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Revista Latitud 21
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Iñaki Manero

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Bitácora de Viaje XX

por NellyG 1 marzo, 2022

UNA PRENSA LIBRE PUEDE SER BUENA O MALA, PERO SIN LIBERTAD, LA PRENSA NUNCA SERÁ OTRA COSA QUE MALA.

                                                              – Albert Camus

   El emisario regresó a punto del colapso, bañado en sudor, pálido; apenas su cansado cuerpo logró hincar la rodilla y mantener el equilibrio. Un prodigio de la resistencia humana, tomando en cuenta que llevaba tres noches sin dormir y había reventado igual número de caballos para ofrecer su información lo más rápido posible.  El tiempo apremiaba y se necesitaban datos preciosos y precisos que podrían hacer la diferencia entre el desastre y la permanencia del imperio.  Con la cabeza gacha, jaló aire un par de veces hasta que sus extenuados pulmones regresaran a una capacidad óptima para permitir el habla.  

-¿Y bien? – Preguntó el primer ministro. La cabeza del mensajero apuntaba hacia el suelo, pero de algún modo sentía la mirada del brazo derecho del monarca taladrándole el alma. Con esos ojos pequeños, porcinos, pozos negros, un abismo que prometía crueldad.  ¿De qué modo podrías ser el más cercano a Su Majestad sin haber perdido desde hace mucho cualquier apego por la vida ajena por cuidar la propia?

   – Mi señor…- La voz era débil, pastosa, insegura. – Las naves ya están en la costa. Varios han desembarcado… Las noticias no son buenas…

   – ¿Cuántos? ¡Habla! – Esta vez intervino el bajo profundo del emperador, que se había mantenido silente, obscurecido en la parte profunda del pasillo real, adonde no llegaba la breve luz de invierno que se colaba por el ventanal, sentado sobre el trono de roble y elevado más de un metro por la tarima. Nadie al nivel del monarca que solía dedicar un tiempo cada mañana a los asuntos que él consideraba importantes.

   – Alteza, perdón que sea el portavoz de tan ma…

   – Al punto, perro, que no tenemos tiempo que perder. Se te hizo una pregunta.- Bramó el ministro.

   –  Miles… Tal vez cientos de miles, mi señor. Nunca había visto un ejército de ese tamaño. – El resoplido que se escuchó del lóbrego espacio vital del rey, bien pudo haber pertenecido a un dragón agonizante. No era para menos; entre el dolor de gota que le enloquecía y la confirmación de sus peores temores sobre la sospecha de invasión que planeaba su hermano, ya no era ni la sombra de sus días de gloria. Con un gesto de su mano, dio por finalizada la entrevista con el mensajero. De rebote, el primer ministro con esa misma mirada le indicó a los dos tiesos guardias que esperaban pacientemente, atestiguando la escena. Como accionados por un resorte, tomaron al cansado noticiero de los brazos para sacarlo a rastras de la sala del trono.

   – Pero, pero…  ¿A dónde me llevan? – Preguntó angustiado.

   – ¿Acaso no lo sabes? –  Respondió uno de los soldados casi con un murmullo mientras se alejaban lo antes posible. – Vas al calabozo y tal vez mañana tus carnes serán picoteadas por los cuervos en el cadalso del patio.

   – ¿Por qué? ¿Qué hice de malo? – Su adrenalina producto del miedo casi podía olerse.

   – Porque has de saber, muchacho – dijo el más experimentado de los guardias – que Su Majestad solo espera buenas noticias de sus mensajeros. Al emperador, ni en pensamiento se le puede contrariar. ¿Por qué crees que el bufón real ha permanecido tanto tiempo a su servicio sin perder la cabeza? Qué lástima que nadie te instruyó antes de tomar el trabajo. Con suerte y solo te darán una paliza en público o te descoyunten, pero como están las cosas… – Los gritos, juran algunos cronistas, se pudieron escuchar rebotando por un buen rato en los muros de palacio.

   LA EMISIÓN DE LAS IDEAS POR LA PRENSA DEBE SER TAN LIBRE COMO ES LIBRE EN EL HOMBRE LA FACULTAD DE PENSAR.

     – Benito Juárez.

                                                   Iñaki Manero.

