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Revista Latitud 21
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Marcos Constandse Madrazo

Ingeniero de profesión, Marcos Constandse Madrazo, además de ser uno de los pioneros en el Caribe Mexicano e impulsor de conceptos únicos para la atracción del turismo, es un escritor que comparte su filosofía de vida, fragmentos de la historia y crecimiento de este destino. Una de sus obras es “Ecología y Espiritualidad”, en la que aporta su interesante visión y propuestas para avanzar en el desarrollo económico de la región, privilegiando acciones que moderen y regulen el consumo, para reducir la huella ecológica, a fin de preservar lo más valioso de la humanidad y que está bajo profunda amenaza: el medio ambiente.
Hoy más que nunca este tema cobra relevancia, por lo que en cada edición de Latitud 21 incluiremos fragmentos de esta publicación. Búscalo completo en nuestra web: www.l21.mx.

Capítulo XXV • El nuevo milenio

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 febrero, 2023

 

Al principio yo creía que luchaba por el árbol del hule. Después yo creía que luchaba por salvar el amazona. Ahora me doy cuenta que lucho por toda la humanidad. FRANCISCO CHICO MÉNDEZ

Sin duda, el XX fue el siglo de la revolución de las revoluciones, el que logró terminar con la realidad aristotélica dual y abrió el horizonte de visión humana al lograr identificar materia y energía. De este asunto, hemos apenas empezado (pero ya empezamos) a comprender y a manejar las implicaciones. Aunque siempre que se piensa en física cuántica se piensa en la energía producida por el nitrógeno y la energía atómica y sus derivados, como la bomba atómica, la realidad es que sin ese tipo de energía no habría futuro para los 10 000 millones de habitantes que tendrá el planeta en el año 2050.

Somos consumidores y procesadores de energía, la que requerimos a un precio que permita el desarrollo económico y social de la humanidad. Hasta ahora, sólo la energía atómica ha entrado en la economía real y ha permitido resolver los faltantes energéticos de los países desarrollados, evitando con ello el sobreconsumo de combustibles fósiles.  Aun así, el consumo de combustibles aumenta mucho día con día en la medida en que la población crece y se desarrolla. La energía es el tema central de la conservación de la especie humana y en el siglo XX se realizó la investigación necesaria para poder resolver este problema, en el futuro. Ya sabemos que, con determinadas tecnologías, las posibilidades energéticas son inagotables.

El ser humano requiere alimentación para proveerse de la energía que consume: ese es su problema básico de supervivencia. También en el siglo XX, la investigación en biotecnología y el desarrollo de la genética nos dan elementos para pensar que tenemos el potencial de producir alimentos para 10 000 millones de personas.

Tanto las altas tecnologías como su investigación y aplicación requieren un sistema político, económico y social que los favorezca y que sea propicio para su desarrollo.

El siglo XX fue también un caldo de cultivo y experimentación de sistemas políticos demandantes de mecanismos cada vez más abiertos y justos para la humanidad. La libertad del espíritu es condición sine qua non para la creatividad humana. El tema de la libertad del espíritu es central, pues la experiencia demuestra que sin ella la humanidad no camina al progreso, sino a la depravación y a la animalidad. En el siglo XX se demostró fehaciente y dolorosamente que son tres los factores más claros de los sistemas que han progresado con mayor velocidad: libertad, democracia y respeto a los derechos humanos. Los países que durante dicho siglo respetaron y promovieron esas características en sus poblaciones son los que han logrado los mayores desarrollos económicos y sociales. El siglo XX presenció también búsquedas tan dramáticas como el comunismo y el fascismo, basados ambos en el poder del estado, el control de los medios de comunicación, las restricciones a la libertad, el control de la economía, la ausencia de democracia y la violación incesante de los derechos humanos. El precio fue terrible, pues hablamos de millones de vidas humanas, de luchas fratricidas, de usufructos absurdos de recursos naturales, de

fracasos tan dramáticos que aún no nos percatamos de todos sus horrores. Lentamente, se descubre el velo del pseudoidealismo de que se alimentaban esos sistemas totalitarios, que fueron superados con el siglo. El camino está trazado, no en la demagogia ni en la mentira, sino en la realidad palpable y comparable.

