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Revista Latitud 21
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Iñaki Manero

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Bitácora de viaje XLII

por NellyG 31 diciembre, 2023

La procastinación es la ladrona del tiempo.

– Charles Dickens

 

Una tarde sin un tema para escribir. Sequía del escritor, que le llaman.  Sobre todo, cuando tu trabajo es básicamente escoger temas para hablar y desarrollar, medianamente inteligentes (de preferencia más que eso) y captar la atención de miles, tal vez millones de escuchas que no te tomen como un distractor mientras manejan o preparan la comida; que, en suma, estén pendientes de lo que dices y se conviertan en jueces (terribles a veces) de tu discurso. Sabes que en el mundo de la comunicación, para quien pone atención y no solamente oye, sino escucha, habrá palabras tuyas que para bien o para mal, estén escritas en piedra. Ese es el reto que todos los días asumimos cuando comenzamos a comunicar: que el mensaje sea claro, sin ambigüedades. Y el periodismo electrónico de opinión es un durísimo sinodal. Depende del formato, pero por lo general en la radio en vivo, tienes entre cinco y diez minutos para iniciar, desarrollar, anudar, desatar nudo y concluir una reflexión que el receptor del mensaje pueda llevarse a casa y a su vida. Lo mismo pasa cuando tienes que escribir y tu editor (esos queridos tiranos), te avisan que se adelanta por Navidad la entrega para la edición de enero. Y aquí es donde la historia se pone interesante…

El médico suizo Carl Gustav Jung jugó con cosas muy antiguas y personales como las sincronicidades. Pensar en alguien y recibir una llamada suya; traer una canción pegada desde la mañana y al sintonizar la radio, ahí está. ¿Existen las casualidades o las causalidades? El último disco de The Police le dedica el título y dos temas a esta pregunta (Synchronicity, 1983).  Pero, ¿en dónde estábamos?  El sábado por la tarde, mientras ignoraba el malestar de la gripa y tomaba una ducha, pensaba en (cosas que a uno se le ocurren en la ducha) lo poco o lo mucho que hemos avanzado en mejorar las condiciones de vida de los trabajadores desde la Revolución Industrial (les digo que son cosas que a uno se le ocurren en la ducha).  Pensaba en el maltrato a los niños en las fábricas europeas, las largas e inhumanas condiciones de esclavitud y horarios de labor y cómo Hegel, Marx, Engels, et al y sus ideas, fueron consecuencia y respuesta a esta rapacidad del ser humano hacia el ser humano.

¿Y Jung? ¿Y en dónde se pone interesante? Calmex con el atún, dijera mi vecino el Pachas.

Ese mismo sábado, fue día Teletón, y como cada año desde 1997, ahí voy a lo que me manden hacer; sea poco o mucho, mis niñas y niños se merecen el granito de arena que todos podamos aportar. Las historias que nos parten el corazón sobre discapacidad, cáncer y autismo, tienen un factor común: la desigualdad social, la debilidad y sesgo electorero de los programas sociales, y el poco o nulo acceso de la población sobre todo en condiciones de pobreza extrema.  Desde luego, el frío de los foros, la noche y la bola (de años), tuvieron su efecto y para el domingo mi condición viral era lamentable. Se imponía quedarse en cama y revisar opciones televisivas mientras mi mente seguía en su sequía temática y argumentativa queriendo dar un giro al conflicto social que hacía borbollón.  La primera peli que aparece dentro de tantas sugerencias navideñas a las que, por lo general, paso sin ver, le dio voz al Pepe Grillo. Hay cosas en el cielo y la tierra, Horacio…   La cinta se llama El Hombre Que Inventó la Navidad (Baharat Nalluri, 2017).  Confieso que lo que atrajo mi atención no fue el tema de temporada (la Navidad y yo tenemos una relación de amor/odio todavía no resuelta), sino parte del elenco (Christopher Plummer, Jonathan Pryce, Miriam Margolyes).  La sinopsis que leí en pantalla fue ese material del que están hechas las bromas que manejan del otro lado de la Matrix. Relata con exquisitos toques fantásticos a un Charles Dickens lleno de deudas y dudas, en uno de sus peores momentos creativos, intentando escribir cualquier cosa lo suficientemente populachera como para vender y escapar de los despiadados acreedores victorianos. De hecho, la vida de este buen padre de familia, bienintencionado y jovial literato inglés, habría merecido un lugar en el librero junto con Oliver Twist, Historia de Dos Ciudades o… Canción de Navidad.

El pequeño Charlie tuvo que trabajar junto con otros niños sobreviviendo a un sinfín de injusticias y agresiones en una insegura, obscura, mugrosa, despreciable y hostil fábrica de betún nada diferente de las otras, luego de que su padre fuera llevado a prisión por ludopatía y no poder responder a sus cuantiosas deudas y justo ese fue el crisol que formó la ideología social que determinó su rumbo como autor.  Bien dicen que el artista es producto de sus circunstancias, pero en lugar de convertirse en un amargado crítico de esa industrialización de la que su familia y él gozaban, supo enviar un mensaje hacia las consciencias de los más privilegiados. Varias de las reformas sociales aprobadas por el parlamento inglés en años posteriores y que convirtieron al Reino Unido en una de las naciones con mejor seguridad social en el mundo, provienen de la reflexión que provocó en la gente de poder la lectura de Dickens.

