- Por Iñaki Manero
- Comunicador
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IV
Una rifa en donde no se dio nada y en donde el regalo era dinero pagado por la misma gente que pagó 500 pesos por un boleto y los ganadores recibirían premios de 20 millones de pesos. Lo recaudado iría para abastecer a hospitales públicos en el país que luchan contra la pandemia. Curiosamente, por los boletos que el gobierno federal regaló a varios de estos centros de salud y que a la postre resultaron premiados, se pudo paliar, que no solucionar, la grave escasez en mascarillas, caretas, trajes, etcétera y el Ejecutivo queda como benefactor del pueblo. Sin meternos en el análisis profundo de esa monumental maroma y las pérdidas que ocasionó al querer rifar algo que ni siquiera se ha terminado de pagar y por lo mismo, no es nuestro y que no se ha vendido, por mucho que el tema sea recurrente en las homilías mañaneras, salta una pregunta que a mi juicio desarma toda la diversión del juego: ¿Por qué entrar a una rifa o sorteo cuyo fin es ayudar al sector salud cuando yo pago mis impuestos precisamente para eso? Y otra, ya picados en el asunto: ¿Quién ordenó reducirle el presupuesto a un sector fundamental para el movimiento de un país y para qué? De enero a mayo, el recorte fue de mil 884 millones de pesos, según cifras de la misma Secretaría de Hacienda. Ya con la pandemia encima, el Programa de Vigilancia Epidemiológica sólo recibió 152.2 millones de los 249.4 acordados. 96.9 millones de moche. Hasta el mismo Dr. Gatell en su subsecretaría de Prevención y Control de Enfermedades quedó corto 47 millones de pesos. Qué bueno que llevábamos preparándonos desde hace tres meses para la contingencia, según AMLO. ¿Es la rifa no rifa un distractor popular y populachero para tapar el desvío hacia los programas clientelares que lo mantienen a él y a sus pares en la cima de las encuestas? ¿Es más importante en este momento el tren, la refinería y el aeropuerto (sin hacer juicios de valor sobre su utilidad a corto, mediano y largo plazos) que efectivamente evitar la muerte, por falta de pertrechos, de tantos médicos, enfermeras y camilleros en este macabro récord mundial? A ojos vistas, la responsabilidad es compartida entre autoridades renuentes a la aplicación de pruebas diagnósticas para ofrecer cifras lo más cercanas a la realidad y el comportamiento de una sociedad acostumbrada a no tener consecuencias sobre sus actos y por ende, odiar cuando se les indica lo que tienen que hacer. Cuando se le quiere cuestionar al jefe del Ejecutivo sobre el manejo de la pandemia en cifras y argumentos concretos, siempre habrá un molécula o un pirata para salir al paso preguntando trivialidades. Sí, distractores.
En una próxima ocasión, si me lo permiten, hablaremos del llevado y traído chayote. Personalmente, no lo consumo ni en ensalada, pero es curioso que el vocablo haya sido retrotraído desde otras cavernícolas épocas priístas a la era en donde todo es transparencia, honestidad valiente y lucha contra la corrupción. ¿Por qué el interés de lanzarlo al ruedo de las redes sociales y generalizarlo en repetición ad náuseam entre los habitantes del vecindario cibernético? Baste decir que se trata de una estrategia –muy mala, por cierto– para desprestigiar el trabajo de periodistas sin sesgo o con él, pero que describen lo que ven y comentan con argumentos lo que piensan, le guste a quien le guste. Mientras tanto, quede la presente como una advertencia de que ahora mismo, en el sexenio en que todo cambiará para México, las mañas del pasado, operadas tras bambalinas por los mismos mañosos del pasado, siguen funcionando. ¿Alguien recuerda al chupacabras? Un criptozoide salido de las brumas de la ignorancia científica, creado en los laboratorios del engaño popular en lo que la clase política de nuestro país tomaba oxígeno luego de unos 94 y 95 horribles; un caldo denso y espantoso de cadáveres de candidatos y funcionarios, insurrecciones sureñas y crisis económicas que amenazaban con esparcir el contagio de la inestabilidad en una nación que llevaba casi 70 años de una nerviosa, endeble y artificial paz social. Así funcionaban las cosas. Se hacía y se decía lo que de Los Pinos bajaba hacia los medios de comunicación y sin chistar. Si la nota indicaba que el chupacabras había sido visto en Querétaro y al otro día en Zacatecas, por muy ridícula que esta gira del terror pareciera, por lo menos debía ser destacada en los despachos informativos. No era obligación comentarla, sin embargo. Una nueva generación de periodistas no alineados estaba siendo el dolor de cabeza del sistema. El “los cocodrilos vuelan porque lo dijo el señor presidente, se estaba poniendo en duda públicamente en la tinta, la cámara y el micrófono y no en los cafés y en las cantinas en donde se ahogaba la frustración profesional. Pero, como dijera la nana Goya, “ésa es otra historia” de miedo, como la de la consulta ciudadana y considerar a la gente ministerio público. Juanga diría desde su descanso: ¿Pero qué necesidad?