Y también durante el siglo XX se desarrolla vertiginosamente la tecnología en el área de la comunicación, que ha acabado por transformar al mundo en una maravillosa e impredecible «aldea global». Hoy es un momento único de la humanidad en que la información se difunde y le da la vuelta al mundo en minutos. Ya los dictadores voraces y asesinos no pueden delinquir impunemente en sus países aislados, pues todo el mundo los contempla y demanda que sean juzgados por sistemas no controlados por ellos. Los pueblos también conocen otros sistemas y formas de vida más justos y de mayor oportunidad, y con el tiempo aprenden a exigirlos. Esto quiere decir que la búsqueda de libertad y justicia del espíritu se expande por todo el mundo. Esa es la realidad de la aldea global: «Todo es sabido por todos, todo se comparte, todo nos afecta a todos». No nos podemos preguntar más ¿cómo esto me afecta a mí?, sino ¿cómo nos afecta a nosotros?

En el siglo recién concluido nos tocó vivir el rompimiento de todos los paradigmas espirituales. La humanidad no se resigna a que «le digan”, ahora quiere darse cuenta por sí misma, y las ideas, desde las más geniales hasta las más descabelladas, están a la mano de todo el mundo. Y también nos tocó vivir el surgimiento del concepto de ecología como ciencia multidisciplinaria que trata de establecer y conocer más la interrelación de todos los elementos de la biosfera, incluyendo las energías externas que determinan y afectan la vida de todo organismo en el planeta.

Capítulo XXIV • Las grandes revoluciones de la historia

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 enero, 2023

 

Introducción

El sentido de la palabra revolución que usaremos es el de «cambio grande en nuestra casa», entendida ésta como el planeta que habitamos todos.

A la mentalidad humana le cuesta mucho trabajo aceptar el cambio. La mayoría de las personas ven el cambio con recelo, cuando no con temor, ya que todo cambio significa dejar de ser algo o de estar en un sitio, para ser otra cosa o ir a otro lugar. El momento de transición se percibe como un vacío, como un no ser o un no estar que produce miedo.

Pues bien, la evolución no es otra cosa que un proceso permanente de cambio, producto de que en el universo todo es dinámico, todo se mueve. Ahora ya sabemos que aun la roca más sólida del mundo o el diamante más duro están formados por partículas en movimiento continuo. El cambio es una característica de todo lo existente en el universo, y con mayor razón es inherente a los seres vivos.

La Tierra ha evolucionado siempre, pero a partir del desarrollo de la humanidad ese proceso se ha acelerado. Teilhard de Chardin definió la evolución como «la espiritualización de la materia». Es como el retorno al origen.

Los puntos críticos de la evolución, a partir de la aparición del ser humano, los hemos llamado las grandes revoluciones de la humanidad. Se trata de cambios que han modificado conductas, tecnologías, modos de vida, etc., y de una u otra manera han alterado el medio ambiente en el cual se ha producido la vida.

Cada una de estas revoluciones ha llevado al ser humano a prosperar en salud, en esperanza de vida, en protección ante las inclemencias, en seguridad, en desarrollo intelectual, etcétera.

Tal vez no nos guste imaginarnos como animales, sin embargo, nuestro material genético es igual en un 99% al de los grandes monos.

En la Tierra, hasta lo que se conoce el día de hoy, la vida se inicia en los medios acuosos, con microorganismos unicelulares que, al evolucionar, se vuelven multicelulares. En sus procesos de digestión van también formando oxígeno, como el reino vegetal lo hace hasta la fecha. Tal parece que ése es el origen de nuestra atmósfera rica en oxígeno.

Conforme este proceso continuaba, los seres vivos se fueron desarrollando de acuerdo con las leyes de la selección natural, generando cada vez formas de vida más complejas. Los seres vivos se especializan conforme a sus funciones en la biosfera terrestre y aparece el reino animal. A diferencia del vegetal, que se alimenta de luz, minerales, agua, etc., los animales se alimentan de los organismos que los rodean y se subdividen en diferentes especies vegetarianas y carnívoras.

Cada animal tiene una alimentación especializada, la cual determina su hábitat y sus costumbres, y lo ubica geográficamente. Como es lógico, entre más amplia es la gama de alimentos, más amplio es su hábitat.