   –

BITÁCORA DE VIAJE XIX

por NellyG 1 febrero, 2022

                                               

   La Muerte Roja había devastado desde hace tiempo al país. Ninguna pestilencia había sido tan fatal, tan terrible…

…Pero el Príncipe Próspero era feliz e intrépido y sagaz. Cuando sus dominios fueron reducidos a la mitad, convocó ante su presencia a mil sanos y alegres amigos de entre los caballeros y damas de su corte para con ellos, retirarse a la profunda reclusión de uno de sus fortificados palacios…

                                    La Máscara de la Muerte Roja (extractos)

                                          – Edgar Allan Poe

   Comenzaban a llegar inquietantes reportes desde el centro de China, en Wuhan; una ciudad con 11 millones de habitantes luego de cierto brote de una enfermedad infecciosa respiratoria. Los primeros indicios apuntaban al mercado mayorista de mariscos del sur de China en esa urbe.  El 23 de enero de 2020, el gobierno del país decretó el confinamiento de la provincia de Hubei. Al momento de escribirte esto, se cumplen exactamente dos años y un día. Era motivo de interés para la OMS y aunque todavía no encendía alertas internacionales, ya se hablaba de la posibilidad de una rápida difusión a varios países gracias al aumento en las rutas aéreas y desde luego a esa globalización heredera de la competencia por hallar la ruta más rápida a la especiería entre las potencias europeas. Los despachos informativos daban a conocer los primeros países fuera del país asiático en presentar personas portadoras del enigmático nuevo jugador y los epidemiólogos hacían aproximaciones probabilísticas sobre cuándo llegaría a tal o cual lugar. A finales de febrero de 2020, ya era una realidad. Regresando al 23 de enero, China confirmaba la muerte de 18 personas. Francia revelaba entonces que su primer paciente había sido tratado desde el 27 de diciembre. Aún no había políticas públicas internacionales o criterios unificados sobre cómo ver, entender y tratar a este coronavirus; agente infeccioso de una familia estudiada y conocida; pariente de los rinovirus, los que nos producen resfriado común y lejano, pero pariente de los retrovirus, en cuya tristemente célebre familia, ocupa lugar especial el VIH, causante, si no se controla, de la destrucción del sistema inmunológico del ser humano y provocando un síndrome; conjunto de enfermedades que van, desde una neumonía difícil de quitar, pasando por tipos de cáncer de piel normalmente presentes en personas de la tercera edad, hasta diarreas por infecciones intestinales que un adulto de treinta años no debería tener. Finalmente, la conclusión de tanto espantajo, es, insisto, si no se reduce a tiempo la carga viral, el debilitamiento y la muerte. Sí, los virus y sus primos lejanos y cercanos son todo un show y un quebradero de cabeza. Imagina que hoy por hoy, los científicos todavía no se ponen de acuerdo si estas máquinas de fotocopiado de la naturaleza (porque técnicamente lo único que hacen al invadir una célula sana es hacer copias de sí mismos, variar y mutar y seguirse copiando) están o no vivas. Convivimos con millones de virus, adenovirus, retrovirus, coronavirus, todos los días. Nos los llevamos a la boca, a los ojos, a la nariz. Los respiramos cuando nos sentamos muy cerca del ventilador en el restaurante un tórrido día de verano y vienen de quien tosió en la mesa de junto y no tuvo o el tiempo o la educación para restringirlo a la parte interna de su codo o a providencial servilleta; los compartimos y se van navegando por esos fluidos que acostumbran compartir quienes se gustan; otros fueron el arma secreta que los conquistadores europeos nunca descubrieron hasta siglos después… En fin. Son conocedores de toda nuestra intimidad, pasiones y revoluciones. Algunos ni los sentimos, otros son pretexto para quedarse uno o dos días en cama viendo series; otros, diabólicamente adivinarán nuestro punto flaco y serán juez, jurado y verdugo.

   Tan solo una breve recapitulación de hechos. No sería mi intención aburrirte con retrospectivas, cifras, datos, prospectivas. Pero siempre será sano refrescar la memoria para evitar pretextos aplicando el “no me enteré”, “nadie me dijo”, “toda la culpa es del gobierno”. De este último, no toda; es responsabilidad compartida. La voracidad política en busca de eternización ideológica encuentra en coyunturas como la actual un suculento manjar; un “anillo al dedo” para justificar lo mal hecho (o no hecho). Minimizar, esconder cifras, administrar vacunas y medicamentos para exhibirlos en el momento electoral justo. Querer invisibilizar las mentiras oficiales es como esconder gallinas en un maizal. Se podrán ocultar un momento, pero no tardan ellas mismas en delatarse. La mezcla entre errores y horrores oficiales y sociedad malacostumbrada a seguir las reglas, nos tiene en esta espiral descendente.