Igualmente (y de eso trata la película), la publicación de Canción de Navidad el 19 de diciembre de 1843 se convirtió, agotando el tiraje de la primera edición en pocos días, en uno de los éxitos editoriales más contundentes de todos los tiempos. Para la Nochebuena de ese año, la mayoría de los londinenses que pudieron pagar el costo de esta novela corta, ya tenían identificado a su Scrooge favorito; algunos hicieron la experiencia mental de la visita de los fantasmas del pasado, presente y futuro replanteando la ley universal de causa/efecto.  El escrito “para salir del paso” de Dickens, se convirtió en un motor de consciencias que cambiaría la manera en que el mundo occidental vería y consideraría a la Navidad para siempre.

Post scriptum: sobre la suerte de Tiny Tim, el sobrino nieto del miserable redimido Ebenezer Scrooge, lean el libro hasta el final. Me lo agradecerán. Según la medicina moderna, el chico probablemente padecía raquitismo combinado con tuberculosis. El 60 por ciento de los niños londinenses padecían la primera y el 50 por ciento tenían signos de la segunda por las catastróficas condiciones laborales y de pobreza; otra de las cruzadas de Dickens que movieron el sistema de salud pública inglés.

Justo de eso platicaba el sábado en la ducha con Jung, Dickens, Scrooge, Adam Smith y Marx, quienes por cierto, se unen a mí para desearles el mejor 2024 que quieran.

IÑAKI MANERO.

Bitácora de Viaje XLI

por NellyG 1 diciembre, 2023

“Cómo deseo poder preguntarte hacia dónde voló el pato salvaje que abandonó la bandada”.

MURASAKI SHIKIBU

 

Dicen que fue casi llegando a su destino, llevando a la familia de vacaciones, cuando se le ocurrió la pieza que le faltaba al rompecabezas.  Dicen que su mente dio media vuelta en el primer retorno, aunque físicamente, el auto, la familia y su cuerpo, siguieron de frente arrostrando las curvas hasta llegar a su destino de fin de semana. Nada ocupaba más su torturado cerebro que la concentración de no olvidar, en las horas que restaban de esos pretendidos días de reposo, los adjetivos, los nombres, las interjecciones que lo convertirían en leyenda. Dicen que llegada la siguiente semana laboral, como autómata emprendió el regreso hacia esa casa de San Ángel. Dicen que se encerró en su despacho fundiéndose con la máquina de escribir, sólo acompañado por el humo y el alquitrán de los cigarrillos que fumaba de manera irredenta. Dicen, los que intimaron con él, que casi muere en la ordalía de escribir cien años en pocos meses. Dicen que algo tuvo que ver Acapulco para que Macondo, ese Aracataca paralelamente dimensional, cobrara vida.

Dicen que murió gritando el grito primario de los Grandes Simios. Por lo menos, el que le inventaron en Hollywood; el que dicen, le salvó la vida una vez en que fue interceptado por barbones revolucionarios en Cuba. Que lo tuvo que gritar para que lo reconocieran y no lo mataran ahí mismo.  Dicen que miraba nostálgico hacia el horizonte y la selva que todavía existe en los montes. Que él era el verdadero y no el burdo lord inglés de Burroughs. Dicen que le gustaban los atardeceres, las puestas de sol. Que así eran en África. En otra vida, en otro universo. John Wayne, Red Skelton, las fiestas interminables y la demencia. Qué mejor lugar para entregarse al recuerdo inventado que ahí, Flamingos. Soñar con rescatar a Jane tirándose por la Quebrada con un cuchillo en la boca y despachando tiburones y cocodrilos, como Don Quijote despachaba dragones y gigantes disfrazados de molinos. Pero así, dicen, sentado en su silla favorita viendo hacia el ocaso que era el suyo. La inigualable puesta de sol de esa película sin fin que es Acapulco.

Dicen que este rey nunca olvidó México; siempre lo llevó en el corazón y admiraba nuestra cultura. Fue de los que pusieron en el mapa al bello puerto gracias a una película inmortal en donde esquiaba, cantaba Guadalajara y en un lance en donde sólo los valientes, se tiró un clavado perfecto en la gran roca ganándose la admiración de un lanchero con el que competía para ganarse el amor de la señorita.  Claro, todo lo anterior en la imaginación de un escritor.  Porque ese rey, dicen, hizo un entripado porque no pudo ir a la bahía más hermosa del mundo por ser considerado persona non grata; un periodista (siempre los periodistas), le inventó, a petición, dicen, del entonces regente del entonces Distrito Federal, que la gran estrella juvenil había comentado que “prefería besar a tres negras antes que a una mexicana”. Dijo la actriz mexicana Elsa Cárdenas, su coestrella, que ella pudo corroborar de primera persona que eso fue una vil calumnia. El filme se rodó en un estudio de Hollywood, en donde todo se puede y todo se recrea, pero como dijo el poeta, “parecido no es lo mismo”, y el Rey, dicen, siempre lamentó no haber estado de Loco en Acapulco.