Los mamíferos son la especie más avanzada, pues han desarrollado la capacidad de experimentar sentimientos y emociones; y entre los mamíferos, el ser humano está en la cúspide, pues ha desarrollado el lenguaje, la capacidad del pensamiento lógico, la creación, la autodeterminación (el espíritu). No se sabe a ciencia cierta en qué momento se da en el hombre este paso gigantesco, este pequeñísimo porcentaje del material genético que lo diferencia totalmente del resto de los seres vivos del planeta (y del universo conocido). El Antiguo Testamento habla de Adán y Eva, algunos pensadores modernos agnósticos, escépticos, materialistas y positivistas tratan de explicar la vida en ausencia de un espíritu superior. Los hombres de fe, como es mi caso, creemos que el espíritu hace presencia en el ser humano a través del libre albedrío, que es característica del espíritu en sí. El pensamiento analítico y lógico, la capacidad de crear y transformar conscientemente, etc., son características propias del ser humano, que como conjunto lo diferencian de las demás especies vivas.

El fuego ha existido siempre como un elemento natural. Se ha manifestado de muchas formas, provocado por rayos eléctricos, lavas volcánicas, etc. Cuando el ser humano aprendió a usarlo (hace entre 2 millones y 500 000 años), su vida cambió: cocinó la carne, lo usó para protegerse de las inclemencias y de los animales salvajes, para alumbrarse en la noche, etc. Aprendió primero a cuidarlo y a conservarlo, y después a producirlo. Éste fue quizá el paso clave que lo empezó a diferenciar de sus congéneres primates (que, como él, vivían de la recolección de alimento y del consumo fortuito de carne, pero siempre cruda).

Una vez que aprendió a dominar el fuego, el ser humano tuvo la oportunidad de comer la carne cocida, que tiene mejor sabor y consistencia que la cruda y es más digestible; ello contribuyó a modificar sus hábitos básicos de alimentación lo que a su vez amplió su hábitat a cualquier territorio en donde encontrara la combinación vegetal-animal que garantizara su sobrevivencia, invadiendo de esa manera cada vez más territorios. Con el cruce del estrecho de Bering hace 20 000 años, y con las navegaciones en el océano Pacífico, el ser humano pobló toda la Tierra, gracias en gran parte al poder que le confería producir y dominar el fuego, un poder sobre la naturaleza que ningún ser vivo poseía.

Pudiéramos decir que cuando el fuego de Dios descendió sobre la tierra y el ser primitivo se adueñó de él, se inició el proceso humano: la más asombrosa revolución que nuestro planeta ha presenciado. No en balde los artistas religiosos siempre han representado el des- censo del espíritu en el hombre como una flama de fuego que se posa sobre la cabeza.

Capítulo XXIII • El ciclo de la vida

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 enero, 2023

 

Todo objeto material en el universo está constituido por átomos y éstos, en su última expresión, son partículas o energía. Tal pareciera que la esencia se manifestó con libre albedrío o a través de la opción entre energía (vibración, ondas) o materia (partículas, átomos). Los átomos se agrupan formando moléculas y así se inicia la cadena de manifestaciones de la esencia vital. De esta manera comprendemos que la esencia se manifiesta en todos los objetos del universo.

La vida orgánica en el planeta tiene un ciclo que inicia en la combinación de la energía solar, merced a la cual se genera la fotosíntesis, cuya expresión química es:

6C0₂      +          6H₂O         +    energía luminosa =      CH₁2O6         +          60₂

                      bióxido de          agua                                                        azúcar           oxígeno

                      carbono

1. Por medio de este fenómeno, las plantas producen almidones y azúcares y generan oxígeno.

2. Los herbívoros consumen plantas, agua y oxígeno.

3.Las bacterias y los hongos consumen plantas, agua y oxígeno.

4. Los carnívoros consumen plantas, animales, agua y oxígeno.

5. Todos esos procesos generan bióxido de carbono.

6. La fotosíntesis requiere y consume bióxido de carbono, agua y energía solar.

De esta forma, todos los seres vivos, algunos minerales y el agua establecen un ciclo permanente cuyo motor es siempre la energía solar. Igual que ocurre con el ciclo del agua, que vimos en el capítulo anterior. En el trasfondo de estos ciclos combinados existe una «información» que es la que permite que las secuencias se reproduzcan e incluso que evolucionen. Desde los experimentos de Mendel, se conocen las leyes de la herencia que ahora definimos como información genética codificada: permite que cualquier ser vivo se reproduzca a imagen y semejanza de la pareja o el ser que lo engendra.

