“Cada cual debe aportar su esperanza como semilla, su anhelo como soñador, aceptando con ánimo semejante tanto la derrota como las palmas”
Nuestro mundo está cada día más afligido por problemas que nos afectan a
todos, lo que requiere de acciones concertadas e inclusivas, que nos hagan más
clementes y solidarios. Realmente, a nadie se le puede negar la voz y mucho
menos su implicación, a la hora de afrontar esos desafíos internacionales. Sin
duda, nuestra primera tarea pasa por escuchar y considerarlo. Por otra parte, nadie tiene
la verdad absoluta para conjugar una vida que nos pertenece colectivamente, lo que debe
hacernos cuando menos reflexionar y entrar en acción, sin obviar el paciente trabajo de
la diplomacia, que consiste en entenderse y atenderse mutuamente. La humanidad es un
corazón palpitante, que demanda de cada uno de nosotros, comprensión y clemencia.
Ciertamente, entre el aluvión de dificultades, enfrentamientos y reivindicaciones
contrapuestas, tenemos que buscar y rebuscar el modo y la manera de hallar el raciocinio,
favoreciendo el diálogo para que germine el espíritu reconciliador. Hoy más que nunca se
necesitan gentes de paz y orden, personas de palabra auténtica, pulsos verdaderos y fuer
tes en favor de la unión y la unidad, donde la justicia social, la dignidad humana y la com
pasión, han de ser abecedarios a utilizar. Contamos, para llevar a buen término el ejercicio,
con una rica diversidad de orígenes y creencias que se han globalizado, ahora únicamente
nos falta que todos los moradores compartan el objetivo común de lo armónico.
También nuestra propia historia como familia pensante, nos ha demostrado que se
pueden hacer muchos avances en la resolución de situaciones aparentemente inexpli
cables a través de prudentes, resignados y constantes esfuerzos diplomáticos, imbuidos
en el respeto mutuo, en la buena voluntad y en la sana convicción ética. Reunirse y unirse
para cambiar los vientos turbulentos y desafiantes es lo justo y preciso, si queremos
realmente un espacio mejor para todos, haciendo familia y generando confianza entre
los pueblos. Sea como fuere, sabemos ya que repoblarse de odios y venganzas, es volver
a vías que nos destruyen. Sinceramente, las personas no nacen con rencor; la intransi
gencia se aprende y, por tanto, hay que aprender a reprenderse a uno mismo, en vez de
desanimarnos.
La belleza es un estado de ánimo que nos embellece si lo trabajamos a pleno corazón.
Cabalgar por esta tierra no es fácil, pero hermanados somos mejores, para mantener el
equilibrio natural del planeta, en vista a las generaciones venideras. No olvidemos que el
cambio climático está ahí, es una crisis de salud, que nos llama universalmente a buscar
soluciones nuevas e innovadoras. Por si mismo no podemos hacer nuevas todas las co
sas, demandamos de la presencia vinculante de amistad, cooperación y plática al servicio
de lo viviente. Cada cual debe aportar su esperanza como semilla, su anhelo como soña
dor, aceptando con ánimo semejante tanto la derrota como las palmas. Saber rectificar es
de sabios, y el verdadero arte de la diplomacia, radica en no continuar con lo hostil.
En efecto, para la astucia una cuestión aplazada ya está resuelta. En ocasiones,
parece que las injusticias mundanas o las mismas crisis inhumanas, corren más veloz
que la capacidad de afrontar juntos estos retos. Seguramente precisamos otros ritmos
más valientes, ante el empobrecimiento del verdadero capital humano, el de la educación,
la sanidad y el estado de bienestar sistémico. Resulta preocupante, que sólo pensemos
en rearmarnos, en lugar de pensar en donarnos para trabajar juntos: el medio ambiente, el
futuro y la fraternidad.
¡Qué hermoso sería redescubrirnos para trabajar por el bien común,
dejando a un lado contrastes y diferencia de puntos de vista!. Al fin y al cabo, uno es para
los demás, el amor que todos buscamos.