No cabe duda de que en el Mundo Maya hay lugares mágicos, casi indescriptibles, rodeados de exuberante vegetación con unos tonos verdes que podrían envidiar los mejores sitios del Amazonas.
No solo se trata de contemplar la belleza arquitectónica de la cultura maya y sus fascinantes edificaciones de todo tipo, sino también el hecho de que muchas de ellas se encuentran enclavadas en medio de la selva, por lo que su atractivo es doblemente mágico.
Tal es el caso de Calakmul, en el estado de Campeche, una enorme reserva natural de más de 700 hectáreas con la más grande selva tropical de México.
Además de haber sitios arqueológicos poco explorados, como el propio Calakmul, Hormiguero, Chicanná, Becán, entre otros, la reserva de Calakmul es hogar de 86 especies de mamíferos que incluyen entre otros al jaguar, puma, ocelote y una buena colección de monos. Calakmul podría ser también un paraíso para los observadores de aves, al contar con 282 especies; 50 especies de reptiles, 400 tipos de mariposas y 73 tipos de orquídeas salvajes.
Calakmul fue declarada área natural protegida por decreto oficial en mayo de 1989, e irónicamente ha sido esa una de las razones por las que prácticamente es imposible visitar la zona.
Desde luego me parece fantástico que México cuente con espacios naturales protegidos, y que haya esquemas para su preservación, pero al mismo tiempo se ha dificultado el desarrollo del turismo, incluso el de bajo impacto y el ecoturismo, ante el burocratismo, la corrupción y también el abuso de algunas comunidades.
Los planes de manejo elaborados por entes oficiales no contemplan una visión de largo plazo. Por una parte están las comunidades de ejidatarios, algunas con legítimo arraigo y otros francos invasores, que simplemente han decidido hacerse de tierras en donde vislumbran oportunidades, ya sea proveniente de apoyos oficiales o para “explotar” auténticamente a los turistas.
En el caso de Calakmul ha sido muy difícil para los operadores turísticos el poder acercar flujos de turistas a la zona ante un esquema de cobros y peajes, que simplemente hacen imposible la operación turística. Al dejar la carretera federal para ingresar a la reserva de Calakmul, hay que transitar un camino de 60 kilómetros por el que hay que pagar obligadamente a los supuestos ejidatarios instalados en la zona, se paga por persona y por automóvil, sin recibos oficiales desde luego.
Más adelante hay que pagar a la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), institución oficial que en teoría administra la reserva, y, finalmente, para acceder al sitio arqueológico hay que pagarle al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y por si fuera poco, recientemente la comunidad ahí instalada, que no son descendientes de los mayas dicho sea de paso, decidieron que ellos también pueden contar con vehículos “turísticos”, y en ocasiones hacen al operador receptivo bajar a sus turistas para que aborden los vehículos de la comunidad, teniendo que pagar también por este transporte, como bien puede imaginar el lector.
El hecho de no regular las actividades de los ejidatarios y de no regular y controlar las invasiones; el problema operativo que significa tener que efectuar tres tipos de cuotas para el ingreso, cuando podría hacerse todo en una sola ventanilla si se pusieran de acuerdo; el no poder tener control propio de los operadores turísticos sobre sus vehículos, entre otros factores, son eventualmente las razones por las que no ha podido desarrollarse como debería el proyecto Mundo Maya.
Calakmul es una novela de miedo para los operadores y empresarios turísticos, que no pueden aprovechar a cabalidad las bondades de una zona tan increíblemente maravillosa.
Falta de capacitación y sensibilización, ausencia de programas de manejo, falta de cohesión entre las mismas instituciones oficiales que no les permite ponerse de acuerdo y llegar a conclusiones en beneficio de todos y, por supuesto, falta de estímulos para la inversión han hecho que el Mundo Maya sea solo un anhelo, un largo sueño que pareciera nunca se hará realidad.
El Mundo Maya tiene todo el potencial para convertirse en uno de los más grandes atractivos del mundo, uno de los más impresionantes multidestinos que podría competir con cualquiera en el orbe, el reto es trabajar en equipo, de manera transversal y con un plan bien definido en el que participen todos los sectores, los públicos y los privados, los académicos y las comunidades, los empresarios y los ejidos.
Bastaría para comenzar por lo menos con la Península de Yucatán, y que las tres entidades que la conforman trabajaran de manera coordinada para lograr un fantástico e inmejorable desarrollo de producto, ello implicaría, claro, que los tres gobiernos estatales se pusieran de acuerdo, y eso, como se imaginan mis ocho lectores, es pura utopía, la gran Utopía del Mundo Maya, ponerse de acuerdo…