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Revista Latitud 21
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Iñaki Manero

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Bitácora de viaje LI

por NellyG 1 octubre, 2024

 

 

Los prejuicios son la razón de los tontos”

Francois Marie Arouet, Voltaire

 

Cuenta el cuento, que Mateo, el colector de impuestos, por su trabajo, llevaba la contabilidad de Jesús y su grupo.  Cuentan que en aquella célebre cena de Pascua, comenzó a pasar lista de asistentes. Así fue llamando uno a uno y el aludido contestaba “presente”.  Juan, Santiago, Pedro, Bartolomé, Judas, el otro Judas, Simón, Tomás, Andrés, Felipe, el otro Santiago y el mismo Mateo y… sobraban dos; mesándose la barba, volvió a contar. Mismo resultado. ¿Quiénes eran esos dos ahí sentaditos y que por sus ropas y corte de cabello era más que evidente que no eran lugareños? Jesús estaba a punto de llegar y Mateo pretendía tener todo listo.

– ¿Quiénes son ustedes, pues? ¿Acaso ángeles? – Preguntó extrañado.  Uno de los dos forasteros, el mayor, con rostro grave respondió:

– Somos Tony Newman y Douglas Phillips, del proyecto Túnel del Tiempo.

Lo siento, no pude evitarlo; ese es un chiste que se contaba desde finales de los ‘60 y durante los ‘70 entre los amigos y en la sobremesa de Navidad cuando comenzaban a fluir los digestivos y aparecían los relatos irreverentes. Para las nuevas generaciones, se impone el contexto: El Túnel del Tiempo fue una serie de ciencia ficción (si acaso), que tuvo mucho éxito en México (aunque con la brevísima vida de una temporada) y contaba la historia de dos agentes norteamericanos perdidos “en el eterno laberinto del tiempo”.  Formaban parte de un proyecto ultrasecreto para estudiar el pasado y el futuro, pero un error en el sistema (para variar), provocaba que nunca pudieran volver a su época actual (mil novecientos sesenta y pico). Desde tiempos bíblicos (no, no fueron a los tiempos de Jesús), pasando por la Edad Media, la última batalla de Custer o proteger a un noble indígena perseguido por el sanguinario Cortés. Como entretenimiento, nos tenía a todos pegados al televisor, grandes y chicos cada semana por el canal 5.  Lo malo es que nuevamente, la transculturación norteamericana decidía que no tenía nada de malo hacerle cambios a la historia aquí y allá para darle ese toquecito dramático a pasajes que podrían ser un poco aburridos. Lo malo es que muchos crecimos tragándonos esas falacias. Hasta nuestros maestros de primaria llegaban a recomendar el programa. Como dijera la directora del departamento de Historia de la Universidad de Cambridge opinando sobre la película Apocalypto: “¿Quieres aprender historia? Mejor lee un libro”.  Todo obedecía (y obedece) a rendirle tributo al rating y no, como mencionan Mattelart y Dorfman, un intento del imperialismo para esculpir consciencias de los no alineados trastocando los hechos (Para leer al Pato Donald).  Aunque sí, hay quienes hacen y rehacen los hechos a pura conveniencia ideológica. De repente nos da por el maniqueísmo y el victimismo y el síndrome de los “pobrecitos conquistados”.

¿Más o menos a qué vamos?  Desde luego a inventarnos personajes históricos y sobrenaturales para inflamar el espíritu patriótico (o patriotero) del pueblo (lo que quiera significar con esa palabra tan etérea y dúctil).  Alguna vez platicamos sobre la reinvención de los Niños Héroes por parte del gobierno del presidente Miguel Alemán y todo para calmar los ánimos de quienes se molestaron por la ofrenda dejada en el Altar de la Patria por parte del presidente Truman conmemorando un siglo de la guerra entre los dos países vecinos. Como oportuna cortina de humo y providencialmente, se “encontraron” huesos en las faldas del Castillo de Chapultepec con las osamentas de los arriesgados jóvenes que ofrendaron su vida por defender su Colegio Militar; a partir de ahí, construyeron el mito. Algún día contaremos la historia a la luz de la arqueología, pero baste decir que lo que hallaron, ninguna correspondía a los cadetes. Sin embargo, el truco funcionó y hoy, nadie le presta mucha atención a los reclamos revisionistas. Sí fueron héroes, peeeeroooo…

Sí, pero, ¿y luego?

Parece nimio, ridículo, puramente anecdótico. Se puede quedar en un berrinche la no invitación al rey de España, Felipe VI por parte de quienes organizaron la toma de protesta de la primera presidenta constitucional de México. También podría quedar como pataleo la respuesta del gobierno ibérico que suena a “¿No invitas a su majestad? Tons no va nadie. ¡Jum!”   Podemos seguir con esa danza por siglos, como examigos chismosos, pero eso no abona al desarrollo intelectual, cultural, económico, político de los pueblos; más bien, nos atrasa. A mí lo que me preocupa es cómo insistimos en avivar la llama del resentimiento; crecer alimentados con rencores gratuitos. “Lo que ustedes le hicieron a mi pueblo”, se lamentaba un usuario mexicano de X peleándose con otro, presumiblemente madrileño, quien respondería…  ¿Ustedes? Mis antepasados se quedaron en España. ¿No habrán sido los tuyos?

