Los ciudadanos se ponen irreverentes eventualmente cuando están agotados del abuso, pero al no estar organizados o ser carentes de líderes, su fuerza se desvanece, su movimiento se agota y no se alcanzan objetivos. Claro que hay excepciones, como la muy notable “Primavera Árabe”, entre los años 2010 y 2012, cuando la ciudadanía en un movimiento masivo pero democrático, logró derrocar dictaduras en diversos países árabes, entre ellas la muy notable de Hosni Mubarak en Egipto, con 30 años en el poder.
Pero normalmente y especialmente en nuestros países, existe un “respeto” reverencial, casi de culto al mandatario en turno, que no permite liderazgos debidamente organizados para reclamar cuando es justo, para levantar la voz y demandar cambios.
Las voces que se escuchan fuerte en el reclamo a los gobiernos en turno, son las de los opositores políticos, normalmente a través de la fuerza que les dan sus partidos o sus posiciones en el Congreso, pero son voces casi siempre sin credibilidad entre los ciudadanos, justamente porque se infiere que lo que pretenden es el logro de sus personales intereses o de grupo, toda vez que al paso del tiempo han perdido toda clase de confianza. Aunque fueran legítimos y bien fundamentados sus reclamos y sus demandas, tristemente han perdido toda credibilidad, justamente por su reputación de políticos.
Las voces que podrían hacer contrapeso, ser escuchadas y tomadas en cuenta, son las de grupos de poder alejados de la política, pero esas no se escuchan, por ese “respeto” atemorizado que le tienen a la autoridad en turno, que se convierte en más de una ocasión en pleitesía y culto, perdiendo la enorme oportunidad de ejercer liderazgos que permitieran cambios radicales y sustantivos en la toma de decisiones tanto de políticas públicas como de estrategias económicas y sociales.
Quizá va llegando el tiempo en México, de que los grupos económicos de poder, los intelectuales y académicos y las organizaciones de la sociedad civil, se unieran en la integración de consensos para levantar la voz, sin temor, con el propósito de cambiar la realidad de municipios, estados y país. Exigir los cambios a que haya lugar dejando atrás esas ridículas formas de respeto que se convierten en temor, que no nos permiten avanzar.
El gobernante en turno está ahí para escuchar, y deberá exigírsele con energía y fundamentos que modifique el rumbo si es menester, que acepte sus yerros y que cumpla con su mandato como prometió, o que se someta al juicio del pueblo, el que lo eligió y el que no.
No hay que confundir la verdad, con la opinión de la mayoría.
Cuando cambiemos los modos, cambiarán también las formas de hacer política. Al Buen Entendedor.