La clave de la evolución es el ADN, una molécula con dos espirales entrelazadas por cuatro subunidades químicas. Ello determina la herencia.

El ADN controla la química y el crecimiento produciendo las proteínas adecuadas. Primero se desenreda como cremallera (zíper) para exponer una hilera de subunidades. Estas hileras separadas atraen unidades químicas iguales que se encuentran sueltas en el núcleo, formándose una nueva molécula con un nucleótido idéntico al que soltó; como la secuencia de eslabones en las dos escaleras es la misma que la de la molécula progenitora, éste es un mecanismo de duplicación.

La vida es algo más que una creación. Una vez que ha nacido, un individuo tiene que continuar viviendo, lo que consigue gracias a un formidable ejército de compuestos muy versátiles llamados proteínas. Aunque hay millares de ellos, todos son fabricados de acuerdo con las precisas instrucciones dictadas por el guardián del código de la vida: el ADN.

El ADN produce una hebra sencilla, el ARN mensajero, que distribuye las instrucciones para la construcción de proteínas. También forma otras moléculas más pequeñas de una sustancia llamada ARN transportador, que lleva las materias primas, es decir los aminoácidos, al lugar adecuado. Cada molécula de ARN transportador posee un código que servirá para encajar con el ARN mensajero cuando haya encontrado su aminoácido correspondiente. Cuando un rayo cósmico, o una alteración química, incide sobre uno de los peldaños de la estructura molecular del ADN, se produce una mutación.

Puede decirse que el proceso de la vida se ha visto o interpretado de forma distinta en Occidente que en Oriente. En Occidente se desarrolla la conciencia personal a partir de una conciencia dual de lo humano: yo (sujeto) y lo que no soy yo (objeto). En Oriente existen corrientes que intuitivamente parten de una conciencia unitaria: la esencia está en mí. En Occidente se pierde el espíritu de unidad y se desarrolla el espíritu crítico de búsqueda. Es esto lo que provoca el pensamiento científico. En Oriente se persigue la comunión con la esencia, se deja el espíritu inquisidor, no se desarrolla la ciencia, aunque sí los descubrimientos. En Occidente, la ciencia avanza hasta estructurar el conocimiento piramidal de las diversas manifestaciones de la esencia (se recrea la creación en la conciencia humana) y se llega, a través de la física cuántica, a la conciencia (no al conocimiento) de la esencia.

En consecuencia, en lo que se ha dado en llamar la nueva era o la conciencia de unidad, se integran la intuición de Oriente con el conocimiento científico de Occidente y se revaloran, canalizan y reenfocan las tradiciones espirituales legítimas y auténticas, se pregona el advenimiento de la era racional, en donde se corroboran antiquísimas visiones de lo real y se plantea al ser humano nuevo, integrado como el centauro, sin división entre cuerpo y alma, consciente de que su esencia es el espíritu universal, no escindido en el mundo dual. Esta es la etapa que Einstein anticipó y bautizó como la era de la religión cósmica (la conciencia de unidad).

Cuando se habla del espíritu no debe confundirse su manifestación con su presencia: la primera se da en la naturaleza; la segunda, sólo en el ser humano.

Pero para retornar a la unidad debemos darnos cuenta de que la vida depende de procesos (los ciclos del agua, de la vida, etc.) que podemos descomponer, viciar o deformar con la contaminación y el uso indiscriminado de los recursos naturales. Estos procesos se basan en fenómenos físicos, químicos y biológicos que se dan en la tierra bajo determinadas circunstancias. El mundo tiene ya la terrible experiencia -no difundida en toda su dimensión de las alteraciones genéticas que la radiación atómica puede provocar. Ya se sabe de las terribles consecuencias del mercurio en el agua, del DDT, de los herbicidas y, fertilizantes no biodegradables, etcétera.

Todos los ciclos de la vida y las leyes de la herencia pueden ser alterados por el ser humano y hoy ya no cabe la justificación de la ignorancia, pues conocemos las consecuencias. Es en esa conciencia de la experiencia en donde radica la gravedad de nuestra responsabilidad presente y futura. Ciclos y procesos de herencia del futuro dependen de lo que hagamos en el presente.