Pa, ¿ya vamos a llegar?  Sí, el preguntón era yo. De cinco, era yo. Y papá, con toda la flema bilbaína, conociendo que el preguntón era aficionado a las historias, sin despegar, como Dios manda, las manos expertas del volante del Galaxy, a mitad del insufrible Cañón del Zopilote, en tierra de nadie, contaba esas historias de Johnny Weissmuler, Elvis Presley y Gabriel García Márquez teniendo a Acapulco como centro del universo.  Porque, ¿saben?, todos tenemos un Acapulco personal, aún si no estuviste, lo inventaste. Acapulco, “lugar de los carrizos altos” en náhuatl, fue uno de los principales culpables de que el territorio que hoy es México país, fuera una potencia mundial que muy bien se pudo haber desembarazado de España mucho antes por su independencia económica y no, no había paquetes para el Princess, el Ritz, el Elcano o el Papagayo por aquel entonces. Tampoco Abierto de Tenis, Convención Nacional Bancaria o Tianguis Turístico.  Quien piensa que la globalización y las alianzas Asia-Pacífico son fenómenos recientes, mirad otra vez, os lo ruego, a la nao de China y sus valerosas travesías desde Acapulco, hasta las Filipinas para recoger y llevar mercadería. Una bahía amigable para descansar de las tempestades y estratégicamente idónea para el control de ese lado del mar ampliando los horizontes del imperio “en donde no se oculta el sol”. Quien diga que no pasó nada provechoso para el México independiente durante trescientos años de Virreinato, no merece ni un tamarindo enchilado por históricamente miope. Si dicen que París bien vale una misa, Acapulco bien vale que lo rescatemos de las garras de la mezquindad, la avaricia, el abandono. Finalmente, por siglos, naos, festivales de cine, torneos de tenis, convenciones bancarias o escapadas en vocho desvielado en Semana Santa, le otorgan un lugar en la historia de la humanidad que nunca debió perder.

Pa…

Don Enrique miraba de reojos verdes por el retrovisor y sonreía indulgente. El marino que siempre fue, me entendía un poco. Él también quería llegar. De repente me paraba junto a él, silenciosos, en un momento sagrado, contemplando la bahía de Santa Lucía y más allá. Estoy seguro que mi aita también creía ver a lo lejos, ese galeón que nos llevaría a la aventura. Historias de marinos y piratas. Hay un Acapulco para todos.

– Sí, chaval; detrás del último cerro, verás el mar.

Bitácora de viaje XL

por NellyG 1 noviembre, 2023

La justicia y el poder deben unirse para que lo que sea justo sea poderoso, y lo que sea poderoso, sea justo.

Blaise Pascal.

 

Por una sola frase, el escritor e historiador inglés Lord Acton ha sido uno de los creadores de máximas más manipulados por tal vez la conveniencia, el desaseo cultural o simplemente el olvido.  ¿Cuántas veces no nos han o hemos esgrimido la temible y lapidaria “El poder corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente”?  Material retórico para que los amantes de la anarquía refuercen sus argumentos para probar la futilidad de los gobiernos y las filosofías políticas, sin distinción de rumbo o sesgo. Tristísimo panorama arrojan, ya que no dejan margen al electorado. Únicamente la advertencia de que, fatalmente, no hay ni siquiera luz de precipicio. Claro, le dejamos el camino de nuestras decisiones de vida, llámense escoger otro trabajo, tener pareja, adoptar gato o perro, comprar o rentar, al dicho de una sola persona que por lo general, ya no se encuentra en este barrio existencial y no hay forma de reclamarle el “es que tú citaste…”  Tampoco están con nosotros para ser reivindicados en el nombre de la justicia y en contra del manoseo de una idea que pudo ser completamente distinta a lo que queremos con base en nuestra experiencia de vida, interpretar.

Tomemos como ejemplo cercano a nuestro Benito Juárez García. Figura de piedra, inmutable, inatacable (¡cómo te atreves!).  Algunos recordarán cuando Manuel “Loco” Valdés hizo el chiste en uno de sus tantos programas nocturnos sobre Bomberito Juárez, el primer apagafuegos de México.  Multitud de Juan Escutias se envolvieron en la bandera nacional para reclamar tal afrenta a una de las figuras más veneradas e intocables después de la Guadalupana.  Para el gobierno echeverrista de aquellos ingenuos años 70, la humorada de Valdés fue tomada en la superficie como falta de respeto a las figuras patrias; en el subtexto, una válvula de escape necesaria para el pueblo que la festejó rabiosamente en la colección catártica de chistes en donde el mismo presidente de la República, en ese mundo ficticio del absurdo, era el rey de la estulticia.  ¡Señor presidente! ¡Los dientes que tienen que ir hacia abajo para abrir la puerta son los de la llave, no los suyos!  Y así muchos más con los que los mexicanos hacemos más llevadero, desde Iturbide hasta la fecha,  el tránsito hacia un futuro promisorio de arriba y adelante que hoy, ya sabemos, se encuentra, por lo menos en salud pública en Dinamarca.  Dato revelado por la 4T.