No puedo estar más de acuerdo con quienes apuntan que lo más sensato habría sido escribir juntos, Iberoamérica y España, una hoja de ruta; hermanarnos en nuestras coincidencias y aceptar las barbaries de uno y otro lado. Pero no, el orgullo, el protagonismo, el culto a la personalidad pueden más. Montescos y Capuletos buscando una satisfacción al agravio.  Quinientos años después. Vanidad de Vanidades, escribe el Eclesiastés.  Pudiendo compartir tanto aprendizaje, tantos sonetos, tanta historia común, tantos chiles en nogada, vajilla de Talavera, mole poblano; tanto cultural e intelectualmente delicioso mestizaje. No. Lo mío es el rencor sin fundamentos, barato, falaz, transmitido, lo más grave, por los sistemas educativos nacionales y en la mesa del comedor. Seguimos, como Newman y Phillips, perdidos en nuestro laberinto del tiempo inventando la conquista de un país que entonces no existía…  por otro que tampoco.  ¿No les digo?

Iñaki Manero.

 

 

 

  Bitácora de viaje  L

por NellyG 2 septiembre, 2024

 

 

Y dice la crónica que Arturo no murió en batalla; fue llevado por las hadas hasta Avalon  en donde permanece y volverá a Inglaterra en su hora de mayor necesidad…

– Crónicas Artúricas.  O algo así.

 

En el siglo XV, un tal Geoffrey de Monmouth, fraile y adelantado por milenios a la psicoterapia,  se inventó una serie de personajes que reventaron la imaginación de la época hasta tal punto que los lectores de estas sagas terminaron creyendo que lo que leían era historia pura y dura. Contaba las andanzas de un tal Arturo, que había llegado a ser rey de los bretones gracias a que logró extraer la proverbial espada en la piedra (o, en su versión multiversal, un hada sacó su manita de un lago y se la dio).  Algo así como el ¡cof! ¡cof! bastón de mando. El caso es que Arturo se convirtió en rey de Inglaterra y junto con su grupo de valientes que se sentaban alrededor de una mesa redonda (gran experimento de socialdemocracia) para planear cómo defender la verdad y  la virtud en un tiempo azotado por invasiones bárbaras, impartían idílica justicia desfaciendo entuertos.   En la historia hubo de todo: momentos de gloria y traiciones de pareja y amigos; magia negra y blanca; peleas espectaculares, efectos especiales, muchos extras y, no podía faltar, una muerte gloriosa (sí, Tolkien tomó todo eso y más para su famosa saga de los anillos).  Pero, como ocurre con los héroes, no podemos, no queremos conceder que quedaremos en la orfandad y seremos vulnerables sin una figura señera y moral que nos ilumine el camino.  Por lo mismo, el revisionismo se consiguió aquello de que en realidad, Arturo y sus muchachos no se fueron para siempre; están en una especie de criogenia o animación suspendida en la isla de Avalon (nombre de un gran disco de Bryan Ferry, por cierto) y regresarán justo cuando las fuerzas de la obscuridad quieran atenazarnos con sus garras.  Ignoro si esto ya sucedió, pero hay un cuento estupendo en donde el rey y su grupo de héroes, vuelven como pilotos de la Real Fuerza Aérea justo en el momento en que la Alemania Nazi planeaba asesinar la libertad y sumir al mundo en las tinieblas.  Ha sido el primer ejemplo que me vino a la mente, pero no el primero en la cronología,  porque, y aquí lo conectamos con el kriptoniano de la capa roja de quien platicábamos hace un mes, los seres humanos, de todas las épocas, no podemos vivir sin héroes, que siempre reencarnan, con distintos cuerpos y justificaciones, en nuestros momentos de mayor necesidad. Se llaman arquetipos y representan aquellos más atenazadores miedos y  más sublimes esperanzas.

