Además de contarle a mis ocho lectores de mis andanzas por el Viejo Continente, trataré de hacer cabal referencia a empresas y personas que nos hicieron posible y feliz la experiencia. Quiero empezar por reconocer a Best Day; particularmente al joven Jesús Aranda y por supuesto a mi gran amigo, Julián Balbuena. Gracias a ellos, pude conseguir algunos de los hoteles y vuelos siempre a buenos precios; es muy placentero llegar a los alojamientos y que siempre esté tu habitación sin contratiempos, ¡muchas gracias!
Reservamos nuestro primer vuelo en Air Canada, con rumbo a París, vía Montreal. Sobra decir que lo único incómodo de ir a Europa son las consabidas 10 horas en esos cada vez más estrechos aviones, pero bueno, es el precio que hay que pagar para llegar allá.
Finalmente pudimos ponernos horizontales en el muy cómodo Hotel Marceau, muy próximo a la emblemática avenida Champs Elysees y a unos pasos del Arco del Triunfo.
Luego de tres merecidas horas de placentero sueño y aún con los estragos del cambio de horario, dirigimos nuestros pasos al primer Brasserie que encontramos; justamente también de nombre Marceau, para degustar los primeros Escargot’s del viaje, simplemente deliciosos, como sólo los franceses saben hacer; luego un Boeuf Bourguignon, que debe su nombre a sus dos principales ingredientes: carne y vino; ambos emblemáticos de Borgoña, exquisito, acompañados de unas copas de Cote Du Rhone. Ahora sí empezaba la vacación y Alice empezaría junto conmigo la dieta mediterránea, en la que no falta el vino.
Siempre es un placer regresar a la Ciudad Luz y visitar la Torre Eiffel, la catedral de Notre Dame, Los Inválidos y por supuesto el Louvre; aunque debo reconocer que esta vez, sólo por fuera, almorzar un Entrecote y Frits, muchas frits con más vino francés.
La escala en París era casi técnica, dos noches, para reponernos del viaje y continuar hacia Praga.
De la capital checa escuchamos recientemente decir que existen ciudades bellas, ciudades obscenamente bellas y Praga, y es verdad; aunque guardaré esta frase para retomarla en la tercera entrega de esta crónica, con referencia a otra ciudad de la que ya les contaré. Lo que es un hecho es que resulta impactante encontrarte de frente con esas fachadas de arquitectura romanesca, gótica, barroca, rococó, de casi 10 siglos de historia. En esta ciudad histórica, lugar de múltiples acontecimientos y también sufrimientos, como la dictadura comunista y la represión, resulta sobrecogedor atestiguar las vistas del río; uno de los castillos más grandes de Europa, si no el que más; su impresionante catedral gótica y por su puesto el famoso y emblemático reloj astronómico de Praga; todo rodeado de fachadas y más fachadas como salidas de un cuento.
A pesar del frío, cerca de 11 grados, hicimos la expedición guiada a pie por toda la ciudad, que concluye con un paseíllo en barca por el río; ¡maravillosa experiencia! No así la comida, que francamente no nos gustó y en tales circunstancias cenamos dos de nuestras tres noches en un restaurante indio, que no hindú, porque lo último se refiere a la religión y lo primero al gentilicio; en donde nos dimos vuelo con los currys y la cerveza checa; esa sí muy buena.
La tercera noche la reservamos para una experiencia de lo más recomendable, una cena con concierto de Mozart. Se trata de una pequeña selección de óperas del gran compositor que pasó varios años de su vida en Praga; un fragmento de Las Bodas de Fígaro, otro de La Flauta Mágica y algunas Arias, con un quinteto de cuerdas y las mágicas voces de un barítono y una soprano, nos hicieron una noche mágica, en el balcón privado del hermoso teatro del Gran Hotel Bohemia, construido en 1927; una experiencia sublime.
Luego de la hermosa Praga y su fascinante historia, emprendimos nuestros pasos hacia Bélgica.