Volviendo al Benemérito de las Américas, cuya obra política divide y entretiene lo suficiente a opinólogos de todas las hechuras, ha sido injustamente acusado (aquí efectivamente sin argumentos), de plagiar aquella frase inmortal estrella de festivales escolares.  Y ni más ni menos que a Immanuel Kant, uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna (lo anterior yo me lo fusilé de Wikipedia).  La realidad y en abono al Sr. Juárez, ávido lector de los pensadores de su época, Kant nunca elaboró la inmortal “Entre los individuos, como entre las naciones…” ;  más bien fue la conclusión que Juárez sacó al haber leído Sobre la Paz Perpetua (1795) de Kant.  Don Benito pudo haberse engolosinado con el poder (hasta la angina de pecho) o acariciado un tratado de intervención norteamericana en el Istmo de Tehuantepec (Tratado McLane-Ocampo y otros más) que habría cambiado para siempre la historia y la percepción que se tiene de él, pero no se apropió de la frase matona. Finalmente, el célebre enunciado implícitamente es una verdad universal comprobada por la experiencia milenaria, la haya dicho quien la haya dicho.

Sin olvidarnos de John Emerich Edward Dalberg-Acton y su rotundez (retóricamente hablando), la advertencia es brutal en contra de quienes querían en su momento de avanzadas democráticas y respuestas ideológicas a los abusos cometidos durante la Revolución Industrial, regresar al pasado absolutista y erigirse como la única autoridad, que corrían el riesgo de convertirse en involucionados esperpentos sociales que algún día terminarían en el basurero. Desde luego, la historia sin mayores interpretaciones nos demuestra que hay una galería de horrores que siguieron a la época que le tocó vivir a Acton (los Hitler, Mussolinis, Francos, Stalins, Maos, Castros…) y más allá.  La sentencia es terrible: un poder que no está equilibrado, atemperado por otro u otros que no se presten a ser comparsas y aplaudidores disfrazados de pureza, tarde o temprano provocará que Mafalda ponga otro curita en su lastimado globo terráqueo (chiste generacional).

Para los distraídos que se siguen preguntando el porqué de tener en las sociedades democráticas equilibrio de poderes, precisamente por esa misma razón: es una vacuna contra la locura, la hegemonía unilateral, el totalitarismo que trae decisiones homicidas.  Por eso murió un millón de personas en México durante una revolución que tristemente resultó en un cambio a otra dictadura no de sujeto, sino de partido.  Torpedear, inutilizar, desactivar, parasitar o apropiarse de las instituciones y poderes que garantizan la armonía, es garante de fracasos, dolor, atraso.

Y no, el poder no es malo per se. De hecho, la frase original y no manoseada de Acton es: “El poder tiende a corromper. El poder absoluto, corrompe absolutamente”. La pequeña gran diferencia es el “tiende”; puede, pero no necesariamente. En los claroscuros de la mente humana, el individualismo puro es factor de miopía o hasta incluso ceguera homicida.  ¿Recuerdan cuando Nixon, en una borrachera quería borrar del mapa a Corea del Norte con un ataque nuclear? De no haber sido por Henry Kissinger que le sirvió un litro de café negro, hoy la política internacional se entendería con trueques y pedradas. Hasta el mismo Jrushchov hizo caso de sus consejeros y del sentido común para hacer dar la vuelta a los barcos cargados con misiles durante la crisis cubana.

Hablando de líderes que no admiten más idea ni más palabra que la suya, se impone la pregunta fundamental: ¿Quién le pone el cascabel al gato? ¿Quién le hace entender al líder que los cocodrilos no vuelan, ni siquiera bajito? La proverbial espada de Damocles no pende sobre el mandamás; lo hace sobre el ministro, el segundo, el de confianza y el aumento del riesgo, es directamente proporcional al grado de alienación mental que el exceso de poder vaya provocando en quien nunca estuvo preparado para detentarlo.

Si el astrónomo estadounidense Harlow Shapley tenía razón y somos polvo de estrellas, entonces la ley de la gravitación universal de Newton también aplica para nosotros. Me atrevo a jugar con las posibilidades:  lo único que separa el orden del caos en el universo es la diferencia de masas y la distancia que a éstas separa.  Aterrizado al quehacer humano, es el equilibrio de fuerzas el que dará certeza, orden y progreso.  De vez en vez, hay asteroides asesinos.

Iñaki Manero.

 

 

Bitácora de viaje XXXIX

por NellyG 1 octubre, 2023

 

 

“La naturaleza no ha dado al hombre nada mejor que la brevedad de su vida”.

– Plinio El Viejo.