En su estupendo estudio La Historia inicia en Sumer, el arqueólogo Samuel Noah Kramer nos lleva de la mano a través de la primera civilización bien establecida de que se tenga registro.  Sumeria, con sus grandes ciudades Ur, Uruk y Lagash dieron cabida a las primeras historias fantásticas de la especie humana conservadas para la posteridad en ese salto cuántico llamado escritura. Una civilización que nos contó por primera vez el relato de un Diluvio Universal que, siglos más tarde sería versionado con éxito arrollador por los hebreos exiliados en Babilonia y que escucharon la leyenda de Gilgamesh. El cuento fue corregido y editado para que cupiera en una sociedad monoteísta como la del pueblo judío que de esta época también tomó figuras como la de seres alados fantásticos que tienen relación con los seres humanos (sí, nuestra imagen estereotipada de ángeles, similares y conexos).  Gilgamesh, pues, es el primer héroe que tiene un origen divino y humano y por lo tanto, a pesar de sus extraordinarios poderes, inclina la balanza para cuidarnos, ayudarnos y enseñarnos el camino de la virtud.  A partir de ahí, hasta el infinito y más allá.  Todo lo que sigue, Prometeo, Hércules, Sansón, Teseo, Krishna, Aquiles, Arturo, Lancelot, Ahura Mazda, el arcángel Miguel, Thor (antes y después de Marvel), Quetzalcoatl,  Robin Hood, Tarzán, Amadís, Clark Kent, Bruce Wayne, Peter Parker, Diana de Temiscira…  Cada uno de ellos y ellas nos ha representado en la búsqueda de la virtud a pesar de tener que lidiar un día sí y otro también, con la humana imperfección.  Esos avatares, arquetipos, diría Jung, están insertados en una zona del cerebro que le pide a gritos a la corteza prefrontal que somos algo más que simios con columna y cadera evolucionada descendiendo  por fin de los árboles. Los arquetipos, siempre los mismos, cambian el disfraz según la civilización, la tecnología y el código de comunicación de la época.  Hoy ya no se llaman Gilgamesh o Sansón; hoy se llaman Supermán, Flash, Aquamán. Desde luego, las figuras religiosas, en similar origen,   entran en otra categoría, todo para no ofender a gente sensible, pero juegan con el mismo principio.

Jugar. Retomemos la palabra:  a ser vaqueros, astronautas o superhéroes, es algo más que una actividad lúdica; libera el arquetipo, lo deja manifestarse y nos transmite sus características particulares que podemos usar de manera consciente.  Hay un ejercicio interesante que se puede realizar todas las mañanas tan pronto nos levantamos de la cama y nos enfrentamos con la imagen del espejo; se llama “la pose del superhéroe”: ponga usted los puños en las caderas, infle el pecho. Muy bien. No tanto, porque parece guajolote; mire al frente con la barbilla levantada. Así, retando a lo que nos traiga el día. No, no saldremos volando por la ventana, ni jugaremos billar con asteroides, pero nos hará sentir, gracias a las endorfinas, que somos mucho más que una estadística y un número en el censo. Sí, de esto se trata. Así que, si está usted en medio de un día olvidable, recuerde que no está solo: dentro de usted se encuentra todo un ejército de dioses, semidioses y héroes recogidos de entre  la historia humana en el famoso inconsciente colectivo: ese Internet que discurre por vías fijadas hace milenios por la evolución. O de plano, invoque el nombre de Shazam con la presencia de no uno, sino seis avatares distintos.  Los creadores de este personaje justiciero llegado al cómic en 1940, Clarence Charles Beck y Bill Parker, eran unos genios incomprendidos. Lograron entender a Jung, mucho mejor que Jung; y no se preocupe, no le va a caer un rayo.

El mundo de los seres fantásticos, si hemos de creer la teoría de este discípulo de Freud, no es tan fantástico después de todo. Es tan humano como nosotros; la veta de donde han sido minados pertenece a esa esencia durmiente de axones y dendritas.  Todos son variaciones sobre un mismo tema: luz y obscuridad; Supermán y Batman. Tan sólo están esperando a que los invoquemos y saldrán con milenios de experiencia para ayudarnos en nuestra hora de mayor necesidad.

Iñaki Manero.  Poseidonis, Reino de Atlantis, 2024.

Y recuerden amiguitos: el cómic es cosa seria.

 

           Bitácora de viaje XLIX

por NellyG 1 agosto, 2024

 

   Muchos de nuestros sueños parecen al principio imposibles, luego pueden parecer improbables, y luego, cuando nos comprometemos finalmente, se vuelven inevitables”.

Christopher Reeve

 

Ningún radar creado por el ser humano pudo anticipar el ingreso a la atmósfera terrestre de ese bólido; sus sistemas estaban diseñados para ser indetectables por cualquier tecnología inferior a la que lo envió.  Y el destino de la cápsula estaba programado cuidadosamente para llegar hasta donde tuvo que hacerlo.  Un padre y una madre  desesperados, pertenecientes a la élite científica de su mundo, deciden jugarse el todo por el todo.  El planeta moribundo era sacudido por violentos terremotos producidos por los cambios en la composición y magnitud de Rao, el impresionante  sol rojo que iluminaba y daba vida a ese sector.  Los del comité nunca quisieron escuchar y como casi siempre, a la ceguera de la burocracia, sigue el desastre. Querer hacer experimentos con su estrella para hacerla más eficiente, es el pecado que cientos de millones de seres estaban a punto de pagar con sus vidas y el fin de la cultura más prometedora y rica de aquella galaxia en espiral.  Pero el fin tardó algún tiempo en términos orgánicos, por lo que se creyó que el proyecto había resultado todo un éxito. Sin saberlo, los metabolismos de toda vida habían sido sometidos a profundos cambios a nivel celular.  En el momento del desastre último, que llegó rápido, no hubo tiempo para preparar embarcaciones suficientes y desalojar a la población. Únicamente, antes del destello, un pequeño vehículo pudo escapar de la intensa radiación, del tremendo tirón gravitacional de Rao y ser, por poco margen, más rápido que la onda de choque que condenó a la nada a  lo que hasta hace unos instantes había sido el orgulloso Kriptón.