Al cabo de un vuelo de una hora con 40 minutos, en Air Brussels, aterrizamos en Bruselas, para hospedarnos en el súper cómodo y bien ubicado hotel NH Collection, gracias a la recomendación de mi buen amigo Alex de Brouwer; belga, por cierto.
Apenas llegamos al hotel, dejamos las maletas y nos dirigimos al Grimbergen Café, un restaurante a unos pasos del hotel, para probar los clásicos mejillones con ajo, acompañados de las infaltables frites (papas a la francesa), que en Bélgica parecen ser el deporte nacional; y como complemento, la especialidad de la casa y de Bruselas: una Carbonada Flamenca, una carne a la cerveza obscura en cocción lenta.
Al día siguiente, luego de maravillarnos con la Grand Place de Bruselas y su magnificente arquitectura, en donde te quieres hacer todas las fotos del mundo, terminamos la caminata en el Bier Central Café, un lugar que además de bonito, tiene un menú de 333 cervezas. Lógico que apenas pude probar tres o cuatro de ellas, pero en ese magnífico marco cervecero, preparé para Alice y para mí nuestro propio tartar filet américain (si alguno de mis ocho lectores quiere el video de esta experiencia, me lo pide y se lo comparto con gusto) … Al final me compré la Enciclopedia de las Cervezas de Bélgica, por 9 euros.
En toda Europa, caminar es lo usual, lo más práctico y lo de moda, pero en Bruselas es una delicia. Además de que la gente es cálida y amable, como lo fue una joven que al vernos con el mapa en la mano, no sólo nos ofreció ayuda, sino que nos llevó hasta el sitio donde se encuentra la famosa estatuilla del Manneken Pis (hombrecillo que orina) y sobre la que giran diversas leyendas, entre ellas, la de que en el siglo XIV, Bruselas fue atacada por enemigos y cuando estos colocaban pólvora bajo las murallas para hacerla volar, un niño llamado Julián vio la mecha a tiempo y la apagó orinando, y es por ello considerado un héroe.
Esa es simplemente leyenda, como hay otras en torno a la estatuilla que está colocada ahí desde el año 1618 o 1619, y que es mucho más pequeña de lo que uno imagina, mide apenas 65.5 centímetros, situada en el centro histórico de esta hermosa ciudad.
Nuestro tercer día lo dedicamos a Brujas, y es aquí donde empiezan las conjeturas y las dudas para decidir si es más bella o no que Praga; vaya predicamento…
Luego de un cómodo viaje de una hora en tren desde Bruselas, llegamos a Brujas y al salir de la estación no sabíamos lo que nos deparaba el destino; tomamos un taxi abierto en forma de triciclo híbrido de pedales, conducido por una guapa señorita inglesa, que originalmente me dijo que el viaje al centro sería de 14 euros.
Al llegar a la gran plaza de Brujas, quedamos atónitos, impactados; la arquitectura gótica y los colores se nos venían encima. Al final descubrí que la inglesita me cobró 22 euros; en fin, taxista.
La Grote Markt o Plaza Mayor se caracteriza por su arquitectura gótica y sus edificios medievales, rodeados por canales que hacen de esta mágica ciudad una pequeña Venecia, que podría inspirar los más dulces cuentos de hadas o de romances.
La dieta se limita a chocolates; eso sí, los más ricos, papas fritas y buenas cervezas, pero a las cámaras les falta espacio para la cantidad de fotografías obligadas en este mágico rincón de Europa. Aún no sé si me decanto más por Brujas que por Praga, aunque me parece que esta pequeña ciudad de canales románticos, en donde se habla flamenco (holandés-belga), va ganando la contienda.
Al siguiente día partimos en avión hacia Lyon, para iniciar un recorrido por el sur de Francia, pero eso, se los dejo para la siguiente parte.
- Al buen entendedor
- Presidente de la AMATUR
- Presidente del centro de atención de salud mental y prevención de adicciones "Vital"
- sgrubiera@acticonsultores.com