Bitácora de viaje  L

por NellyG

 

 

Y dice la crónica que Arturo no murió en batalla; fue llevado por las hadas hasta Avalon  en donde permanece y volverá a Inglaterra en su hora de mayor necesidad…

– Crónicas Artúricas.  O algo así.

 

En el siglo XV, un tal Geoffrey de Monmouth, fraile y adelantado por milenios a la psicoterapia,  se inventó una serie de personajes que reventaron la imaginación de la época hasta tal punto que los lectores de estas sagas terminaron creyendo que lo que leían era historia pura y dura. Contaba las andanzas de un tal Arturo, que había llegado a ser rey de los bretones gracias a que logró extraer la proverbial espada en la piedra (o, en su versión multiversal, un hada sacó su manita de un lago y se la dio).  Algo así como el ¡cof! ¡cof! bastón de mando. El caso es que Arturo se convirtió en rey de Inglaterra y junto con su grupo de valientes que se sentaban alrededor de una mesa redonda (gran experimento de socialdemocracia) para planear cómo defender la verdad y  la virtud en un tiempo azotado por invasiones bárbaras, impartían idílica justicia desfaciendo entuertos.   En la historia hubo de todo: momentos de gloria y traiciones de pareja y amigos; magia negra y blanca; peleas espectaculares, efectos especiales, muchos extras y, no podía faltar, una muerte gloriosa (sí, Tolkien tomó todo eso y más para su famosa saga de los anillos).  Pero, como ocurre con los héroes, no podemos, no queremos conceder que quedaremos en la orfandad y seremos vulnerables sin una figura señera y moral que nos ilumine el camino.  Por lo mismo, el revisionismo se consiguió aquello de que en realidad, Arturo y sus muchachos no se fueron para siempre; están en una especie de criogenia o animación suspendida en la isla de Avalon (nombre de un gran disco de Bryan Ferry, por cierto) y regresarán justo cuando las fuerzas de la obscuridad quieran atenazarnos con sus garras.  Ignoro si esto ya sucedió, pero hay un cuento estupendo en donde el rey y su grupo de héroes, vuelven como pilotos de la Real Fuerza Aérea justo en el momento en que la Alemania Nazi planeaba asesinar la libertad y sumir al mundo en las tinieblas.  Ha sido el primer ejemplo que me vino a la mente, pero no el primero en la cronología,  porque, y aquí lo conectamos con el kriptoniano de la capa roja de quien platicábamos hace un mes, los seres humanos, de todas las épocas, no podemos vivir sin héroes, que siempre reencarnan, con distintos cuerpos y justificaciones, en nuestros momentos de mayor necesidad. Se llaman arquetipos y representan aquellos más atenazadores miedos y  más sublimes esperanzas.

En su estupendo estudio La Historia inicia en Sumer, el arqueólogo Samuel Noah Kramer nos lleva de la mano a través de la primera civilización bien establecida de que se tenga registro.  Sumeria, con sus grandes ciudades Ur, Uruk y Lagash dieron cabida a las primeras historias fantásticas de la especie humana conservadas para la posteridad en ese salto cuántico llamado escritura. Una civilización que nos contó por primera vez el relato de un Diluvio Universal que, siglos más tarde sería versionado con éxito arrollador por los hebreos exiliados en Babilonia y que escucharon la leyenda de Gilgamesh. El cuento fue corregido y editado para que cupiera en una sociedad monoteísta como la del pueblo judío que de esta época también tomó figuras como la de seres alados fantásticos que tienen relación con los seres humanos (sí, nuestra imagen estereotipada de ángeles, similares y conexos).  Gilgamesh, pues, es el primer héroe que tiene un origen divino y humano y por lo tanto, a pesar de sus extraordinarios poderes, inclina la balanza para cuidarnos, ayudarnos y enseñarnos el camino de la virtud.  A partir de ahí, hasta el infinito y más allá.  Todo lo que sigue, Prometeo, Hércules, Sansón, Teseo, Krishna, Aquiles, Arturo, Lancelot, Ahura Mazda, el arcángel Miguel, Thor (antes y después de Marvel), Quetzalcoatl,  Robin Hood, Tarzán, Amadís, Clark Kent, Bruce Wayne, Peter Parker, Diana de Temiscira…  Cada uno de ellos y ellas nos ha representado en la búsqueda de la virtud a pesar de tener que lidiar un día sí y otro también, con la humana imperfección.  Esos avatares, arquetipos, diría Jung, están insertados en una zona del cerebro que le pide a gritos a la corteza prefrontal que somos algo más que simios con columna y cadera evolucionada descendiendo  por fin de los árboles. Los arquetipos, siempre los mismos, cambian el disfraz según la civilización, la tecnología y el código de comunicación de la época.  Hoy ya no se llaman Gilgamesh o Sansón; hoy se llaman Supermán, Flash, Aquamán. Desde luego, las figuras religiosas, en similar origen,   entran en otra categoría, todo para no ofender a gente sensible, pero juegan con el mismo principio.

Jugar. Retomemos la palabra:  a ser vaqueros, astronautas o superhéroes, es algo más que una actividad lúdica; libera el arquetipo, lo deja manifestarse y nos transmite sus características particulares que podemos usar de manera consciente.  Hay un ejercicio interesante que se puede realizar todas las mañanas tan pronto nos levantamos de la cama y nos enfrentamos con la imagen del espejo; se llama “la pose del superhéroe”: ponga usted los puños en las caderas, infle el pecho. Muy bien. No tanto, porque parece guajolote; mire al frente con la barbilla levantada. Así, retando a lo que nos traiga el día. No, no saldremos volando por la ventana, ni jugaremos billar con asteroides, pero nos hará sentir, gracias a las endorfinas, que somos mucho más que una estadística y un número en el censo. Sí, de esto se trata. Así que, si está usted en medio de un día olvidable, recuerde que no está solo: dentro de usted se encuentra todo un ejército de dioses, semidioses y héroes recogidos de entre  la historia humana en el famoso inconsciente colectivo: ese Internet que discurre por vías fijadas hace milenios por la evolución. O de plano, invoque el nombre de Shazam con la presencia de no uno, sino seis avatares distintos.  Los creadores de este personaje justiciero llegado al cómic en 1940, Clarence Charles Beck y Bill Parker, eran unos genios incomprendidos. Lograron entender a Jung, mucho mejor que Jung; y no se preocupe, no le va a caer un rayo.

El mundo de los seres fantásticos, si hemos de creer la teoría de este discípulo de Freud, no es tan fantástico después de todo. Es tan humano como nosotros; la veta de donde han sido minados pertenece a esa esencia durmiente de axones y dendritas.  Todos son variaciones sobre un mismo tema: luz y obscuridad; Supermán y Batman. Tan sólo están esperando a que los invoquemos y saldrán con milenios de experiencia para ayudarnos en nuestra hora de mayor necesidad.

Iñaki Manero.  Poseidonis, Reino de Atlantis, 2024.

Y recuerden amiguitos: el cómic es cosa seria.