   Las pandemias viven merced a la movilidad social. El clan, la horda, la manada, el rebaño, llevan consigo como hospederos, al minúsculo agente que en un principio retozará como tragón en un bufet. Hacia donde tire el grupo, ahí irá y seguro encontrará más y más hasta agotar posibilidades para, de repente, tarde o temprano, agotarlas y siguiendo fielmente su historia natural, se autodestruye o termina adaptándose a las circunstancias. Por eso, muchas veces, los auténticos especialistas sin sesgo advirtieron que esta pesadilla durará lo que la humanidad quiera que dure. El problema surge cuando el virus decide ser patógeno para seres que se rigen más por pasiones que por instintos de conservación. Y esas pasiones comandadas por una voluntad, polarizan, separan, segregan a pesar de ir en contra del bien común que podría conseguirse al final del día; lo único que traen es dolor y pérdidas irremplazables. Como el Príncipe Próspero del relato de Poe. Tarde o temprano, las leyes de la naturaleza abrirán esa puerta que la soberbia creyó infranqueable.

   “Y la vida del reloj de ébano se fue con el último de los juerguistas. Y las llamas de los trípodes expiraron. Y Obscuridad y Podredumbre y la Muerte Roja, dominaron sobre todas las cosas.”

        Esta historia, continuará.

                                      Iñaki Manero.

BITÁCORA DE VIAJE XVIII

por ahernandez@latitud21.com.mx 31 diciembre, 2021
  • Por Iñaki Manero
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              Cuando las arañas se unen, pueden atar a un león.

Proverbio etiope

“NI UN PESO AL TELETÓN”, decía el hashtag (¿octotropo?). En fin, como se llame ese símbolo que antes lo usábamos para señalar una cosa y hoy, otra relacionada con las tendencias de la gente en redes sociales. Lo que se dice, de lo que se habla, lo que a cierto sector de la población cableteada le interesa, le importa, le mueve, le conmueve, le enfurece. Y a veces, como un diálogo de sordos, llenamos el equivalente de páginas y páginas volcando nuestro hígado en ocasiones con textos de 280 caracteres o menos en el caso de Twitter o más en el caso de Facebook, similares y conexos, con poco o nulo argumento para sustentar. Hay quienes, como kamikazes de la letra, aparecen estrellándose en toda su estulticia para nunca más volver; otros, auténticos terroristas con distintos niveles de ortografía, léxico o sintaxis (la mayoría lamentable, tal vez de guardería trunca) que surgen, insultan, llenan el espacio de JAJAJÁS, vuelven a insultar, vomitan la frase muy hecha que aprendieron como loros en su adoctrinamiento y, como profesionales que son, no responden a señalamientos, respuestas o réplicas. Huyen de la confrontación; no tiene caso; es lo único que saben hacer. Otros, desde luego, de eso viven; trabajan por turnos con una misma cuenta. Inventan personajes atractivos, con nombres curiosos y cada quincena reciben una paga por apoyar o despotricar. Finalmente, las granjas de bots. Cuentas creadas de un día para otro cuyo tiempo de vida es como el de esos insectos que tienen 24 horas para hacer lo esencial y morir, correctamente llamados efímeras. 

En aquellos años previos a las elecciones fundamentales e históricas de 2018, esa campaña surgida de las entrañas de un complot malicioso y electorero, estuvo cerca de terminar con uno de los movimientos más nobles que hayan aparecido en nuestro mundo insolidario. El perfil de quienes orgánicamente cayeron en la trampa ideológica llena de mentiras, inexactitudes y mala leche, fue el perfil que votó de manera genuina e inocente por un cambio durante esa jornada inédita por el caudillo que los iba a sacar del México corrupto, desequilibrado, sinvergüenza, falaz y saqueador, haciendo frente al masiosare en turno, extraño enemigo que tanto daño le ha hecho al país y que mal rayo le parta según la mitología sexenal. En esa ocasión, el arma ideológica se dirigió y empezó a entrenar para el futuro, contra Fundación Teletón. La conozco de cerca; llevo 25 años participando con lo poco que pueda aportar profesionalmente en esa gala anual para llegar a una meta establecida y calculada y, en años pasados, construir más centros de rehabilitación infantil además de mantener los ya existentes, un hospital oncológico que hace palidecer a los mejores en su tipo en el mundo y un centro de atención para niños con autismo. Creo que muchos que como yo, han estado en las entrañas del proyecto, sintieron su defensa como un asunto personal y de familia ante el grosero, vulgar y sevicioso movimiento para desprestigiarlo con argumentos tan baratos, que se caían solos. Miserables los Goebbels que lo idearon, pero venturosa la resistencia de quienes lo defendieron.  

