In Memoriam

por ahernandez@latitud21.com.mx

Cuando la mañana del martes 22 de septiembre recibí una llamada del Hospiten para anunciarme que el Dr. Álvarez Tostado quería hablar conmigo, ya sabía lo que venía. Con mucho tacto y sensibilidad, en ocasiones poco común para personas de la profesión, me informó que mi hermano Ernesto había partido a los brazos de su Padre. Podíamos decir que era la crónica de una llamada anunciada, esperada pero no deseada y que de nuevo me enfrentaba con la difícil situación de ver partir a un ser amado y, posteriormente, ser el mensajero de tan difícil mensaje.

Ernesto luchó como lo que siempre fue, un guerrero, durante cuatro semanas. Al final, la victoria llega al conseguir la vida eterna en lugar de la vida terrenal, pues la noche anterior de su partida recibió del padre Chavarría el sacramento de los Santos Óleos, con la ayuda del Dr. Álvarez Tostado, quien finalmente realizó su misión de salvar a mi hermano, pero de una manera distinta de la que esperaba. 

Hoy, y como parte de mi proceso de sanar esta herida que siempre me recordará la existencia de mi hermano, comparto en unas líneas ciertos momentos y pensamientos que mi corazón necesita liberar y que hablan de quién era Ernesto.

Siendo mayor que yo, lo recuerdo de siempre, desde que tengo uso de razón. Protector por naturaleza, tal cual como mi padre Ernesto, el hecho de ser su “hermanito”, lo impulsaba a siempre sentirse responsable de mí y cuidarme, principalmente de mí mismo.

Recuerdo como si fuera ayer, aquella noche cuando Ernesto me llevó por primera vez a una discoteca en Mérida, Barbazul, cuando yo tenía 16 años, acompañándolo con la que, posiblemente, fue el amor de su vida, Rita María. Ernesto me llevó a una tienda de ropa y ahí compró un pantalón negro brilloso, estilo John Travolta, y una camisa gris rata, también brillosa y de la marca Pacco Rabane. Poco tiempo después, ya con 19 años, me la vivía cada fin de semana en una nueva discoteca en Mérida, de nuestros amigos Pedro y Ricardo Torre, llamada Bin Bon Bao. Ya para entonces iba solo o con mis amigos y, cuando Ernesto se enteraba que estaba en la discoteca, iba para cuidarme y asegurarse de estar cerca de mí cuando la combinación del ron y testosterona me metía en problemas. En innumerables ocasiones acudió a mi llamado cuando estaba en algún problema, pues siempre sentía que una de las misiones que mi padre le dejó a su partida, era la de seguir cuidando a su “hermanito”.

Cuando yo dejo Mérida para venir a Cancún con Nenina, Valeria y una bebé recién nacida en 1997, mi adorada María Regina, Ernesto decide pocos meses después acompañarme a principios de 1999. Nuestros caminos siempre se cruzaron, en ocasiones sin buscarlo ni pretenderlo, pero el destino era siempre ir juntos.

Ahora que mi hermano acude al llamado del Señor, vengo a reafirmar cuánta gente lo quiere y lo extraña casi tanto como yo, porque era un ser de luz que siempre estaba ahí, presto a la llamada de cualquier persona que le pidiera ayuda o algún consejo.

Confieso que siempre recibí de Ernesto mucho más de lo que yo le di. Eso es algo que por un lado le agradezco y por otro lamento. Quisiera haber tenido una segunda oportunidad con Ernesto pero el Señor lo llamó a la realización de una nueva misión, habiendo completado su misión en esta vida y que seguramente será acompañar a mi padre y a nuestra hermana Margarita, a quien tanto amaba. Pero se también, que desde donde se encuentra, seguirá conmigo acompañándome y cuidándome aquí en la tierra, a mí y a su cuñadita linda (como siempre le decía) y a sus princesas, que para Ernesto fueron las hijas que nunca tuvo. 

Y así como les compartí la semana pasada, en la misa en memoria de Ernesto, algunos secretos que pocos sabían, hoy voy a compartirles otro secreto que, al menos, creo que Ernesto sí sabía. De los dos hermanos, Ernesto y Eduardo, yo era el consentido de mi padre. Tal vez por ser más pequeño y algunas otras razones más que sólo mi padre pudiera compartir. Es por ello que hoy, le digo a mi hermano Ernesto que, desde donde se encuentra, me siga cuidando aquí en la tierra, para que pasen muchos años antes de que nos reunamos de nuevo y así, disfrutar a mi padre y a mi hermana sin que se ponga celoso de ver que siga siendo el consentido de don Ernesto. Brother, gracias por tu amor y tu compañía. Nos volveremos a reunir de nuevo si el Señor lo permite, pero no aún. Eres un ángel de luz y vives eternamente en mi corazón.  

Eduardo Albor
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