Si el inicio de esta historia no te parece remotamente conocida (confieso que agregué algunos extra de mi cosecha, porque, me encanta el oficio de crear universos paralelos), a lo mejor no has estado en la Tierra desde 1938 hasta la fecha o acaso has estado desconectado de la cultura popular por algún voto monacal.  Se trata del personaje que apareció por primera vez en el número uno de la revista de historietas Action Comics, fechada en abril de ese mismo 1938; concebida y dibujada por un par de veinteañeros judíos en Cleveland, Ohio: el norteamericano Jerry Siegel y el canadiense Joe Shuster. Curioso que crearan, en su forma final, a un ser con súper poderes y alto sentido moral enviado por su padre al mundo para salvarlo. Sí, la analogía cristiana es asombrosa. Pero, coincidencia o no, no se trata de hacer análisis religioso; con el puro aspecto psicológico/sociológico/antropológico tenemos para dar y regalar sobre un fenómeno de masas que para algunos pseudointelectuales, es una pérdida de tiempo y únicamente sirve en  analfabetas funcionales y débiles mentales.  Como dicen en mi pueblo, “eso sí enchila”.  Vayamos por el principio. Y mientras tanto, en Metrópolis…

Nunca lo he negado, ni lo negaré.  ¿Por qué cuesta tanto trabajo aceptar que una persona adulta (entrando a la liga del adulto mayor) que trabaja, paga impuestos, es padre de familia, tiene pareja, bebe un mezcal de vez en cuando y ya tiene que cuidar su colesterol, triglicéridos y próstata, sigue leyendo revistas de historietas como si fuera un crío de diez (o hasta menos)? Hay gente a la que le provoca más pena que lo cachen con Kalimán, Spiderman o Chanoc que viendo pornografía.  “Quesque porque es de escuincles”, dirían.  Resumiendo, me encanta desempolvar esas viejas portadas, esos dibujos dignos de una exposición, el entintado, las letras con todo e interjecciones onomatopéyicas y sumergirme en la historia en donde los buenos ganan  y el malo tiene un final horrible. Si es evasión de la realidad, por un rato, y para las tragedias que tengo que comunicar todos los días en las noticias, esa dimensión de bolsillo de escasas 32 páginas, se convierte en tiempo muy bien invertido para proteger mi saludo mental.  Además de reconectarme con el niño despeinado de gafas y jeans desgastados, ¿qué tiene de relevante para explicar nuestros vacíos inconscientes seguir la historia del huérfano espacial en ropa interior y su club de la testosterona? Mucho. Un poco de contexto, como piden ahora los chavos (y qué bueno que lo hacen)…

En 1938, soplaban vientos de guerra desde Europa  a pesar de que Estados Unidos públicamente no tenía intención de participar otra vez en ningún conflicto doméstico o ajeno. Judíos migraban desde el viejo continente por montones escapando del antisemitismo hacia un país que no la tenía fácil; estaba a punto de cumplir una década de la peor depresión económica en su joven historia.  La gente estaba nerviosa, decepcionada, necesitada.  Los campos no producían más que polvo y la moral apenas sobrevivía gracias a entretenimientos como el cine, su barata golosina las palomitas de maíz, el béisbol, la radio, que unía a la familia llegada la noche y la lectura, en la mayoría de los casos, de novelas baratas de misterio, fantasía y algo parecido a la ciencia ficción hechas de pulpa de corteza de árbol (de ahí el título de Pulp Fiction para la película de Tarantino).  La prohibición había terminado cinco años atrás; Eliot Ness regresaba a casa y tanto pobres como ricos, ocultaban sus depresiones con el brebaje que se ajustaba a su presupuesto.  Las mafias ya no traficaban alcohol, desde luego; ahora, como buenos empresarios que eran, son y serán, fieles a no poner todos los huevos en la misma canasta, trasegaban la heroína, marihuana, regenteaban casas de apuestas de todo tipo y esa forma de moderna esclavitud  conocida en nuestros días como trata de personas en su modalidad de prostitución; los maridos sin empleo, aburridos, golpeaban constantemente a sus parejas en un brutal desahogo de frustración; la policía no paraba de extorsionar al ciudadano para cumplir con el porcentaje del capo local. Sodoma y Gomorra, la Gran Babilonia. Sí; la Biblia está repleta de alegorías y metáforas que describen la vulnerabilidad del espíritu humano cuando el hambre y la necesidad defenestran los valores que distinguen sociedades sanas.  Parecía la corrosión de esa pujante Unión Americana surgida apenas siglo y medio y que había decidido en un solo año, el fin de la Primera Guerra Mundial. La situación pintaba desesperada, hasta que…  ¡Arriba en el cielo!  ¡Es un pájaro! ¡Es un avión!…

Esta historia continuará en: El regreso de los arquetipos o Jung se pone capa y ropa ajustada.  No le cambien, amiguitos, porque Supermán no llega solo.