Sin intención de llenar de datos que seguramente muchos lectores ya conocen y si no, siempre están a generosa disposición en www.teleton.org, lo que sucedió fue una advertencia, una llamada de atención al daño que nos podemos hacer a nosotros mismos cuando no desarrollamos la capacidad crítica y de análisis. Todos esos centros de rehabilitación (CRITS), ese hospital de oncología en Querétaro (HOSPITAL ITO) o el centro de rehabilitación para autismo de Ecatepec (CAT), fueron construidos con fondos surgidos en su mayoría de familias que nada más podían aportar tal vez un peso y que a lo mejor ese peso, podría ser la diferencia entre juntar lo suficiente para el pasaje del transporte público.  Sí, muy importantes las contribuciones de las grandes empresas que por supuesto, como extra, lograban deducir su aportación en la declaración de impuestos, pero y este dato sí está lleno de esperanza, el ochenta por ciento de lo recaudado tiene su origen en las zonas más populares del país. ¿De qué manera han reaccionado los anteriores gobiernos al Teletón? Una de las críticas salida de Naciones Unidas, fustiga (siempre diplomáticamente), el cinismo con el que los políticos mexicanos han celebrado la iniciativa; algunos apareciendo y saliendo en la foto, durante la gala del Teletón, por lo general a inicios de diciembre para “caerse” con su aportación personal. Y sí, la Fundación ha venido cubriendo un hueco y realizando labores de salud pública que deberían ser competencia del gobierno mediante una eficiente distribución de los presupuestos. Con justicia, los ciudadanos deberíamos preguntar en dónde están nuestros impuestos. La respuesta nunca llegará probablemente y mucho menos en un país en donde la tasa de informalidad se ubica, de acuerdo con el siempre confiable INEGI, en el 60%. O sea, dos terceras partes de la población de este país, no cumplen con sus obligaciones fiscales, pero sí aportan cantidades importantes que hacen llegar cada año a la meta. Por cierto, el pasado cuatro de diciembre no hubo, en atención a la pandemia, suma establecida, pero se superó el récord anterior. 

    Los llamados a la solidaridad con historias bien contadas sobre sufrimiento y éxito, además del apoyo en producción de un monstruo internacional como Televisa, con todo y lo criticable que puedan ser sus contenidos y políticas, pueden hacer milagros. Lo más importante, y con eso personalmente me quedo, es mirar en retrospectiva la vida de un pequeño al que de niño, por su discapacidad, la condición económica de la familia y la falta de apoyo gubernamental, estaba condenado a vivir relegado a cuatro paredes si es que sobrevivía. Veinte años después de asistir al CRIT de su localidad, es profesionista, atleta paralímpico y prácticamente independiente en un mundo, lenta, dolorosamente, pero orientado al cambio de paradigmas en inclusión y respeto por los Derechos Humanos. Con esas cuentas, y disculpándome de antemano con quienes encuentren fuera de lugar el comentario, me importa un rábano cómo se consiguió el dinero; ahí está y está funcionando. No está en la mansión de alguien, en la campaña política de alguien o en dádivas electoreras tomando en cuenta el país en el que vivimos y sus antecedentes.  

   A la actual administración federal no le gustan las asociaciones civiles, patronatos, fundaciones, organismos autónomos y más. Nada que no pueda controlar y verificar directamente. En su paranoia, dicho por el presidente, todos tienen tufo a corrupción que hay que eliminar inmediatamente. De manera sorpresiva y excepcional, Teletón es el único proyecto de este tipo surgido de la iniciativa privada con el que el gobierno está trabajando. De entrada, es para celebrar; sin embargo, han sido tantos y tan seguidos los bandazos en tan solo tres años, que invitan a estar vigilantes al humor con el que nos podamos despertar mañana en Palacio Nacional. Las ilusiones, proyectos, horizontes de miles de niñas y niños que se han visto cristalizados gracias genuinamente al donativo, cariño y credibilidad de millones de mexicanos, la mayoría de condición humilde, desde hace un cuarto de siglo, son, esos sí, materia de seguridad nacional. No hay peor mezquindad que meterse con los sueños de un futuro que ya es presente. Somos más, y tenemos la telaraña de la democracia para amarrarle las patas al león por si se le ocurre pretender quedarse con la tajada más grande. Así sea.  

BITÁCORA DE VIAJE XVII

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 diciembre, 2021
  • Bitácora de viaje
  • Por Iñaki Manero
  • Comunicador
  • Twitter @inakimanero Facebook @inakimanerooficial 

Instrucciones a la población civil en caso de alarma nuclear: 

a) Aléjense de cualquier ventana.

b) Mantengan sus manos libres. No tomen vasos, botellas, ni cigarrillos.

c) Apártense de muebles y objetos pesados.

d) Despójense de corbatas; desabrochen cuellos de camisas, abrigos y cualquier otro tipo de ropa que resulte restrictiva.

e) Saquen de sus bolsillos gafas, lápices, bolígrafos y cualquier otro tipo de objetos afilados.

f) Inmediatamente después de percibir el brillante flash de la explosión nuclear, siéntense en el suelo y traten de poner la cabeza entre las rodillas.

g) Entonces, dense un beso en el trasero, y díganse adiós. 