Los procesos que hacen posible la vida parecen claros y sencillos, pero son enormemente complejos. El mundo es el resultado de un permanente cambio: de una masa estéril en constante erupción, sin atmósfera, a través de millones de años se ha desarrollado un maravilloso sistema que en equilibrio ecológico ha propiciado la aparición de las especies y su evolución. Es impresionante pensar que la vida haya surgido a partir de un principio de elementos inertes.

Elementos básicos de la Tierra

La palabra «materia» deriva del latín mater, que significa “madre»; con esta idea se expresa que la vida emana de la materia. La composición, estructura y fronteras de la materia no nos son totalmente conocidas. Hoy identificamos cuatro estados de la materia: el líquido, el gaseoso, el sólido y el plasma, pero vivimos en un mundo en el que, por ejemplo, las temperaturas naturales van de -50 a 100 °C, pero el hombre ya ha obtenido, por fracciones de segundo, temperaturas de hasta 40 000 000 °C, ¿cuáles pueden ser, pues, las fronteras?

El hombre prehistórico comenzó a conocer la materia por la experiencia de sus sentidos; posteriormente intuyó en ella algunas propiedades que con el método científico pudo comprobar o desechar.

Los griegos, empezando por el filósofo Tales de Mileto y siguiendo con Empédocles, Demócrito, Arquímedes, Sócrates, Platón y Aristóteles, especularon, avanzaron y retrocedieron en el conocimiento de la materia e iniciaron métodos y procesos de búsqueda que permanecen hasta la fecha.

Podemos pensar que los modernos descubridores de lo que conocemos de la esencia de la materia y del universo son, entre otros, John Dalton, Dimitri Ivanovich, Alen de Legeu, Albert Einstein y Robert Oppenheimer.

Si comprendemos que la vida en la Tierra nace de la combinación de la materia y energía, que el universo surge del Espíritu y que tenemos una visión cada vez más clara de cómo se configura esto, entonces el presente ensayo logrará su objetivo.

La ciencia y la intuición nos han ido demostrando, poco a poco, que existe una interrelación entre todos los elementos de la Tierra y la energía solar y universal que se recibe, con lo que se mantiene un proceso de equilibrio creativo que genera la evolución. Fue de esta manera como la vida primitiva provocó cambios en la atmósfera que, a su vez, fueron propicios para nuevas formas de vida.

Notas al margen 

Mutación. Cualquiera de las alteraciones producidas en la estructura o en el número de los genes o de los cromosomas de un organismo vivo, que se trasmite a los descendientes por herencia.

Manifiesto. Descubierto, patente, claro 

Capítulo XXII • El ciclo del agua

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 diciembre, 2022

 

“Todas las aguas acaban regresando al mar”, es un dicho popular que se refiere al ciclo del agua. El agua es un elemento vital, sin ella el mundo sería muy diferente, y la vida no existiría como la conocemos. Todos los organismos vivos estamos formados básicamente por agua. Los seres humanos requerimos beber en promedio un litro y medio de agua diarios para sobrevivir. Es pues indispensable el agua potable, pero es un producto cada vez más escaso en el mundo actual. Quién iba a decir que para el año 2000 habría aguas embotelladas más caras que vinos y refrescos.

El ciclo del agua es un proceso natural que consta de diferentes pasos:

1. Evaporación. La energía solar provoca que se evapore el agua del mar, ríos, lagunas, superficies húmedas, etcétera.

2. Por ser más ligero que el aire, el vapor se eleva a diferentes alturas.

3. Por la atracción entre las partículas de vapor se forman las nubes.

4. Los vientos acarrean las nubes en todas direcciones, sacándolas del mar e introduciéndolas en la tierra.

5. Los cambios de temperatura y la concentración de humedad provocan que las moléculas de agua se integren, formen gotas y se precipiten sobre la tierra, provocando la lluvia.

6. El agua sigue tres direcciones:

a) Humedece la tierra.

b) Se filtra al subsuelo.

c) Se precipita por su cuenca.

7. La que humedece el suelo es aprovechada por las especies vegetales del planeta. La usan para llevar a cabo la fotosíntesis, que es lo que produce todos los alimentos sobre la tierra.

8. La que se filtra al subsuelo permanece como manto acuífero, del cual se extrae por medio de pozos, o forma corrientes subterráneas que a veces producen manantiales, a veces alimentan mantos acuíferos, a veces salen al mar.

