Bitácora de Viaje LIV

por NellyG

 

 

MUY PEGADITO A LA SIERRA,

TENGO UN RANCHO GANADERO.

GANADO SIN GARRAPATAS,

QUE LLEVO PA´L EXTRANJERO.

QUÉ CHULAS SE VEN MIS VACAS,

CON COLITAS DE BORREGO.

– PACAS DE A KILO, TEODORO BELLO JAIMES/ LOS TIGRES DEL NORTE.

 

Es tan antiguo como antigua es la humanidad en su necesidad de expresar lo que siente y lo que vive; lo que teme y lo que desea cotidianamente. Uno de los principales medios de comunicación a distancia, fue el sonido de las percusiones para avisar que en algún lugar, ahí estaba alguien que enviaba un mensaje para quien tuviera la capacidad intelectual de recibirlo y decodificarlo en su cerebro.  Desde luego, ni el cromañón, ni el neandertal – ambos ramas del mismo árbol – llegaron, que sepamos, a racionalizar esas consideraciones neurocientíficas.  Durante milenios, la humanidad no sabía qué hacer del cerebro; veían en él, cuando a alguien se le partía la cabeza como un melón, una masa gelatinosa llena de agua hasta que Santiago Ramón y Cajal (eran la misma persona, al igual que Ortega y Gasset e Hidalgo y Costilla; anécdota vieja de locutores que un día les contaré), tomó la primera foto de una neurona en el siglo XIX y comenzó a realizar conjeturas por el camino adecuado.  Antes de eso, el origen de los sentimientos, los recuerdos (de ahí la palabra recordar, pasar dos veces por el cordio, el corazón), los miedos, los sueños, la lujuria, el amor, el valor, el odio, Shakespeare, Cervantes… estaban en el músculo cardiaco.  Así que, para el ser humano primitivo y también para el contemporáneo, los sonidos han, siguen y seguirán ligados a la expresión inmediata de quienes somos y qué queremos. De ahí nació la forma estética de hacerlo: combinamos sonidos y silencios de una manera armónica. La música.

Cuando nuestros ancestros se dieron cuenta que el sentimiento estaba ligado a la sucesión e intensidad de los sonidos, fueron estableciendo en el tamtam de la percusión un código de comunicación para que el otro, quien quiera que fuera, entendiera de qué se trataba el chisme.  Estoy bien, estoy mal, no te acerques por aquí o habrá lío, acabo de ser papá, al compadre se lo comió un dientes de sable, te estoy buscando, no se te olvide traer un antílope bien gordo, etcétera. Milenios después, aprendimos a darle sonidos a las cosas que dibujábamos en la arena, el lodo y luego en las tablillas de barro frescas. Cuando supimos musicalizar esa vocalización de forma ordenada y coherente, descubrimos la poesía y… aparecieron las letras de las canciones.  Escribimos y musicalizamos de todo. Al gusto; algunos tenían primero la melodía y otros las palabras, pero invariablemente, tanto la sucesión de sonidos conseguidos con instrumentos musicales, como lo que salía de hacer vibrar las cuerdas vocales con la corriente de aire surgida de los pulmones, tenía su origen en la tormenta bioeléctrica que sin cesar se ilumina de noche y de día dentro del cráneo.  Habían nacido las canciones. Las que no se cantan, como dirían los españoles, pues eso, son nada más melodías.  Pero ¿sobre qué escribimos, por qué y para qué?

Ya lo hemos comentado; hacemos música y letra inspiradas en quiénes somos, qué queremos, qué buscamos, qué añoramos, qué tememos, qué ambicionamos y escribimos sobre lo que nos rodea.  El movimiento hippie de finales de los sesenta componía críticas a su gobierno armamentista y apostaba en buenaondita por un mundo de amor, flores, mota, sexo libre y armonía.  Los punks, años después, en los sesenta, originalmente hijos de obreros en fábricas al norte del Reino Unido, hartos de hacinamiento y pobreza, descubrieron en la anarquía y el nihilismo una voz para hacerse escuchar mediante la automutilación, la conducta antisocial, los pelos parados con mayonesa y no querer tomar té a las cinco.  Los fenómenos sociales que influían e influyen en los sentimientos creativos. Los mexicanos, en corto, escribíamos luego de la Revolución y el establecimiento de la Pax Priísta, sobre mujeres y traiciones, borracheras, bravuconerías y desamores porque eso era lo que el gobierno y los medios, soldados al régimen querían que percibiéramos en una sociedad feliz, feliz, feliz.  Cuando esa capa de matrix se fue desgajando por desgaste natural, la verdadera reivindicación hizo su salida del hoyo funky, de la cueva, con los sentimientos orgánicos.  Cuando, la realidad de lo que ocurría en las montañas de Sinaloa, Chihuahua, Jalisco o Durango tuvo vía libre, la verdad se estrelló sobre el discurso oficial erosionándolo.  Y un género musical que durante años fue manso y circunscrito al recuerdo de la mitología villista, y zapatista o a mi caballo el Cantador, adquirió su lugar como auténtico vocero de la realidad. Hoy le llamamos “narcocorrido”.

Palacio Nacional, viernes 20 de diciembre de 2024.  La presidenta de México Claudia Sheinbaum lanza un concurso de corridos a nivel nacional que tenga contemplado otros mensajes que no tengan relación con la apología al crimen organizado, la violencia, la misoginia.

Hasta ahí la cabeza de la nota. Está usted informada e informado. Y en la reflexión, cabe la pregunta: ¿Eso entienden por atender las causas de la violencia? ¿Concursos en donde regresemos al control ideológico de los setenta y atrás escondiendo la basura debajo de la alfombra? Recapitulando: escribimos sobre lo que añoramos, soñamos, nos duele, nos da esperanza o lo que conforma nuestra cultura del día a día.  Tan sencillo como tomar un mapa y hacer un estudio serio sin sesgos sobre los grupos socioeconómicos que consumen esos contenidos en donde las letras resaltan “lo chido que es ser narco”.  Lo mismo que las narcoseries con los delirios hipócritas, en donde se erige al nivel de héroes populares a gente que debería estar en la cárcel y se acabó.  Otra vez, privilegiamos la forma al fondo.  Es como pretender curar un cáncer con maquillaje.  La generación que va de salida no olvida, pero, total, hay suficientes y frescas mentes a las cuales venderles lo divertido del empaque y el concurso.  Como si la masacre de mañana y la pesadilla que viven los sinaloenses, tabasqueños o guanajuatenses se pudiera prevenir cambiando “pacas de a kilo” por “bultos de felicidad y armonía todos felices, felices, felices. “

Iñaki Manero.