– Miguel Ríos. La Huerta Atómica. 

1962. La tensión se acumulaba y había nerviosismo. De la chimenea de la embajada soviética en Washington, salía un denso humo; improbable tanta combustión para un mes de octubre, cuando los fríos provenientes del Delaware no parecían cuchillas, como ocurre ya más cerca de invierno. Pero en ese momento, el clima hubiera sido la menor de las preocupaciones. Un impasse político tenía agarrada por la garganta la sobrevivencia de millones de seres humanos.  Del otro lado del planeta, en Moscú, un furibundo Nikita Jrushchov, aquel que se había quitado el zapato para pedir orden en una asamblea de Naciones Unidas y había vomitado la declaración de “los vamos a enterrar”, refiriéndose al némesis capitalista, dudaba si la decisión de armar al joven abogado convertido en mandamás insular Fidel Castro con misiles nucleares había sido correcta. Castro sería muy astuto, pero estaba rodeado de fanáticos y adoctrinados como el médico argentino Guevara, a quien ya se le había detenido varias veces el brazo por su costumbre mercurial de fusilar a la primera provocación contraria al pensamiento revolucionario; amigo de las “soluciones finales” con tufo a holocausto, en algún momento habría declarado su intención de erizar Cuba con misiles y lanzarlos sin dudar contra el corazón del “imperio capitalista”, Nueva York.  El líder del partido comunista soviético, Jrushchov, sabía, al igual que Kennedy, el papel estratégico que tenía el equilibrio del terror sin la necesidad de apretar un solo botón. Eso quedó más que demostrado años después durante la era Reagan. También sabía el premier soviético que, de desatarse la Tercera Guerra Mundial, Cuba sería la primera zona del mapa en ser borrada de la existencia. Fueron 13 días de tensión que conmocionaron al mundo y sin embargo, el nerviosismo se habría convertido en pánico de haber conocido detalles finos antes de que la diplomacia surgiera como un Deus ex–machina en el último momento; se hicieran promesa y pactos y los barcos soviéticos con sus piezas de la muerte, se regresaran por donde venían. 

Justamente, uno de estos detalles finos tuvo que ver con la decisión de cierto oficial de la marina rusa. Lo importante de convertirse en el fiel de la balanza. Hoy sabemos que cuando el sentido común prevalece sobre la subscripción sumisa e irreflexiva, es posible alcanzar la paz más allá de la manipulación ideológica. Se llama pensamiento crítico y eso, por lo general, aparece en ecosistemas en donde se privilegia la libertad de pensamiento, culto, lectura, orientación sexual.  Vasili Arkhipov es de esos raros casos en donde la excepción tira la regla. Militar de carrera y claro hijo de la revolución bolchevique, al igual que Gagarin, se conducía en un sendero muy alejado de belicismos y rencores gratuitos alimentados por el sistema. En uno de los momentos decisivos de la Crisis de los Misiles, el submarino en donde prestaba servicio como oficial, había sido rodeado por barcos norteamericanos que realizaban bloqueo (ahí sí valía el término) a Cuba para evitar la llegada de más naves rusas que transportaran tecnología balística. Para hacer emerger a los soviéticos, los marinos norteamericanos comenzaron a lanzar cargas de profundidad. Desde el submarino ruso, para el capitán fue una clara e indiscutible muestra de que la guerra había comenzado; la decisión sería lanzar un torpedo con carga nuclear hacia la flota enemiga. Para iniciar el ataque, se necesitaba el acuerdo de los tres oficiales a bordo.  Uno de ellos era Arkhipov. Como sacado de una película tipo thriller bélico (de hecho, los filmes Widowmaker y La Caza del Octubre Rojo están basados en éste y en otro conflicto en los que el marino ruso se había visto involucrado), Vasili se negó al lanzamiento del misil. Lo que siguió fue una dura prueba de esgrima verbal que tal vez nadie conozca a la perfección y el riesgo de corte marcial y tal vez, paredón de fusilamiento o campo de concentración en algún duro y gélido Gulag (cosa que no sucedió; Arhipov murió de cáncer en 1998 posiblemente provocado por exposición a radiación). Arkhipov intentando convencer a los otros dos oficiales que se trataba de una confrontación local y que no valía la pena desatar un holocausto. Finalmente, el calor dentro del submarino y la acumulación de CO2 provocada por las cargas de los destructores norteamericanos, hicieron subir a la nave soviética para después poner proa de regreso a su base y enfrentar la ira de sus superiores. 