 

Hay quienes prefieren una vida breve y plena, a una larga y aburrida. Los antiguos hebreos (o por lo menos quienes escribieron el libro de los Salmos), llenaron estas reflexiones, bendiciones, quejas y lamentos con peticiones a Dios sobre extender el aliento vital lo más posible y experimentar lo que sucede bajo el sol y bajo la luna; recordando que una corriente del judaísmo no creía en la vida eterna o en la sobrevivencia de la memoria, de la consciencia.  Le atribuyen a Nezahualcóyotl, el rey texcocano, los siguientes versos que nos pueden explicar a la distancia por qué José Alfredo Jiménez escribía piezas tan existencialistas como El Jinete…

Aunque sea jade, se rompe,

Aunque sea oro, se hiende,

Y el plumaje de quetzal se quiebra.

No para siempre en la tierra,

Solamente un poco aquí.

Sí, ya sé, es octubre. Otoño en el hemisferio norte. Los viejos druidas celtas preparaban sus festejos del Samhain. La tierra iba muriendo poco a poco esperando la mortaja del invierno; para los pueblos agrícolas, había que hacer las paces con quienes manejaban el otro lado y podían favorecer o estropear la cosecha de la temporada siguiente. Los últimos días del mes y los primeros del otro, se abrían los portales del inframundo y aquellos que estuvieron regresan un momento más antes de volverse a convertir en sombras, en ideas, en recuerdos. Había que llevarles ofrendas y evitar su disgusto o alguna chapuza harían. Presentes de comida y bebida, trato o truco. Había que disfrazarse como ellos, espantajos remotamente humanos para confundirlos y que no descargaran su frustración contra nosotros, los orgánicos. Hoy todo eso, muy a la americana, y antes, con el concurso de las Iglesias cristianas intentando borrar el paganismo, es juego de niños, el All Hallows Eve, en su contracción práctica, Halloween, víspera del Día de Todos los Santos; Día de los Fieles Difuntos uniendo estéticamente los misterios del Mictlán y el Xibalbá mucho más serio, rico y espiritual que su variación anglosajona.

Mientras camino por las calles musicalizadas con las hojas crujientes al paso de mis zancadas, el aullar del viento tiene su propio lenguaje en sonidos y silencios. Tiene esta temporada una nota que no es lúgubre, pero tampoco festiva como la primavera. Un intimismo. No en balde el Día del Perdón en el mundo judío cae unas semanas antes de terminar septiembre. Se prepara el final del ciclo del nacimiento, el crecimiento y la cosecha para entonces todo guardarse, todo recogerse; iniciar el periodo de reflexión, de renovación, de perdón. A todo final, y de eso se trataría un Universo que se rija con base en algo justo, tendría que llegar un reinicio, la promesa de que lo siguiente será mejor. ¿No se trata de eso tantos abrazos y besos del 31 de diciembre? Claro, del plato a la boca…

¿Por qué tan reflexivo, mi amigo? Bien, el otoño me pone así. Y con fin de sexenio a la vuelta de la esquina, pues mira…    Y con cambio de gobierno el primero de octubre del año entrante, pues…  ¿Cómo dicen los astrólogos y entusiastas del New Age? Se alinean los cuerpos celestes. Francisco Gabilondo Soler lo pondría magistralmente: Corren los caballitos, los grandotes y los chiquitos…

En México, con todo nuestro bagaje tornado en pensamiento mágico y la necesidad de que el mundo obedezca a la ley del mínimo esfuerzo, se nos ha educado para votar por el más guapo, el más entrón, el “pobrecito de mí, soy la víctima”, el que regala tortas y refrescos en los mítines. Cada seis años, es el mismo “éste es el bueno, comadre, ya verá que sí” y pues no…   no importa el color, el bueno (o la buena esta vez, lo más probable) siempre será el siguiente que le eche la culpa al anterior, per saecula seculorum. Oiga, comadre, ¿y por qué éste no fue el bueno?  ¡Ay, comadre! ¿Está viendo y no ve? ¡Es que no lo dejaron trabajar los de  la oposición, los empresarios, los periodistas, los los los…!

Este miedo que tenían los salmistas bíblicos (no los fans de Salma Hayek, que conste) a no tener una vida extensa, me imagino es la aprehensión que trota en los políticos en casi todo el mundo (como si fuera un ADN muy particular) sin importar que pertenezcan a una democracia ya enrielada, en incubadora o de plano una de esas dictaduras que los aplaudidores niegan a rabiar, de perder su acceso al pezón divino, manantial sagrado de recursos públicos para la campaña, la mansión, la alberca, los versos de Jaime Sabines en jet privado para la amante a la luz de la luna…   El que se corte ese flujo de abundancia y cuánto mejor que sea provista por el pueblo bueno que nunca se equivoca, supera las peores pesadillas del druida celta en vísperas del Samhain. Los políticos de cualquier partido, por puro darwinismo, saben que la frase del pícaro e ingenioso periodista, magistrado, embajador, escritor,  y consejero presidencial tuxpeño, César Garizurieta mejor conocido como el Tlacuache, no tiene desperdicio y los pinta desnudos de pudor y de madre, de arriba abajo: “Vivir fuera del presupuesto, es vivir en el error”.  Al escucharla, sonríen, callan y otorgan.  Hoy están inquietos. Muchos ven acercarse la fecha como los escépticos de dientes para afuera veían el diciembre de 2012, tan augurado por los “mayistas” de cantina como el fin del mundo.  Tal vez sí lo sea, del suyo, por supuesto. Miríadas de ellos no saben hacer otra cosa y algunos son trapecistas impecables capaces de traicionar al Papa por Lutero y de regreso. En el ecosistema humano, son tan eficientes, que las rémoras podrían aprenderles  dos o más trucos. Nos estamos acercando a los tiempos políticos en los que un paso en falso, daría al traste con esa ambición de preservarse en la lactancia a la Patria o en pocas palabras, lo que le pasó a mi compadre, que se cayó por asomarse.

