Ni huracanes, ni violencia, ni asesinatos, ni gobernadores, ni pandemias han logrado borrar del mapa a Quintana Roo. O, mejor dicho, a Cancún y sus agregados, porque los turistas siempre dicen que “van a Cancún”, aunque vayan a Tulum.
La gran ocupación hotelera que tenemos, y la que se espera en diciembre, demuestran la infinita inteligencia de Antonio Enríquez Savignac, que descubrió el potencial turístico de esta zona, y el valor del entonces presidente, Luis Echeverría Alvarez, que apoyó un proyecto que se veía absurdo e imposible.
Somos unos suertudes que cada día destruimos nuestro paraíso.
Ahora, de cara a la sucesión estatal, todos los problemas pasan a segundo plano, como si el o la que sigue en el poder tuviese una varita mágica. Y no es así. Se trata de cuidar, cuidar, cuidar lo que tenemos. Lo que no se hace.
La convivencia tolerada con el crimen organizado, que comienza en la nulidad de los gobiernos municipales para combatir la venta de droga en cada esquina, cada bar, cada playa, ha costado ya muchas muertes. El reciente asesinato en un bar de Tulum es una inmensa prueba para todos, porque las advertencias de viaje son para todo el Estado no únicamente para ese destino.
Se veía venir, se advirtió, se dijo en todos los foros. Y lo fueron posponiendo, como si esa violencia creciente fuera a desaparecer en automático. La muerte de dos turistas, daño colateral para algunos analistas, pesa mucho en contra del flujo de viajeros que esperamos.
Todo Quintana Roo vive del turismo, y no lo estamos cuidando.
La presencia de la Guardia Nacional, de marinos y de soldados, no será sino una maniobra de disuasión temporal. Ellos no investigan, ellos no vienen sino a obedecer a sus superiores. Lo que hace falta, y ha hecho falta siempre, es una policía investigadora en el Estado, en todos los municipios, que no sea corrupta, que sea profesional y que investigue, que le dé seguimiento a todos los hechos violentos, y a toda la venta de droga en menudeo.
Investigar e instaurar una política de cero tolerancia sería suficiente.
Aunque si quisieran comenzar por lo más fácil, lo más barato, bastaría con parar a todos los taxis, en todo el Estado, y revisar su cajuela. Hacer pruebas toxicológicas a todos los taxistas. Con eso sería suficiente para cerrar una gran red de venta de droga.
No lo hacen, no lo van a hacer, poque todos, todos, que son todos, quieren el apoyo de taxistas en las próximas campañas electorales. Y eso, la ambición, los intereses personales por encima de los de la mayoría es lo que puede destruir a una entidad que ha podido sobrevivir a todo, a casi todo.
El cáncer que consume a Quintana Roo se llama droga, se llama violencia inherente a la droga, se llama complicidad de autoridades con criminales inherente a la droga, se llama asesinatos inherentes a la droga.
Comiencen con los taxistas.
Con eso bastaría para un indispensable respiro…