Finalmente, la crisis de los misiles terminó con, decíamos, promesas de ambos bandos, pero el equilibrio del terror ha seguido hasta nuestros días; funcionó  durante un tiempo. Las superpotencias bien estructuradas con arsenal nuclear saben que nadie gana una guerra a misilazos. Todos perdemos (recomiendo ver la ochenterísima película “Juegos de Guerra”). Pero un acuerdo no escrito, vela, allende ideologías sociales y económicas, para que naciones políticamente inestables y en la inmadurez adolescente, cometan una estupidez respondiendo de manera reptiliana como responderían dos borrachos por un quítame esas pajas. Hablando de borrachos, Richard Nixon, en estado de ebriedad, quería ordenar un ataque nuclear contra Corea del Norte. Agreguemos a la lista de salvadores del mundo a Henry Kissinger, que le dio suficiente café negro y alejó los teléfonos de su gastada geografía.  El diablo está en los detalles, dicen. Y sí; para salvar al mundo, basta vaciar el ático de basura mental.  Tan solo una vez en la vida existirán Arkhipov y Kissinger, pero sí una nueva generación de ciudadanos que den la cara en nombre del ser humano común.  Ese que nada más quiere que le dejen en paz. Ese que quiere llevar a casa, luego de un desquiciado día a través de las noticias plagadas de torpezas, caprichos y absurdos por parte de sus dirigentes, un poco de cordura. Amén.  

Bitácora de viaje XVI

por NellyG 1 noviembre, 2021

                                                     

Más vale permanecer callado y que sospechen tu necedad, que hablar y quitarles toda duda de ello.

        Abraham Lincoln

Ya picados en el detalle, dentro de la historia de la diplomacia mexicana, en la Bitácora pasada reseñamos la delicada relación entre nuestro país y los Estados Unidos; el coqueteo entre el káiser Guillermo y funcionarios de la administración carrancista que terminó con la intercepción del famoso telegrama Zimmerman por parte de la inteligencia británica en donde Alemania tentaba con recuperar para nuestro país los territorios perdidos durante el expansionismo del siglo XIX si permitía el uso del territorio nacional como punta de lanza para invadir el norte del continente. Sabemos en qué terminó la aventura en una guerra que tan sólo con la entrada del poderío industrial norteamericano fue definida en un solo año de intervención, terminando para siempre con el formato de guerra de trincheras. Ya todos conocemos la triste historia de una paz que nunca fue con Versalles, como sentenció el mariscal francés Foch, dirigente de las fuerzas armadas aliadas. Tan sólo una tregua que duraría casi 20 años.  Sin la intervención del telegrama y la decisión de Venustiano Carranza de no acceder a una locura, probablemente nuestra suerte como endeble República en pleno caos revolucionario habría sido distinta en la relación con el vecino más poderoso y organizado del continente. 

Caso similar con la Segunda Guerra Mundial, los coqueteos de la Matahari alemana convertida en estrella de cine, Hilda Krüger, con altos funcionarios mexicanos y otra serpiente ofreciendo manzanas imposibles por el rumbo que ya llevaba el conflicto. Parece que dos millones de kilómetros cuadrados perdidos en el conflicto de 1847 eran apetitoso gusano colgado de un anzuelo. Nuevamente, el sentido común que por esos juegos de la Providencia colocan a la persona adecuada en el momento oportuno no nos metió en un desastre militar, a pesar de tener en contra la presión de intereses petroleros norteamericanos que exigían indemnización por la expropiación petrolera del general Cárdenas en el 38. La guerra, qué caray, une a vecinos aparentemente distantes e irreconciliables.   