Por cierto, el autor de la frase con la que iniciamos,  Plinio el Viejo, tío de su tocayo el Joven, llegó a lo que se consideraba viejo para el primer siglo de nuestra era y no aspiró a más senecto por necio, por arrimarse al fogón del Vesuvio, cuenta mi chismosa tía de Zitácuaro,  nomás pa´ver qué había.  Así son muchos.

Iñaki Manero.

Bitácora de viaje XXXVIII

por NellyG 1 septiembre, 2023

CUANDO PENSAMOS QUE ESTAMOS DIRIGIENDO, NOS ESTÁN DIRIGIENDO A NOSOTROS».

– LORD BYRON.

 

– Buenas noches. Bienvenidos sean a la exposición de un nuevo y diferente valor de la pintura contemporánea. Creemos, aquí en Christian, la galería más prestigiada de Gotemburgo, que es imprescindible abrir la puerta a otra generación de creadores. Los genios de épocas pasadas ya tienen su muy bien ganado lugar dentro de los Campos Elíseos de la plástica. Desde la pintura rupestre y su conexión mágica, hasta Picasso. Hoy no podemos más que recibir con agrado la obra incipiente, pero, estamos seguros, revolucionaria de este joven y elusivo representante del avant garde.  Un cambio de guardia que refresca con su propuesta evidentemente contestataria, la dinámica posguerra con otro código de comunicación que en definitiva, desatará reacciones.  De acuerdo con las nuevas vertientes artísticas y conceptuales, el arte no solamente nació como mero alimento estético del alma, sino como un viaje iniciático que reta nuestra más primitiva capacidad de reacción ante los estímulos sensuales.  Sin mayor preámbulo, la Galería Christian presenta orgullosamente el genio de… ¡Pierre Brassau!

En esa lluviosa noche del occidente sueco, los asistentes a la Galería Christian tomaron agradecidos de la charola del mesero el vino de honor ofrecido. La mayoría se trataba de críticos de arte provenientes de la península escandinava ávidos por elogiar o destrozar, dependiendo del humor con que se hubieran levantado. Aunque, con justicia, la crítica también es un asunto generacional dominado por la historia personal y global. El avance del pensamiento creativo se motiva por los embates del medio ambiente y nuestra reacción a ellos. En febrero de 1964, cuando tuvo lugar la exposición,  Kennedy había sido asesinado unos meses antes y en México terminaba el sexenio de Adolfo Ruiz Cortines. Mi madre estaba en el antepenúltimo mes de su embarazo de mí (por si estaban con el pendiente).  El mundo se estaba preparando para un salto cuántico en la manera de ver, sentir, vestir,  percibir la cultura (no por causa de mi nacimiento, que conste. No he llegado a esos niveles mesiánicos).  Los Beatles habían iniciado su asalto a la economía discográfica norteamericana y dejaban el provincialismo de su Liverpool natal. Había un cambio en el aire. Los baby boomers, esa generación nacida luego de la Segunda Guerra Mundial, estaban sustituyendo a sus predecesores en la toma de decisiones, si no en el ámbito político, en sus expresiones culturales (considerando la definición de cultura como todo lo que el ser humano hace y es desde al alba hasta el poniente); tendrían una lapidaria repercusión en el pensamiento y economía no sólo del mundo occidental, sino del némesis tras la cortina de acero.  Un reordenamiento de los derechos civiles y sociales cuya onda de choque sigue reventando en las costas del pensamiento conservador patrilineal.  Y sí, señora, señor, el arte es ni más ni menos que el medio de expresión del momento en que vivimos con la  percepción de la realidad y  escapes fantasiosos.  No en balde, Stan Lee, Steve Ditko, Jack Kirby, etcétera, hicieron un imperio visual reinventando las nuevas mitologías.  Warhol, Lichtenstein, Rauschenberg echaban mano de la poderosa narrativa del cómic y las escenografías brutalmente descriptivas de la miseria y las pasiones humanas. ¿Sería ese el contexto en que se alimentó nuestro Pierre Brassau? ¿Qué sabíamos de él hasta esa velada sueca? Prácticamente nada; un obscuro pintor francés sin pasado con apenas cuatro cuadros expuestos compartiendo espacio con otros creadores plásticos de España, Suecia, Noruega, Inglaterra, Austria, Italia. Lo poco que se pudo filtrar a la prensa especializada es que Brassau mostraba una debilidad por el azul cobalto y por… los plátanos.