9. Las que se precipitan por su cuenca forman ríos que a veces alimentan lagos. A veces los interrumpimos para formar presas de riego o hidroeléctricas. Luego llegan al mar.

En el ciclo del agua se basa todo el florecimiento de la vida en nuestro planeta. Hoy ya sabemos que la sequía provoca hambruna, pero el exceso de agua acarrea devastación y muerte.

El agua es parte fundamental de muchos otros procesos, ya sea domésticos, sociales, industriales, etcétera. Por ser un poderoso solvente, es capaz de transportar todo tipo de sustancias, desde los nutrientes que requieren los organismos, hasta los desechos que producimos los humanos.

El agua es indispensable para la vida, pero el problema es que la estamos contaminando; y si bien parte de esta contaminación es reversible, otra buena parte no lo es.

Además, la necesidad que tenemos de ella hace que cada día requiramos más energía para transportarla, y ese es un proceso contaminante. En la antigüedad, las civilizaciones se iniciaron a la orilla de los ríos, pues dependían del agua para fertilizar la tierra. En la modernidad, el agua se extrae o se traslada a donde se necesita.

Los seres humanos llevamos ya siglos contaminando el agua. Con la era industrial, el Támesis, el Sena y el Missisipi eran ríos prácticamente de desechos, que no sólo contaminaban sus cuencas sino enormes porciones del océano. Hoy, el agua contaminada ha invadido ríos, lagunas y mares, y en realidad nadie conoce el grado de contaminación irreversible que ha alcanzado la masa de agua mundial. Apenas se ha empezado a estudiar las grandes masas de hielo polar para hacer gráficas comparativas de grados de contaminación. En cambio, se sabe mucho de los factores contaminantes del agua y de los procesos de depuración de la misma.

La concentración de las poblaciones genera, a través de los drenajes, enormes volúmenes de agua contaminadas que requieren plantas de tratamiento y reciclaje de lodos. Son obras de gran inversión y mantenimiento que muchos países no pueden costear. Los países desarrollados no sólo no los ayudan, sino que muchas veces les venden tecnología obsoleta que se traduce en altos costos operativos.

Si no se forja una conciencia solidaria con conceptos como la descontaminación del agua, la conservación de los bosques y la eliminación de la lluvia ácida, que es producto de la contaminación de la atmósfera, el mundo puede verse en graves problemas de falta de agua pura y utilizable. Así, se requiere, por un lado, desarrollar una conciencia universal de conservación y, por otro, un espíritu de solidaridad y apoyo, pues lo que estamos haciendo es heredar un mundo limitado en recursos naturales, lo cual nos reprocharán nuestras futuras generaciones.

Notas al margen:

Ciclo. Serie de fases que pasa un fenómeno físico periódico hasta que se produce la fase inicial.

Cuenca. Territorio rodeado de alturas.

Hambruna. Hambre grande o extrema.

Capítulo XXI • El ser humano en el presente y en el futuro

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 diciembre, 2022

 

Si pensamos que el ser humano sólo dispondrá en el futuro de las herramientas del presente para resolver sus problemas, el futuro aparece completamente incierto. Pero no será así; el ser humano evolucionará con su medio y responderá a él; el riesgo existirá, pero también las alternativas de solución. Analicemos algunos fenómenos presentes que ya forman parte de las soluciones del futuro.

La revolución interactiva: Cibernética y comunicación masiva, computadoras y televisión, superconductores e intercomunicación mundial, vuelos supersónicos y movimientos de masas, ya eliminaron las distancias: las noticias y los hechos están presentes en el momento de suceder. Estos maravillosos medios se usarán, en su momento, para universalizar el conocimiento y serán los recursos integradores por excelencia.

La terapia genética: El conocimiento de la totalidad de los genes que participan en la integración del cuerpo humano será el comienzo de una nueva era de la medicina que, integrada a lo que hoy se conoce como medicina alternativa, une la nueva conciencia de la participación de la psique humana en la salud y dará toda una nueva visión que hará la vida más duradera, saludable y creativa.

La ingeniería genética: Esta será la verdadera solución a la alimentación en el mundo del futuro, con los saldos que queden de la devastación actual. Si logramos salvar algo, la ingeniería genética generará los recursos suficientes y sobrados para alimentar a toda la humanidad en el futuro.