Bitácora de viaje XLVIII

por NellyG 1 julio, 2024

 

 

Para la mayor parte de la historia, “anónimo” era una mujer.

Virginia Woolf

 

El sol se ocultaba y sus últimos rayos en el poniente, acuchillaban con luz naranja las ventanas abiertas de la habitación que, en breve, sería iluminada por velas nuevas, de distinto tamaño para acomodarse en candelabros y arañas. Ningún rincón podría permanecer en sombra; las sombras ocultan, protegen secretos, conspiran. El palacio era todo movimiento; cocineras, mayordomos, cocheros, soldados, galopinas, mocitos; cada uno conocía su coreografía porque cada noche, como cada día, tenía que ser perfecta. Y es que, administrar un castillo no era cualquier cosa y más con la emperatriz pendiente de cada detalle, como en su corte natal. Estaba empeñada en convertir esa tierra de salvajes en un nuevo mundo, educado con el conocimiento, el arte, la tecnología que avalaban miles de años de herencia grecolatina. Había llegado para grandes cosas; era su destino, su privilegio y soberanía. Dios la había enviado a gobernar y asentarse en ese paraíso de colores, sabores, texturas, rostros. Pero también de violencia, miseria, injusticias. El emperador había salido a una más de sus habituales expediciones tras mariposas (reales o alegóricas) y las riendas de un territorio de cerca de dos millones de kilómetros cuadrados, requería de decisiones firmes mientras lidia con un mundo de hombres incómodos unos, furiosos otros, típicos especímenes del conservadurismo macho de mediados del siglo XIX. Esa noche era reunión de ministros, y no, no sería un encuentro fácil. Se revisaría su más reciente decreto sobre la Ley de Instrucción Pública, que garantizaba la educación, por lo menos primaria, de forma gratuita y obligatoria. Algo que ni el muy liberal depuesto presidente de la vieja República, en aquel momento dirigiendo la resistencia y consiguiendo fondos para recuperar el poder, tenía todavía en el radar, sobre todo en la envergadura que la emperatriz proyectaba. Y fue justamente el pensamiento moderno, revolucionario, tendiente al laicismo y a la reivindicación por los derechos de los grupos más vulnerables, la debacle del incipiente imperio y el abandono de los grupos conservadores que cruzaron el mar para llevarlos, a ella y a su amado pero distraído esposo, a un nuevo y surrealista mundo. Los hados tenían un destino muy diferente al que imaginaban aquel día en que desembarcaron. Él, terminaría atravesado por las balas del pelotón de fusilamiento, último capítulo para la pretendida restauración de la República; ella, enloquecida, recluida en el obscuro torreón del castillo familiar en Meise, Bélgica, hasta su muerte, ya bien entrado el siguiente siglo.

De haber tenido cognición suficiente para inteligir lo que le sucedió, Carlota Amalia se habría lamentado, además del engaño, la pérdida del ideal imperio, el abandono del ejército expedicionario francés con los frustrados y muy molestos conservadores mexicanos y la muerte de su amado Max; el ser borrada de la historia de un país, que por sus cartas y referencias de contemporáneos, llegó a amar hasta el delirio. Benito Juárez tomó una dura decisión: dejar precedente para que a ningún otro aventurero europeo se le ocurriera el disparate de instalarse en territorio americano y de paso, haciéndole un favor a los Estados Unidos revalidando la Doctrina Monroe. Esos son hechos históricos, puros y duros que quedan para la mesa de discusión. Innegables, sí, a pesar de sus detractores liberales y conservadores, eran las intenciones de la pareja imperial, sobre todo Carlota, a quien apodaban La Roja, por sus ideas que hoy podrían ser comparadas con regímenes más orientados a la izquierda moderada o de menos, si se quiere, a la socialdemocracia, término tan manoseado por políticos que no quieren comprometerse con ser relacionados hacia ese lado del espectro político. Se dice que el hermano de Maximiliano, Francisco José de Austria Hungría y Bohemia, quería tener lo más lejos de Europa a su carnal y sobre todo a la cuñada. No fueran a contaminar todavía más el meneado clima ideológico en la zona. El fin del Segundo Imperio Mexicano no tomó por sorpresa a quienes conocían el movimiento de piezas y el reordenamiento de las potencias mundiales; ese simple hecho histórico, le abrió camino a los norteamericanos; terminada su cruenta Guerra Civil, seguirían extendiendo la hegemonía militar, política y sobre todo económica. Lo que menos queda para la reflexión y el análisis, y sí para el encubrimiento, la negación y la apuesta al olvido, es que en México, haya sido como haya sido, hubo una mujer gobernando. Por cierto, para, iniciar la plática, Ana María Huarte, esposa de Agustín de Iturbide, no intervino en el manejo del nuevo país que mal llevaba su marido. Aunque, María Ignacia Rodríguez de Velasco…

