Ingeniero de profesión, Marcos Constandse Madrazo, además de ser uno de los pioneros en el Caribe Mexicano e impulsor de conceptos únicos para la atracción del turismo, es un escritor que comparte su filosofía de vida, fragmentos de la historia y crecimiento de este destino. Una de sus obras es “Ecología y Espiritualidad”, en la que aporta su interesante visión y propuestas para avanzar en el desarrollo económico de la región, privilegiando acciones que moderen y regulen el consumo, para reducir la huella ecológica, a fin de preservar lo más valioso de la humanidad y que está bajo profunda amenaza: el medio ambiente.
Hoy más que nunca este tema cobra relevancia, por lo que en cada edición de Latitud 21 incluiremos fragmentos de esta publicación. Búscalo completo en nuestra web: www.l21.mx.
Al principio yo creía que luchaba por el árbol del hule. Después yo creía que luchaba por salvar el amazona. Ahora me doy cuenta que lucho por toda la humanidad. FRANCISCO CHICO MÉNDEZ
Sin duda, el XX fue el siglo de la revolución de las revoluciones, el que logró terminar con la realidad aristotélica dual y abrió el horizonte de visión humana al lograr identificar materia y energía. De este asunto, hemos apenas empezado (pero ya empezamos) a comprender y a manejar las implicaciones. Aunque siempre que se piensa en física cuántica se piensa en la energía producida por el nitrógeno y la energía atómica y sus derivados, como la bomba atómica, la realidad es que sin ese tipo de energía no habría futuro para los 10 000 millones de habitantes que tendrá el planeta en el año 2050.
Somos consumidores y procesadores de energía, la que requerimos a un precio que permita el desarrollo económico y social de la humanidad. Hasta ahora, sólo la energía atómica ha entrado en la economía real y ha permitido resolver los faltantes energéticos de los países desarrollados, evitando con ello el sobreconsumo de combustibles fósiles. Aun así, el consumo de combustibles aumenta mucho día con día en la medida en que la población crece y se desarrolla. La energía es el tema central de la conservación de la especie humana y en el siglo XX se realizó la investigación necesaria para poder resolver este problema, en el futuro. Ya sabemos que, con determinadas tecnologías, las posibilidades energéticas son inagotables.
El ser humano requiere alimentación para proveerse de la energía que consume: ese es su problema básico de supervivencia. También en el siglo XX, la investigación en biotecnología y el desarrollo de la genética nos dan elementos para pensar que tenemos el potencial de producir alimentos para 10 000 millones de personas.
Tanto las altas tecnologías como su investigación y aplicación requieren un sistema político, económico y social que los favorezca y que sea propicio para su desarrollo.
El siglo XX fue también un caldo de cultivo y experimentación de sistemas políticos demandantes de mecanismos cada vez más abiertos y justos para la humanidad. La libertad del espíritu es condición sine qua non para la creatividad humana. El tema de la libertad del espíritu es central, pues la experiencia demuestra que sin ella la humanidad no camina al progreso, sino a la depravación y a la animalidad. En el siglo XX se demostró fehaciente y dolorosamente que son tres los factores más claros de los sistemas que han progresado con mayor velocidad: libertad, democracia y respeto a los derechos humanos. Los países que durante dicho siglo respetaron y promovieron esas características en sus poblaciones son los que han logrado los mayores desarrollos económicos y sociales. El siglo XX presenció también búsquedas tan dramáticas como el comunismo y el fascismo, basados ambos en el poder del estado, el control de los medios de comunicación, las restricciones a la libertad, el control de la economía, la ausencia de democracia y la violación incesante de los derechos humanos. El precio fue terrible, pues hablamos de millones de vidas humanas, de luchas fratricidas, de usufructos absurdos de recursos naturales, de
fracasos tan dramáticos que aún no nos percatamos de todos sus horrores. Lentamente, se descubre el velo del pseudoidealismo de que se alimentaban esos sistemas totalitarios, que fueron superados con el siglo. El camino está trazado, no en la demagogia ni en la mentira, sino en la realidad palpable y comparable.
Y también durante el siglo XX se desarrolla vertiginosamente la tecnología en el área de la comunicación, que ha acabado por transformar al mundo en una maravillosa e impredecible «aldea global». Hoy es un momento único de la humanidad en que la información se difunde y le da la vuelta al mundo en minutos. Ya los dictadores voraces y asesinos no pueden delinquir impunemente en sus países aislados, pues todo el mundo los contempla y demanda que sean juzgados por sistemas no controlados por ellos. Los pueblos también conocen otros sistemas y formas de vida más justos y de mayor oportunidad, y con el tiempo aprenden a exigirlos. Esto quiere decir que la búsqueda de libertad y justicia del espíritu se expande por todo el mundo. Esa es la realidad de la aldea global: «Todo es sabido por todos, todo se comparte, todo nos afecta a todos». No nos podemos preguntar más ¿cómo esto me afecta a mí?, sino ¿cómo nos afecta a nosotros?
En el siglo recién concluido nos tocó vivir el rompimiento de todos los paradigmas espirituales. La humanidad no se resigna a que «le digan”, ahora quiere darse cuenta por sí misma, y las ideas, desde las más geniales hasta las más descabelladas, están a la mano de todo el mundo. Y también nos tocó vivir el surgimiento del concepto de ecología como ciencia multidisciplinaria que trata de establecer y conocer más la interrelación de todos los elementos de la biosfera, incluyendo las energías externas que determinan y afectan la vida de todo organismo en el planeta.