Dice una máxima de la publicidad y propaganda que lo importante no es que hablen bien o mal de ti, sino que hablen.  Que estés en boca de todo mundo y marques agenda. No hay nada más desesperanzador que el que nadie se acerque a preguntarte nada cuando lo tuyo es la promoción para lograr una meta. Eso se aplica en todas las manifestaciones artísticas, sociales y desde luego, políticas. ¿Qué escribió la crítica sobre lo que pudo ver y analizar del nobel pintor?  Un ejemplo lo pone el prestigiado Rolf Anderberg, del matutino Posten, declarando febril que… “Pierre Brassau pinta con pinceladas poderosas, pero también con una clara determinación. Sus brochazos giran con fastidiosa furia. Pierre es un artista que ejecuta con la delicadeza de una bailarina de ballet”.   El resto iba por el mismo rumbo. No cabía nadie más aquella noche que Pierre.  Ahora que lo recuerdo, sí hubo alguien que escribió… “Sólo un simio pudo hacer esto”.  Lo redactó Fulano de Tal, cuyo nombre y medio escaparon al escrutinio de la historia.

Un actor interpreta a un personaje. Se le atribuye a Shakespeare decir que los actores son grandes mentirosos que por un rato se hacen pasar por quien no son. En un entorno teatral o cinematográfico, la mentira es de común acuerdo entre el histrión y la audiencia.  En esas horas de evasión, haces un contrato y decides permitirte creerle al director, al escritor y al talento artístico con diversos resultados.  La política, sin embargo, nada en mares más tormentosos; el flautista de Hamelin seduce nuestra necesidad de creer y la doblega a pesar de que muy en el fondo, en ese inframundo de las miserias, sabemos que nos volverán a engañar. No intelectualizamos para evitar el dolor del ego lastimado.

Sin querer, el despiadado y desconocido crítico llegó a la verdad.  Creyendo conseguir su mejor e ingenioso insulto, abrió la ventana a un nuevo universo de investigación científica que nos acerca a los antepasados comunes.  Los lectores que no conocían esta historia, merecen que les cuente la media verdad o media mentira: Pierre sí existió, pero su nombre era la alternativa sajona “Peter”.  No era francés, sino originalmente belga; había nacido en el territorio que unos años después se independizaría con el nombre de República del Congo. Le encantaban las bananas y las consumía a montones mientras chupaba color azul cobalto de su paleta y hacía esos brochazos furiosos con la ligereza de una ballerina.  La exhibición pictórica en Gotemburgo fue real y hubo quien compró la obra de Pierre/Peter. La presentación a la velada artística con la que abro esta bitácora, salió de mi retorcida imaginación jugando al novelista histórico.  Peter pasó el resto de su vida cómodamente instalado en Londres gozando de su fama; no cualquiera es padre de una nueva e insospechada corriente artística: le llamaremos art-singe.

¿Olvidé decir que Peter era un chimpancé común? Yo y mi memoria.  Cuidado en quiénes hacemos reposar la credibilidad. Por muy monos que parezcan.

Iñaki Manero.

 

Bitácora de viaje XXXVII

por NellyG 2 agosto, 2023

 

 

ERA INVISIBLE Y ME ESTABA EMPEZANDO A DAR CUENTA DE LAS EXTRAORDINARIAS VENTAJAS QUE OFRECÍA SERLO. EMPEZABAN A RONDARME POR LA CABEZA TODAS LAS COSAS MARAVILLOSAS QUE PODÍA REALIZAR CON ABSOLUTA IMPUNIDAD.

– EL HOMBRE INVISIBLE, H.G. WELLS.

 

Recuerdo haber leído este clásico de la ciencia ficción a los 9 o 10 años.  Wells lo había publicado mucho tiempo atrás (1897), además de otras joyas de la especie,  como La Guerra de los Mundos y La Máquina del Tiempo. Junto con Verne y antes que éste Poe y antes que éste Cyrano de Bergerac, son los padres del género de anticipación o Ciencia Ficción, hoy título muy manoseado por quienes pretenden vendernos ese nombre ya contaminado con la fantasía y todas sus variantes (no me quejo, hay historias muy disfrutables como algunas que se presentan en cómics y en el universo de Star Wars). Por ser anticipación, ¿tenían estos escritores poderes especiales de adivinación como los viejos profetas bíblicos? Cierto, el viaje en el tiempo no es una realidad (que sepamos) o la invisibilidad, pero para allá vamos, según los prospectistas; también está la tan discutida y temida inteligencia artificial planteada por Asimov con sus robots positrónicos. La respuesta es no.  Lo que estos escritores tenían y tienen es un admirable sentido común para darse cuenta de lo que les rodea y en qué se puede convertir en el futuro inmediato o lejano. Porque la ciencia ficción no se trata nada más de tecnología, cohetes y alienígenas. No únicamente las ciencias físicas y biológicas; la psicología, sociología, política, antropología, derecho, teorías de la comunicación, son campo muy fértil para desarrollar ficción basada en la ciencia.  El género, para los escritores (quienes por fuerza deben tener conocimientos teóricos  y prácticos más que avanzados, (muchos de ellos tienen hasta doctorados, como Carl Sagan, recordemos su inmejorable Contacto de 1985), es una forma de comprobar hipótesis de trabajo y seguir elaborando en la teoría de una forma novelada y entretenida.  Si a la postre resulta comprobada, es ciencia y si no… es ficción.  O puede esperar todavía unos años en el cajón, como por ejemplo la teleportación de Star Trek; hay cierta factibilidad científica pero todavía no sabemos cómo regresar al capitán Picard al Enterprise sin que las moléculas de su cuerpo ocupen un lugar por otro.