La inteligencia artificial: Realidad virtual, robótica, cibernética, holografía, etc., crearán opciones hoy todavía difíciles de imaginar. La cultura integrará en forma objetiva las experiencias pasadas de la humanidad con las del presente, en casa y sin desplazamientos.

La energía inagotable: El sueño de la humanidad será una realidad; las energías alternativas, naturales o «limpias» (la del Sol, de las mareas, de los ríos, de la biomasa, del nitrógeno, etc.) como se les llama hoy, serán fuente inagotable y recurso permanente.

Las nuevas tecnologías: Mucho se podría hablar de la tecnología espacial, la robótica, la miniaturización, el control climático, los superconductores, los trenes y automóviles magnéticos, el transporte supersónico, los regeneradores orgánicos y energéticos, las naves espaciales, las computadoras inteligentes, la globalización de la cultura, los súper chips, los chips orgánicos, el conocimiento y la conciencia, etc. La lista sería enorme; estamos en los albores de tecnologías sorprendentes que transformarán al mundo; no habrá problema de la humanidad que, si se desea, no tenga solución; todo dependerá de nosotros mismos.

Como hemos visto, el ser humano es fin y no medio, y el hecho de que tenga conciencia de que el Espíritu se manifiesta en él le da una dignidad infinita.

Podríamos decir que la evolución ha sido el método escogido por el Espíritu para recrearse a sí mismo hasta el hombre. Desde el momento en que la persona cobra conciencia de sí misma, del otro y de la presencia del Espíritu en todos, se inicia su proceso de humanización, que ahora lo entendemos como la autodecisión del retorno al Espíritu divino que le es inmanente.

Así, el humano, al repetir el proceso evolutivo en sí mismo, también utiliza el cambio, el riesgo y el azar como instrumentos, pero con una dirección que le marca el sentido de su propia conciencia, que es el de su vida; persiguiendo aquellos ideales que el humanismo le ha venido marcando en su proceso evolutivo, él es forjador y responsable de su propio destino, el único en el universo conocido que tiene capacidad de decisión.

Esta capacidad de decisión es la que nos compromete en el futuro. Es aquí en donde aparece el aspecto de conservación ecológica. De nosotros depende actuar previendo que los daños que se le estén causando a la naturaleza no sean irreversibles y que con esas tecnologías que describimos se solucionen los problemas del futuro.

La humanidad es, pues, la cúspide de la cadena extraordinaria de sucesos evolutivos que se iniciaron hace 15 000 millones de años con el Big Bang; si esto lo entendemos como una creación del Espíritu, de Dios, de Brahma, de Jehová, del Tao, que culmina con su expresión en el ser humano, deberemos comprender que él era el objetivo de la creación. Tal es el deber de lo humano para con Dios y para con sus hermanos: la conciencia de lo supremo en los demás y en uno mismo. Esa es la religión universal que pregonaba Einstein, ésa es la razón de las religiones integradoras, ésa es la luz del fuego divino de Rama o la presencia del Hijo del Padre en Jesús. Todos tenemos un origen y un destino común y único: La unidad en el Espíritu.

Notas al margen:

Inmanente. Dícese de lo que es inherente a algún ser o va unido de un modo inseparable a su esencia, aunque racionalmente pueda distinguirse de ella.

Capítulo XX • Materialismo, positivismo, escepticismo

por ahernandez@latitud21.com.mx 1 noviembre, 2022

 

Estas corrientes materialistas y escépticas se están adueñando del mundo porque se sustentan en bases egoístas, que nos alejan de nuestra responsabilidad para con los demás pregonando la inexistencia de Dios, así como de la moral y por lo tanto de la ética, pues consideran que no hay verdades universales ni compromisos superiores, sino simple y sencillamente acuerdos entre las partes en convivencia. Para quienes así piensan, la evolución es al azar, el ser humano no forma parte de ningún proyecto universal y su única función es existir y sobrevivir como especie sin tener ningún parámetro superior de belleza, justicia, verdad o bondad. Su verdad es que no existe ninguna verdad. Ni siquiera se dan cuenta de que al afirmar «no existe ninguna verdad», están cayendo en una contradicción, puesto que para que esa afirmación sea verdadera ¡tiene que ser falsa! Hoy está de moda decir que «cada quien tiene su propia verdad», pero esto viene a ser como la ley de la selva, pues si para cada uno de nosotros lo cierto, lo verdadero o lo justo es lo que nosotros mismos determinamos, entonces no existen valores universales que sirvan de base para una convivencia civilizada, sino sólo la fuerza que el individuo o la colectividad ejerzan para que se cumpla «su verdad». El acuerdo lo imponen los más fuertes. Aún en la ONU, el organismo multinacional por excelencia, el comité de seguridad lo ejercen como monopolio solamente cinco naciones, que forman parte de los diez países más poderosos del mundo. La razón impuesta por la fuerza no es otra cosa que una ley de la selva institucionalizada.