Hoy, 2024, en unos meses, una mujer volverá a gobernar, luego de casi 160 años de pacto político patriarcal y una intensa y desgarradora lucha por reivindicar derechos. Ni siquiera se está cerca del objetivo, pero se ha avanzado; todavía hay fuerzas que se empeñan en ser “el poder detrás del poder”, mujeres incluidas en la facción machista. Hoy, la próxima jefa del Poder Ejecutivo, tiene la gran responsabilidad de seguir tendiendo puentes y comprobando la idea de que, cuando hay mujeres en las riendas de una sociedad, los problemas no se arreglan comparando el tamaño del… misil, sino con diálogo y preservando en lo posible la paz y la concordia. La mujer es por naturaleza maternal, confortante, solidaria, pero también firme cuando se necesita tomar decisiones que impacten positivamente a la mayoría. Las Isabeles, Indiras, Goldas del mundo han sido prueba de liderazgo indiscutible. ¿Voto de confianza? Desde luego. En la medida en que trabaje para todos y no únicamente para quienes sufragaron (muchos, pero no todos) por ella. En la medida en que no se vea la sombra parasitaria de un Maximato; en la medida en que las obras sean amores y no buenas razones. En la medida en que el sentido común y la universalidad se asienten en la vida diaria de las sociedades y las realidades. Leona Vicario, Josefa Ortiz, Gertrudis Bocanegra, Sor Juana Inés de la Cruz, Frida Kahlo, Carmen Serdán, Elvia Carrillo Puerto, Matilde Montoya, Carmen Mondragón, Rosario Castellanos, Antonieta Rivas Mercado, las Soldaderas, la Güera Rodríguez, Carlota Amalia…  La próxima presidenta constitucional de México dijo bien independientemente, reitero, de que se haya o no votado por ella: “No llego sola, llegamos todas”; por todas, personalmente entiendo y cuento a las anteriores y muchas más para recordarle su deber. Que así sea.

 

 

Bitácora de viaje XLVII

por NellyG 1 junio, 2024

Política es el arte de tragar sapos, sin hacer gestos».

  Adolfo Ruiz Cortines. 

 

¿Te enojaste porque en tu localidad aplicaron la Ley Seca antes y durante la jornada electoral? Al momento en que mis neuronas comienzan a disparar a sus mensajeros químicos (vulgarmente llamados neurotransmisores) para generar o no impulsos eléctricos y crear conexiones nerviosas traducidas en respuestas para poder redactar esta Bitácora, faltan unas horas para la veda electoral y poco más de 72 para que abran casillas el domingo 2 de junio de 2024 a las 8 de la mañana (hora chilangocéntrica).  Sin duda ha sido el proceso de campaña más complicado en la historia moderna de nuestro país en su incipiente camino hacia algo que pudiera bosquejarse como democracia. Oficialmente, las campañas iniciaron en marzo (digo oficialmente, porque para algunos, iniciaron hace seis años y hay otros que llevan toda la vida en eterna contienda electoral). El haber comenzado con actos proselitistas en franca violación a la ley, únicamente nos confirma el desmadre de país que tenemos (Desmadre: Acción y efecto de desmadrarse, conducirse sin respeto ni medida. Fuente: RAE) y a la falta de caninos superiores e inferiores en la dentadura del Instituto Nacional Electoral, gobernado actualmente por una persona que tiene a buena parte de su familia viviendo del erario o muy cercanos al gobierno federal actual (lo siento, no me pude aguantar). Ya sabemos que no somos iguales, no, para nada. Como decía Orwell, todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros. ¡Pos oye! Hay niveles y ahora nos toca a nosotros.

  1. Baltimore, Estados Unidos. Elecciones locales. El 3 de octubre se encontró a un hombre vestido con andrajos, sobre el suelo y diciendo incoherencias. Se le llevó a una casa de socorro y falleció delirante el 7. Fue enterrado en esa ciudad y por lo mismo, un equipo de futbol americano lleva en su nombre algo relacionado con él. ¿Qué le pasó? Verdaderamente es una historia que podría superar muchas de las narraciones extraordinarias de este padre del cuento policíaco. Dentro de las muchas versiones sobre su caída en desgracia, está la que menciona que pudo haber sido secuestrado por agentes electorales en una práctica denominada en inglés “cooping”, cuyo antecedente se debe al ejército durante la Guerra Civil para enlistar reclutas “voluntariamente a fuerza”. ¿Cómo funcionaba? Los agentes electorales de uno u otro partido buscaban en las zonas más pobres de las ciudades a gente de muy bajo perfil; preferentemente forasteros, personas en situación de calle y, sus favoritos, alcohólicos o adictos al opio. Los drogaban, les daban de beber hasta casi el desmayo, y hacían un tour con ellos por las distintas casillas electorales, cambiándoles la ropa en cada una de éstas e incluso usando pelucas y barbas postizas para finalmente, terminado el recorrido, ser abandonados, inconscientes, algunos congestionados y moribundos en la vía pública. Nuestro personaje, posiblemente muy disminuido físicamente por la tuberculosis, la desnutrición, síndrome de abstinencia etílica o una combinación de todo ello, era la víctima perfecta para estos chacales de la democracia.