Tan sólo dos ejemplos, de muchos, en donde la historia es nuestra gran maestra. Si el alumno es indolente –flojo el perro y le ponen tapete, dirían en mi pueblo– o mucho peor, lo suficientemente soberbio como para no querer sopesar las consecuencias que una decisión pudiera tener sobre todo si en tus manos llevas el volante de un vehículo que en tu mente confundida tomas por carruaje del siglo XIX.  O, tercera opción, tú solo te has contado la película con el final que más te place y de un plumazo, pretendes que así sea para todos. Independientemente de las evidencias.  A veces, la distorsión de los hechos se convierte en salida de emergencia y salvavidas político. Nada más recordemos la gran impostura de los Niños Héroes que genialmente provocó una carambola de tres bandas. Durante la visita de Harry Truman a México en 1947, conmemorando el centenario de la guerra entre su país y el nuestro, el presidente norteamericano quiso honrar la memoria de los muertos durante el conflicto depositando una ofrenda floral que molestó el orgullo nacional; entre los ofendidos, varios cadetes del Heroico Colegio Militar. En ingeniosa salida, digna del mejor argumentista de folletín, alguien en el gobierno de Miguel Alemán “se encontró” por ensalmo, milagro, hecho asombroso, conjunción planetaria, intervención del patrono de los desesperados, en la falda del cerro que corona el Castillo de Chapultepec, las osamentas –irrefutables, sin necesidad de análisis– de los seis valientes adalides de la libertad.  Desde luego que el sistema bien aceitado del PRI jamás aportó ninguna de estas pruebas y ni falta que hizo. Nuestra necesidad por tener mártires y ese rancio gusto por el melodrama lacrimógeno obligó la adopción del infundio sin mayor averiguación y tachar inmediatamente a cualquier molesto investigadorcillo que pretendiera insinuar lo contrario, de amargado, conservador, enemigo de la Revolución… ¿Ya levantaron la ceja? Sí, qué bonito es el deja vu.  Por supuesto que hubo héroes en la toma del Castillo; por supuesto que algunos nombres coinciden; en efecto, varios murieron  en algo que no queda claro si fue una orden ignorada de replegarse para defender su escuela y también consta en bibliografía polvosa, que fueron más de seis; había 600 soldados y 50 cadetes ese día y que los nombres de otros valientes que resistieron hasta quedarse sin parque fueron “cepillados” de la literatura educativa oficial por no convenir a la ideología, como Miguel Miramón, cadete capturado por los norteamericanos y luego el presidente más joven en la historia del país.  Finalmente, pasado al bando conservador y fusilado en el cerro de las Campanas flanqueado por Tomás Mejía y Maximiliano de Habsburgo. Todo gobierno crea y destruye caudillos a su propio gusto y conveniencia; no debería asombrarnos.  Lo que sí impone encender el proverbial foco rojo es que esas mentiras e inexactitudes en lugar de pecadillos que se solucionan con una sana y plural oferta editorial, amén de preservar la autonomía de cátedra, escale a nivel sectario y doctrinario, fanático intransigente. Cuando crees que el mundo ya superó hitlers, maos, stalins, pinochets… hermano, te sorprenderías. La ignorancia, combinada con la voracidad, es cíclica y estacional, y cada seis años puede mutar a variantes más peligrosas.  Sí o sí, se imponen las inmunizaciones de refuerzo contra la peste de la intransigencia.

Un país que niega su historia, ignora el tiempo presente y jamás podrá considerar planear un futuro desde bases firmes.  Los incapaces de transformar su realidad, buscan excusas en la manipulación de hechos remotos que convengan para tapar la inoperancia llegando a ridículos como el de exigir disculpas a los muertos cuando los vivos que te rodean siguen clamando una justicia que tu ceguera selectiva no percibe. Por eso seguimos apostando a formatos sociales y económicos en donde se ha comprobado una y mil veces, no importa en dónde se encuentre el péndulo ideológico, que el calamitoso círculo indefectiblemente conduce al desastre. Nuevamente. La serpiente que se muerde la cola y se devora hasta ahogarse.

             Iñaki Manero.

Bitácora de viaje XV

por NellyG 1 octubre, 2021

          “No es el momento para hacer nuevos enemigos”.

                                                                      – Voltaire.