La idea de Rousseau de que el hombre es bueno por naturaleza, es una falacia enorme. Todo aquel que ha tenido un hijo sabe que educarlo y socializarlo es un proceso en contra del egoísmo del niño, que todo lo quiere para sí sin dar nada a cambio, y que se rebela si no lo obtiene. El ser humano es egoísta por naturaleza y el egoísmo es el origen de todo el mal que existe sobre la tierra, de las guerras más cruentas y de las peores atrocidades, como lo fue el fascismo o la visión enferma de Pol Pot en Camboya. Es curioso e indignante ver, por ejemplo, a un ladrón quejarse de que alguien le roba. El egoísmo ciega y perturba, niega la presencia del otro y, si no existen parámetros que nos permitan determinar nuestras acciones, el bien y el mal se confunden, o se funden, generando una visión egoísta del mundo, en donde sólo existe el individuo con sus necesidades y una noción vaga de la existencia del otro.

El parámetro más claro, sencillo y objetivo que tenemos para luchar en contra de nuestro propio egoísmo es el imperativo ético, que nos dice «el otro es como yo». Con esa sola norma, podemos determinar toda nuestra vida, «no le hagamos a los otros lo que no queremos que nos hagan a nosotros». Esa conciencia permanente es una guía excepcional y única para enfrentar nuestro egoísmo. Es, por otro lado, una manifestación de la presencia del espíritu en nosotros, es decir, la herramienta que tenemos para luchar en contra de nuestro egoísmo y de nuestras pasiones. Es también la fuente de todos los valores y normas de conducta que generan una ética de significados trascendentes. El otro es como yo, tiene los mismos derechos y obligaciones que yo, espera de mí lo que yo de él, ambos tenemos el mismo derecho a la vida, a la justicia, a la paz, a la belleza y a todo ese conjunto de reglas civilizadas que llamamos derechos humanos. Él los tiene, de la misma forma que yo quiero tenerlos.

Ahora no hay derecho más preciado para el ser humano que el derecho a la vida. En ese derecho fundamental se basan todos los demás, pues el ser humano es fin, no medio. Ahora bien, en el desequilibrio ecológico causado por la contaminación de nuestra biosfera es donde puede residir el mayor mal, pues atenta no sólo contra nuestra propia vida, sino contra la de todos los demás, pero fundamentalmente contra las generaciones futuras.

El materialismo del aquí y el ahora, la visión consumista del mundo como satisfactor de necesidades creadas y el escepticismo que niega los valores superiores o el origen divino del imperativo ético, trabajan justamente contra la corriente que trata de crear una conciencia ecológica; porque aunque sabemos que todos contaminamos nadie quiere asumir la responsabilidad de los actos colectivos, como si no fueran la suma de actos individuales que deben corregirse con esfuerzo y sacrificio. Es como la relación de países o personas pobres y ricas: pareciera que uno tiene que ser a costa del otro pero eso no es así. La conciencia del otro, el imperativo ético, permite definir y esclarecer con justicia lo que a cada quien le pertenece. Es una combinación de capacidades y necesidades, no conforme a la falacia comunista del estado benefactor. La historia demuestra que los más altos niveles de vida y de respeto a los derechos humanos se dan en las democracias (republicanas o parlamentarias) y en donde prevalece el libre mercado. De esas comunidades ha surgido con mayor impulso lo que hoy conocemos como conciencia ecológica, conciencia de unidad, o visión holística, donde se encuentra el verdadero futuro de la humanidad.

Notas al margen

Ética. Parte de la filosofía que trata de la moral y las obligaciones del hombre.

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