“La naturaleza no ha dado al hombre nada mejor que la brevedad de su vida”.
– Plinio El Viejo.
Hay quienes prefieren una vida breve y plena, a una larga y aburrida. Los antiguos hebreos (o por lo menos quienes escribieron el libro de los Salmos), llenaron estas reflexiones, bendiciones, quejas y lamentos con peticiones a Dios sobre extender el aliento vital lo más posible y experimentar lo que sucede bajo el sol y bajo la luna; recordando que una corriente del judaísmo no creía en la vida eterna o en la sobrevivencia de la memoria, de la consciencia. Le atribuyen a Nezahualcóyotl, el rey texcocano, los siguientes versos que nos pueden explicar a la distancia por qué José Alfredo Jiménez escribía piezas tan existencialistas como El Jinete…
Aunque sea jade, se rompe,
Aunque sea oro, se hiende,
Y el plumaje de quetzal se quiebra.
No para siempre en la tierra,
Solamente un poco aquí.
Sí, ya sé, es octubre. Otoño en el hemisferio norte. Los viejos druidas celtas preparaban sus festejos del Samhain. La tierra iba muriendo poco a poco esperando la mortaja del invierno; para los pueblos agrícolas, había que hacer las paces con quienes manejaban el otro lado y podían favorecer o estropear la cosecha de la temporada siguiente. Los últimos días del mes y los primeros del otro, se abrían los portales del inframundo y aquellos que estuvieron regresan un momento más antes de volverse a convertir en sombras, en ideas, en recuerdos. Había que llevarles ofrendas y evitar su disgusto o alguna chapuza harían. Presentes de comida y bebida, trato o truco. Había que disfrazarse como ellos, espantajos remotamente humanos para confundirlos y que no descargaran su frustración contra nosotros, los orgánicos. Hoy todo eso, muy a la americana, y antes, con el concurso de las Iglesias cristianas intentando borrar el paganismo, es juego de niños, el All Hallows Eve, en su contracción práctica, Halloween, víspera del Día de Todos los Santos; Día de los Fieles Difuntos uniendo estéticamente los misterios del Mictlán y el Xibalbá mucho más serio, rico y espiritual que su variación anglosajona.
Mientras camino por las calles musicalizadas con las hojas crujientes al paso de mis zancadas, el aullar del viento tiene su propio lenguaje en sonidos y silencios. Tiene esta temporada una nota que no es lúgubre, pero tampoco festiva como la primavera. Un intimismo. No en balde el Día del Perdón en el mundo judío cae unas semanas antes de terminar septiembre. Se prepara el final del ciclo del nacimiento, el crecimiento y la cosecha para entonces todo guardarse, todo recogerse; iniciar el periodo de reflexión, de renovación, de perdón. A todo final, y de eso se trataría un Universo que se rija con base en algo justo, tendría que llegar un reinicio, la promesa de que lo siguiente será mejor. ¿No se trata de eso tantos abrazos y besos del 31 de diciembre? Claro, del plato a la boca…
¿Por qué tan reflexivo, mi amigo? Bien, el otoño me pone así. Y con fin de sexenio a la vuelta de la esquina, pues mira… Y con cambio de gobierno el primero de octubre del año entrante, pues… ¿Cómo dicen los astrólogos y entusiastas del New Age? Se alinean los cuerpos celestes. Francisco Gabilondo Soler lo pondría magistralmente: Corren los caballitos, los grandotes y los chiquitos…
En México, con todo nuestro bagaje tornado en pensamiento mágico y la necesidad de que el mundo obedezca a la ley del mínimo esfuerzo, se nos ha educado para votar por el más guapo, el más entrón, el “pobrecito de mí, soy la víctima”, el que regala tortas y refrescos en los mítines. Cada seis años, es el mismo “éste es el bueno, comadre, ya verá que sí” y pues no… no importa el color, el bueno (o la buena esta vez, lo más probable) siempre será el siguiente que le eche la culpa al anterior, per saecula seculorum. Oiga, comadre, ¿y por qué éste no fue el bueno? ¡Ay, comadre! ¿Está viendo y no ve? ¡Es que no lo dejaron trabajar los de la oposición, los empresarios, los periodistas, los los los…!
Este miedo que tenían los salmistas bíblicos (no los fans de Salma Hayek, que conste) a no tener una vida extensa, me imagino es la aprehensión que trota en los políticos en casi todo el mundo (como si fuera un ADN muy particular) sin importar que pertenezcan a una democracia ya enrielada, en incubadora o de plano una de esas dictaduras que los aplaudidores niegan a rabiar, de perder su acceso al pezón divino, manantial sagrado de recursos públicos para la campaña, la mansión, la alberca, los versos de Jaime Sabines en jet privado para la amante a la luz de la luna… El que se corte ese flujo de abundancia y cuánto mejor que sea provista por el pueblo bueno que nunca se equivoca, supera las peores pesadillas del druida celta en vísperas del Samhain. Los políticos de cualquier partido, por puro darwinismo, saben que la frase del pícaro e ingenioso periodista, magistrado, embajador, escritor, y consejero presidencial tuxpeño, César Garizurieta mejor conocido como el Tlacuache, no tiene desperdicio y los pinta desnudos de pudor y de madre, de arriba abajo: “Vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error”. Al escucharla, sonríen, callan y otorgan. Hoy están inquietos. Muchos ven acercarse la fecha como los escépticos de dientes para afuera veían el diciembre de 2012, tan augurado por los “mayistas” de cantina como el fin del mundo. Tal vez sí lo sea, del suyo, por supuesto. Miríadas de ellos no saben hacer otra cosa y algunos son trapecistas impecables capaces de traicionar al Papa por Lutero y de regreso. En el ecosistema humano, son tan eficientes, que las rémoras podrían aprenderles dos o más trucos. Nos estamos acercando a los tiempos políticos en los que un paso en falso, daría al traste con esa ambición de preservarse en la lactancia a la Patria o en pocas palabras, lo que le pasó a mi compadre, que se cayó por asomarse.
Por cierto, el autor de la frase con la que iniciamos, Plinio el Viejo, tío de su tocayo el Joven, llegó a lo que se consideraba viejo para el primer siglo de nuestra era y no aspiró a más senecto por necio, por arrimarse al fogón del Vesuvio, cuenta mi chismosa tía de Zitácuaro, nomás pa´ver qué había. Así son muchos.
Iñaki Manero.
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