Regreso al punto de partida con nuestro Hombre Invisible. ¿Quién no ha imaginado no ser visto y poder estar, con las precauciones necesarias en lugares y conversaciones prohibidas indetectable?  Seguro alguna vez, por mucho que la decencia nos cancele, la posibilidad perversa pasó por la mente. Algunos habrán ido más lejos considerando esta facultad como una manera de burlar las leyes y obtener beneficios no imaginados. O al revés, usarlos en bien de la ley y la justicia, como Sue Storm de Los Cuatro Fantásticos o los personajes de las series setenteras El Hombre Invisible y El Hombre Géminis (¿alguien recuerda el reloj que lo hacía desaparecer?).  Me quiero detener en un ejemplo clave sobre el prurito de actuar sin límite y cómo la ciencia ficción puede aplicarse en las ciencias sociales.

 

Nombrada casi igual que el original de Wells (To see the Invisible Man), en 1963 (recomiendo la adaptación que Dimensión Desconocida hizo para la televisión en 1985), se trata de un cuento corto del escritor norteamericano Robert Silverberg situado en un futuro en donde la dinámica del castigo corporal a la comisión de delitos ha cambiado radicalmente. Los sentenciados van libres por el país llevando una marca en la frente que todo el mundo debe identificar. Esta marca prohibe cualquier comunicación verbal o no verbal con el estigmatizado; éste podrá ira a donde quiera y entrar a cualquier lado pero será socialmente invisible para cualquiera salvo para drones que siguen de cerca el comportamiento de la comunidad en especial de los “marcados” durante el tiempo que dure la sentencia. Silverberg explora de manera profunda el proceso de alienación que experimenta el “invisible” cuando le es arrancado uno de los mayores bienes de nuestra especie: la socialización. Bien decían los abuelos que el desprecio mata más que el puñal envenenado.

Pero también invisibilizamos por decisión y no por coerción o mandato oficial. Moralmente nos sentimos ofendidos por la pobreza, la desigualdad, el maltrato, la prepotencia de las autoridades o su inacción y echamos mano del pensamiento mágico de que “si no lo vemos, no existe”.  Lo del gatito de Schröedinger es teórico, no nos vayamos con la finta.  La corrupción y el poder absoluto que corrompe absolutamente, como dijera Lord Acton, funciona como el manto de invisibilidad de Harry Potter. Permite, al contrario del cuento de Silverberg, que quien se arropa con él pueda torcer la ley a sus anchas sintiéndose invulnerable; pisar a los demás, estacionarse en lugar para personas con discapacidad, extorsionar comerciantes, matar perritos a balazos, fusilar a familias enteras o mentir descaradamente ante millones a pesar de que la falacia es más endeble que un mazapán. Cuanto más largo el manto, mayor percepción de invulnerabilidad, mayores monstruosidades, arbitrariedades y atrocidades.

SPOILER ALERT:

A pesar de ser un clásico escrito a finales del siglo XIX, habrá quienes tengan el deseo de leer la novela de Wells, así que si no quieren que se las estropee (ninguna de las versiones cinematográficas le hacen justicia, mejor lean), pueden dejar el texto aquí y les agradezco, como siempre y para siempre,  la atención a esta Bitácora.  Dicho lo anterior…

Griffin, el misterioso, resentido y acomplejado científico que descubrió la fórmula para conseguir la invisibilidad nos deja una lección que no hemos aprendido y tristemente seguiremos cometiendo los mismos errores: el poder no es para todos. La sensación de impunidad tiene un costo y una consecuencia y como sucede en las reacciones químicas, en las ciencias sociales también se llega a un punto crítico de tolerancia…

“- ¡Cúbranle la cara! – gritó un hombre-. ¡Por el amor de Dios, cúbranle esa cara! Alguien trajo una sábana de los Jolly Cricketers y después de haberle cubierto, le introdujeron en la casa. Y allí fue donde, sobre una sucia cama, en un dormitorio mal iluminado, rodeado por un grupo de campesinos ignorantes y excitados, capturado y herido, traicionado y sin inspirar compasión alguna, Griffin, el primero de todos los hombres que logró hacerse invisible, Griffin, el físico de más talento que el mundo ha conocido, terminó en infinito desastre su extraña y terrible carrera. “

– Herbert George Wells.

 

Iñaki Manero.

 

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