   Regresaron en 1945 terminando la guerra; la mayoría de las bajas ocurrieron durante los meses de entrenamiento en la Unión Americana. Su último destino: Filipinas, haciendo labor de acompañamiento a bombarderos ligeros y misiones de ametrallamiento en tierra a convoyes militares piloteando los formidables P-47 Thunderbolt y presumiendo la caricatura del gallito empistolado en la fantasía musical de Disney Los Tres Caballeros. En ambos costados y alas, el triángulo a tres colores que los identificaba como miembros de la FAM, Fuerza Aérea Mexicana. El mítico escuadrón 201 que pudo volar gracias al préstamo de los vecinos. Fue la última vez en que México entró a una guerra extranjera y de eso ya tiene 76 años; la migración no sólo era legal; era el reconocimiento de los yanquis al incansable trabajador y a la excelente mano de obra mexicana supliendo la falta de locales que estaban peleando en Europa, Asia y Oceanía. El tiempo de paz nos vino bien, requetebien, parafraseando al clásico, por esa inercia de reconstrucción mundial orquestada por Estados Unidos. Si ese país aprovechaba los suculentos contratos internacionales para inyectar verde y fresco dinero a las economías mundiales, México, pegadito y de ahí no te muevas. Fue el premio que nuestro país obtuvo por no caer en tentación a pesar de los continuos coqueteos que tuvo por parte del führer de pasarse al lado obscuro. Ya años antes, el káiser Guillermo iniciaría con el cortejo. Ayúdanos a poner de rodillas a los americanos y al ganar la guerra, te regresamos el territorio que traicioneramente te quitaron.  Venustiano Carranza no estaba para fantasías ni tampoco Lázaro Cárdenas o Ávila Camacho. A pesar de la corrupción que logró que altos mandos del ejército y la política se llenaran los bolsillos al permitir que de nuestras costas salieran embarques con minerales hacia los puertos germanos y darle un respiro a la producción de armamento para la causa del Eje, el sentido común persistió en considerar demencial apostar por Alemania, ya para entonces cercada y flaca en suministros. El empujón final (quien quiera que lo haya dado) sucedió cuando un presunto submarino de la kriegsmarine torpedeó y hundió los barcos petroleros Potrero del Llano y Faja de Oro en el Golfo de México, apurando la declaración de guerra que rompía con una muy forzada política de neutralidad y no intervención.  Esta decisión le garantizó a nuestro país un desarrollo atemperado, sí, por la voracidad de los clubes de amigos priístas.

   Los coletazos y bandazos ideológicos de un partido dictatorial en el poder eran simplemente refuerzos de que la Revolución seguía en pie y el pueblo de México debía estar orgulloso de la justicia social alcanzada por la transformación de bla, bla, bla. Y sin embargo, por muy zurdo que fuera el discurso (recordemos que el PRI, desde los años cincuenta aparece como miembro de la Internacional Socialista), siempre hemos seguido el juego Pato Donald/Pancho Pistolas/José Carioca del panamericanismo. Le conviene a Estados Unidos, nos ha convenido a nosotros en el fondo, aunque tal vez no en la forma. La Unión Americana tiene en la figura de Juárez al hombre que paró las ambiciones europeas al fusilar, como ejemplo mundial, a Maximiliano. No por nada, en la distorsionada versión histórica de nuestra Historia, para ellos, los vecinos, el Cinco de Mayo es una fiesta mayor que la inexistente arenga de Hidalgo, el sacrificio inútil de Morelos o la intrascendente consumación de Iturbide. Para ellos, lo que vale, fue que los reafirmamos en su Doctrina Monroe al escogerlos a ellos sobre Napoleón III. Y por bien portados, recibimos los recién inventados rifles de repetición y mucho dinero para rearmar la República. Al Tío Sam no le importa el flirteo con los vientos rojos, siempre y cuando sigamos las reglas del juego y eso ha sido parte del éxito admirable e impecable de la política exterior mexicana desde hace décadas, salvo cerriles excepciones como la de aquel “comes y te vas” del ex presichente Fox. Y ha sido justo esa ductilidad del servicio exterior mexicano lo que nos ha hecho amigos de tirios y troyanos; amén de la manera tan elegante en que el Estado nacional gira el timón hacia donde soplen los vientos políticos y económicos del mundo sin comprometerse con ideologías. Por supuesto, otra historia es cómo no se han aprovechado tantas alianzas firmadas con un tutti frutti geográfico para crecer más allá de la mediocridad. Sin embargo, otra vez, el tufo a impunidad y corrupción, tiene formas, nombres, apellidos y fortunas inexplicables.

   Esa elasticidad diplomática, más allá de la anécdota, parece que ha llegado a su fin, por lo menos temporalmente. Aunque tenemos a un canciller multiusos que lo mismo asiste a conferencias internacionales, es enviado a comprar pipas de combustible o recibe embarques con vacunas, demostrando, se le reconoce,  su colmillo político en cada una de estas encomiendas, surgen por parte del jefe (pasa en muchas empresas y también en países), caprichos y berrinches que se tienen que cumplir a regañadientes para mantenerlo contento en su mundo ideal. Si quieren saber a qué me refiero y si es que no lo han adivinado todavía, hasta la próxima, como dicen en mi pueblo, “con más tiempito”.  Estamos jugando un juego muy peligroso para satisfacer un ego desmedido y aquí sí, le soltaríamos la correa al proverbial tigre. 

   Mientras tanto, en algún muy cálido lugar, Francois-Marie Arouet se felicitó al no renunciar al diablo, en su lecho de muerte, para salvar su alma como se lo pedía el confesor.  Efectivamente, no era el momento de hacer nuevos enemigos. Voltaire siendo Voltaire hasta la eternidad.

                                                               Iñaki Manero.                                   

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