Estamos hablando del siglo XIX. En el estado de Maryland, con todo y la tradición de las regiones más cultas e históricas de los Estados Unidos, al igual que el medio oeste y el salvaje oeste a donde apenas se dirigían las carretas de pioneros (recordemos que ese país recientemente había pactado la paz con México tras hacer el negocio de su vida pagando 15 millones de dólares por Nuevo México, Arizona, la alta California, etcétera), el término elección limpia era una tomada de pelo que, como ahora, muy poca gente cree a pie juntillas. Otros países conocían el cooping, tropicalizado a cada realidad, incluyendo nuestro pintoresco país con su santanismo (por Antonio López, no por Carlos) y tal vez sin copiarle uno al otro. Es una trampa tan siniestra y despiadada, cuyo único objetivo es engordar urnas por el poder, que parece haber salido de la mente del auténtico padre de la mentira vía inconsciente colectivo. Como por ejemplo, el gusto por los corridos tumbaos.

En la antigua Persia, se estilaba que las decisiones más graves y trascendentales en cuestiones políticas y de buen gobierno, fueran tomadas por el consejo, incluido el rey, en completo estado de ebriedad y ésa, por cierto, no fue la causa de la caída del imperio. Muy al contrario, al otro día, superada la resaca, se volvían a reunir y evaluaban los proyectos que habían aceptado la noche anterior en medio de la bacanal. Si sobrios les seguían pareciendo coherentes las reformas, venga, adelante con el decretazo. Una forma muy inteligente de probar científicamente que decidir por pura víscera eufórica es patéticamente retrógrado. Preguntaba y respondía un gran maestro: ¿Qué hace una persona alcoholizada a las tres de la mañana en su casa, solo y con un teléfono celular en la mano? Puras pend%$&/)(adas.

Así que, queridas amigas y amigos que siguen en la indignación porque en ciertas localidades les aplicaron la restricción a bebidas espirituosas en su vinatería consentida durante las horas de la reflexión, análisis, razonamiento y ejercicio cívico del voto, les recuerdo que normalmente nuestra madurez política se resume a elegir gente nada más porque tiene bonito copete, se hace la víctima eterna (nos encantan las historias de víctimas; desde la Conquista), usa botas vaqueras y es “echao pa´ lante” o se la pasa besando bebés (guácala). Eso, sobrios y con nada más fuerte que un café de olla. Imagínense obnubilados por los vapores etílicos en donde la corteza cerebral deja de ser eficiente y la zona límbica y el complejo reptil salen a jugar. Es por eso, compatriotas, que la nación les pide el supremo sacrificio. Por lo general votamos por el (o la) menos peor, imaginen llegar a la sagrada urna con tres disparos de Tonayán entre pecho y espalda. ¡Por su madre, bohemios!

Iñaki Manero.

Escena poscréditos: Sí, era Edgar Allan Poe. Y el equipo de fútbol americano es los Cuervos de Baltimore. Never More.

Bitácora de Viaje XLVI 

por NellyG 1 mayo, 2024

 

 

Boy, you’re gonna carry that weight

carry that weight a long time.

boy, you’re gonna carry that weight

carry that weight a long time.

The Beatles, Abbey Road, 1969.

 

Churchill llevaba varios años muerto; en Londres había una gran conmoción.  La gente se arremolinaba y el centro del escándalo era una estrecha entrada por donde George Harrison intentaba meter una caja o mueble llena de objetos diversos e intrascendentes; desde adentro, varios ayudábamos al Beatle zen a cargar ese peso imposible.  No sabía por qué, pero la caja tenía que entrar a como diera lugar; era imperativo aún a costa de mi propia integridad. Y vaya que sí.  A dos días de haber sido operado de un ojo, la doctora tenía prohibidísimo que hiciera cualquier cosa que representara esfuerzo y éste vaya que lo era.  Pero había que cargar ese peso. Mientras tanto, resonaba la canción escrita por McCartney para el Abbey Road, aquel en el que aparecen los cuatro cruzando el paso cebra y al fondo el vochito que se hizo mundialmente célebre.

