“Volver al Colegio me hace muy feliz. Mi sueño es que todos los niños en el mundo puedan ir a la escuela porque es su derecho básico”. Malala Yousafzai.
El 9 de octubre de 2012 una jovencita de 15 años regresaba de la escuela a su casa en el autobús escolar de una región rural en Pakistán. Repentinamente el vehículo se detuvo en medio de la carretera en Mingora, Pakistán, para ser abordado por un hombre armado miliciano del TTP, grupo terrorista vinculado a los Talibanes, preguntando: ¿Quién es Malala?
Todas callaron aterrorizadas, excepto Malala, quien desde la parte posterior se levantó para responder: “Yo soy Malala”. Segundos después todo se tornó oscuro para esta adolescente, cuando el terrorista, de la manera más vil y cobarde, le disparó en repetidas ocasiones, impactándole en el cráneo y cuello. Dos estudiantes más también resultaron heridas junto a Malala, quien fuera trasladada en helicóptero a un hospital militar. Seis días después la trasladaron al Hospital Reina Isabel de Birmingham, en Reino Unido, para seguir con su recuperación. Aunque tuvo que continuar con la rehabilitación y fue sometida a una cirugía reconstructiva, Malala fue dada de alta del hospital tres meses después del atentado, el día 4 de enero del 2013. Después de implantarle una placa de titanio y un dispositivo auditivo, Malala regresó a las clases en una escuela secundaria en Inglaterra.
El delito por el que intentaron matar a Malala fue su activismo en contra del régimen Talibán, luego de que en la zona donde Malala vive en el Valle del Río Swat prohibiera la asistencia de las niñas a la escuela. A la edad de 13 años, Malala alcanzó notoriedad al escribir un blog para la BBC bajo el seudónimo Gul Makai, explicando su vida bajo el régimen de Tehrik e Taliban Pakistán (TTP). Los talibanes obligaron al cierre de las escuelas privadas y se prohibió la educación de las niñas entre 2003 y 2009. Lo que esta joven peleaba era simplemente el derecho de asistir a la escuela y aprender. Derecho que se le negaba por ser mujer. Dos años después, a la edad de 17 años, Malala se convierte el pasado 10 de octubre en la persona más joven en ser reconocida con un Premio Nobel, el Premio Nobel de la Paz, por su lucha contra la supresión de los niños y jóvenes y por el derecho de todos los niños a la educación.
Resulta muy difícil de comprender que en pleno siglo XXI exista algún lugar sobre la tierra en donde se le niega a alguien el derecho a la educación por el simple hecho de ser mujer. A mí me resulta difícil entender, pero a Malala también y por esa razón es que se ha convertido en una incansable activista que defiende el derecho de los niños y de las mujeres a la educación. Hoy en día Malala continúa sus estudios en Inglaterra, pues el portavoz del TTP afirmó que intentarán matarla de nuevo.
A pesar de su corta edad y de ser la premiada más joven por la Organización Premio Nobel con sede en Estocolmo, este es sin duda uno de los premios más merecidos que esta Organización ha otorgado, junto a otros grandes luchadores sociales como Martin Luther King, Nelson Mandela y la Madre Teresa de Calcuta.
En los años de la Guerra fría, en la década de los 60 y70, los jóvenes baby boomers realizaron movimientos en pro de los derechos civiles, peleando por los derechos de los estudiantes y de las minorías, apostando su vida y su libertad por un cambio en su sociedad.
Fue precisamente en un mes de octubre también, el segundo día de dicho mes del año 1968, cuando muchos jóvenes universitarios y estudiantes mexicanos fueran masacrados en la Plaza de la Tres Culturas de Tlatelolco por rebelarse en contra del Gobierno y pelear por sus creencia y sus derechos.
Malala es un caso raro del siglo XXI. Malala es una joven milenial, como se le conoce a la generación nacida a partir de 1990. Los milenials son mucho más complacientes y tolerantes de lo que fueron los baby boomers (nacidos entre 1946 y 1960) o la Generación X (nacidos entre 1960 y 1980). Los milenials nacieron con la tecnología de la web, redes sociales y teléfonos inteligentes, que los absorbe y los envuelve en su propio yo. Una generación de selfies más preocupada por el bienestar de las orcas que de las barbaridades de los Talibanes.
Una generación que levanta la voz para evitar la pesca de ballenas pero que ignora el secuestro, violación y mutilación de niñas en el África subsahariana.
Recientemente, Malala declaró que aunque es parte de las redes sociales evita usarlas, así como los móviles, para evitar distracciones a sus estudios, y considera que las redes sociales deben de tener más utilidad, como poner en relieve los problemas de los niños en el mundo.
Así, cuando ese Talibán abordó el autobús de Malala hace dos años y, de manera por demás intimidante, preguntó ¿Quién es Malala?, no sabía lo que esa pregunta representaría, lo que esa pregunta desencadenaría, pues daría nacimiento a una esperanza. La esperanza de rescatar el espíritu dormido de una generación autocomplaciente y alienada a las injusticias; daría nacimiento a una nueva generación, independientemente del género y la edad, que nos rebelamos contra las injusticias y peleamos por los derechos de los demás. Daría nacimiento a una nueva generación, que con el mismo coraje que demostrara esta quinceañera, hoy se alza para responderle al mundo. ¡Yo También Soy Malala!