo, los rojos hablaban y hablaban de cómo los azules no los consideraban en sus ideas, los matices de morado se fueron apagando. Los azules se volvían más azules y los rojos más rojos.

Hasta que un día un hombre que era morado decidió tomar las ideas que estaban en ese papel, pensó que era momento de crear ese mundo de cuadro impresionista que se describía.

Para lograrlo revolvió la paleta de colores y desdibujó a los azules, alimentando las frustraciones los rojos muy rojos; murieron muchos azules, también muchos rojos, y morados, y lilas…

Todos y cada uno de ellos pensando que lograrían el cuadro más hermoso nunca visto, justo ese que se describía en el papel, exactamente ese cuadro que cada uno de ellos se imaginó.

Pero el cuadro no se lograba, a unos les gustaba lo que se llevaba, pero a otros no tanto y los rojos pasaron ahora a ser azules y los morados cada vez eran menos. Llegaron nuevos rojos ahora azules y todo regresó al principio de las diferencias.

Si usamos esta parábola veremos que se ha repetido en muchas de nuestras comunidades humanas y sigue repitiéndose, los nombres cambian en el tiempo: romanos, católicos, musulmanes, nobleza, bolcheviques, negros, blancos, judíos, nazis, ricos, pobres.

Encontrar una solución a esta serie de infortunios humanos, ¿será posible?

Lo encuentro difícil, ya que como humanidad estamos en esta trayectoria circular sin cambio, lo seguimos haciendo una y otra y otra vez.

Lo más triste de nuestro caso es que cambiar este curso solo nos costaría tres simples pasos:

Aceptar que SÍ somos diferentes. Dentro de nuestro amplio rango como humanidad tenemos diferencias de raza, religión, clase social, inteligencia, físico, etc.

Aceptar que esas diferencias son como los colores, es decir, me puede gustar mucho un color, pero hacer un cuadro de un solo color, sin matices, evidentemente puede ser hermoso pero siempre estaría limitado a una monotonía.

Aceptar que nuestros privilegios de poder o economía son en realidad una responsabilidad, para evitar que se creen grandes diferencias, para generar bienestar, para educar. Una responsabilidad de cuidar la casa en la que vivimos y a los seres que la habitan.

Simple, ¿verdad?

Inna German Gómez
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