Pasó el tiempo y lo recuerdo nítidamente: mi esfuerzo desde adentro del local  para hacer entrar el pesado mueble/caja; la mueca de dolor en el rostro de Harrison pero a la vez de triunfo al darse cuenta que se estaba logrando el cometido.  Y la gente empujando atrás.  Los londinenses de rostros difusos, algunos reconocibles, apoyando, los que alcanzaban a tocar la superficie del objeto, con fuerza bruta; los demás, con porras y cánticos como tantas veces se ha escuchado en partidos de los Gunners, los Man U o el Liverpool. Era una fiesta en donde todos están conectados para un bien común.  Mi mente voló años atrás, cuando Churchill vivía y Alemania, luego de muy poco esfuerzo por agotar los argumentos diplomáticos para evitar una confrontación, decide iniciar el operativo “León Marino” para la invasión de las Islas Británicas y poner fin a la guerra relámpago comenzada un año antes con la incursión a Polonia. Hitler tendría acceso más libre al Atlántico, pactaría con los norteamericanos que tendrían del otro lado de la  pinza a Japón y luego vía libre para iniciar el frente oriental contra el odiado enemigo soviético. Todo parte del desquiciado delirio de un resentido enfermo de poder y odios mal encauzados que en su confusión mental, no entendía cómo era posible que las potencias emergentes de aquella Gran Guerra del 14 no entendieran el grave riesgo del comunismo y la contaminación racial que implicaba mantener a los judíos detentando el control económico mundial.  Una confusión mental que tuvo eco en un pueblo alemán devastado por el Tratado de Versalles veinte años atrás y que deseaba escuchar lo que fuera, aunque ellos supieran que “lo que fuera”, era un batiburrillo de embustes y alucinaciones seudohistóricas y seudocientíficas.

Winston Churchill pudo ser un engreído, borracho, insufrible, imperialista, clasista que erró el camino más veces que acertarlo.  En una ocasión provocó un desastre en Turquía durante la Primera Guerra Mundial en donde perdieron la vida miles de soldados británicos.  Pero en esos momentos cósmicos en que la definición de un segundo hace un universo o lo resquebraja. No pactar con Hitler, como deseaba su antecesor Neville Chamberlain  y dos, tras la heroica evacuación de Dunkerque y a punto de ser arrollados por la fuerza aérea más brutal de la historia, un discurso que hizo la diferencia con un pequeño y poderosísimo detalle que movió soldados, ciudadanos de todas las edades, conquistó al mundo occidental y cerró voluntades y esfuerzos tras una sola meta: hacerle frente a la obscuridad, la ignorancia, el fanatismo y la dictadura que amarra en sus falacias, cualquier posibilidad de autodeterminación democrática. El detalle – y luego dicen que no hay magia en las palabras – , fue cambiar el “yo” por el “nosotros”.

De acuerdo y muy de acuerdo con el guionista cinematográfico Anthony McCarten, autor de Las Horas Más Obscuras – película imperdible – , una semblanza de los momentos en que Churchill duda entre pactar la paz con el abismo o, como él mismo decía, “Si vas cruzando por el infierno, sigue adelante”, el éxito del viejo bulldog inglés consistió en conocer el estilo egocéntrico, desquiciado y volcánico de Hitler instalado en el mesías que todos debían escuchar y seguir. Todo se trataba de él; todo comenzaba con él y terminaba con él. Toda crítica, toda duda, todo recelo era en su contra, para dañarlo y así dañar al pueblo por ser él la representación y encarnación del espíritu de la patria.  Por el otro lado, Churchill apelaba por el we shall (haremos), en lugar del Ich werde (haré).  “Somos”, “vamos juntos”, “triunfaremos”, “con toda nuestra potencia”.  No erigirse como el redentor y taumaturgo, sino como el compañero de senda; ese que te anima cuando ya no puedes más y que sabes que sería capaz de dar la vida por ti en la trinchera obligándote a corresponderle en la misma medida. El bien por el bien y no la obediencia por miedo o por ciego fanatismo. El pueblo alemán cometió, en su desesperación, en su miedo, el catastrófico error de otorgar y concentrar el poder en una secta de desquiciados que se daban cuerda unos a otros en sus fantasías. Hoy, aprendida la lección y mirando para adelante,  es el país que carga sobre sus hombros parte del destino de Europa; la voz de la consciencia, el llamado a la integración.

Regreso al momento en que Churchill llevaba tiempo de haber fallecido. En realidad, Harrison también.  De hecho, los Beatles oficialmente se separaron en 1970. En ese entonces yo tenía seis años y desde luego no estaba cargando junto con George y la multitud apoyando, un peso increíble. Eso fue anoche, el momento favorito en que los dioses juegan con tu mente y la revuelcan para tirar la basura psíquica y te dejan un reto interesante en el sueño para descifrar cuando buscas algo que valga la pena verter en papel.  Dicen que Paul McCartney, autor de la letra, la escribió como un  manifiesto de que nada que hicieran en el futuro John, George, Ringo o él en solitario, se equipararía  al esfuerzo conjunto;  tendrían que cargar con el peso del fenómeno Beatle por el resto de sus días.

Una pequeña perla etimológica para seguir despertando: Demos – pueblo, cratos – poder.   El peso del poder, o se reparte y comparte, o nos aplasta.

 

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