Parte I
Nos embarcamos en vuelo de COPA AIR, súper línea aérea con gran servicio y buena comida, con destino a Santiago de Chile, con breve escala en Panamá.
Luego de 8 horas incluida la parada en la ciudad del Canal, arribamos en la capital del país en donde naciera mi abuela en el año de 1900, Santiago de Chile, para alojarnos en un comodísimo y bien ubicado hotel NH, en la avenida Vitacura, en el corazón comercial y turístico de esa gran capital.
Apenas llegamos y acompañados de los primos de Alice, sin pisar la habitación nos dirigimos a la céntrica Isadora Goyenechea, para cenar en un local supuestamente español de nombre Pinpilin pausha… una tortilla española de regular manufactura, un loco en ensalada (abulón chileno) de entrada, pera luego seguir con corvina a las finas hierbas y un chuletón como platos fuertes para compartir, acompañados de una buena botella de Montes Alpha, carmenere, que por supuesto implicó que les contara a los compañeros de viaje, de la siempre célebre historia de la supuesta desaparición de la cepa carmenere, acaecida en Francia a principios del siglo pasado a causa de la filoxera, relato que siempre debe acompañar a los primerizos en este magnifico vino.
La noche se hizo larga entre relatos y cuentos.
La mañana siguiente, luego de descansar, fue propicia para ir a visitar a mis queridas primas chilenas, atestiguando en el camino lo hermosa y limpia que es esta capital, con arquitectura moderna que se combina con edificios antiguos, todo en perfecto estado. De camino para comprar un vino para la familia, pasamos por el Palacio de Gobierno, ese que recibió el bombazo el 11 de septiembre de 1973, para la caída del socialista presidente de Chile Salvador Allende.
Mi abuela, madre de mi padre, quien naciera en Valparaíso en el año 1900, fue la menor de diez y seis hermanos, según cuentan las poco precisas historias; de esa larga hermandad, surgió la relación con mis primitas Carmencita, Elba, Ani, Lilian (qepd), hijas de mi querido y recordado tío Roberto y la Tía Elba, a quienes he visitado en Chile con un amor, cariño y alegría inusitadas, que pareciera que nos habríamos visto con una frecuencia acostumbrada, cuando no es así. Es unos de esos cariños de familia, que se siente, se valora, se recuerda y se extraña.
Llegados ahí, mi Alice y yo, luego de ser recibidos con enorme y genuino amor, nos cupo la dicha de probar tremendas viandas chilenas de manufactura casera como empanadas, que se hacen con la carne cortada con cuchillo, que según dijo Hugo, realizó personalmente; ceviche de salmón, estofados, papas al horno, variedad de postres y por supuesto magníficos vinos chilenos, el sello de la casa.
Una tarde entera de amor, relatos, cuentos y recuerdos, para regresar contentos, agradecidos, nostálgicos y con las panzas muy pero muy llenas al hotel, para encontrarnos de nuevo con los primos acompañantes y cómplices del viaje y decidir, aunque usted no lo crea, a donde ir a cenar.
Una parrilla argentina en el centro de Santiago hizo los honores, en donde bife de chorizo y un buen Undurraga Cabernet Sauvignon, terminaron por ayudarnos a culminar placenteramente el segundo día.
El siguiente día, fue dedicado en parte a la cultura del vino y nos aproximamos en visita guiada a los famosos y muy antiguos viñedos de la Casa Concha y Toro.
Si bien Concha y Toro, no son hoy los mejores vinos de Chile, ante la amplísima gama de vides y bodegas existentes en ese querido país, si es el viñedo más antiguo, con mayor historia, probablemente de los mas bonitos y con una de las producciones mas grandes del mundo. Luego de la muy interesante historia de la familia de don Melchor de Concha y Toro y de conocer la leyenda del famoso Casillero del Diablo, aquel mítico lugar en el que el propietario del viñedo atesoraba sus mejores vinos, que, para no ser robados, hizo circular el rumor de que eran custodiados por el mismísimo demonio y de ahí su nombre; pasamos con curiosidad y alegría los cuatro curiosos viajeros a la simpática, inadvertida y siempre alegre fase de la degustación en este caso, de siete copas de muy interesantes vinos y cosechas de esta emblemática casa.
En la primera etapa pasamos delicadamente de un sauvignon blanc, a un carmenere y finalmente un cabernet sauvignon, de las botellas emblemáticas de la casa; luego el recorrido por las bodegas, las fotos con las barricas y la visita al legendario “casillero”, un sitio resguardado en donde se alojan los mejores caldos.
Finalmente, la etapa de degustación de cuatro copas con una tablita de quesos; un chardonay mantequilloso, luego un pinot noir que se adivinaba anticipadamente por su transparencia, posteriormente un muy fino merlot para culminar con un delicioso, que debo reconocer, inesperado para mi, Syra, que nos sorprendió a todos, con interesante y amena explicación de una joven sommelier.
La visita al viñedo concluye, como imaginan mis ocho lectores, con la parada obligada en la tienda de souvenirs; el daño no fue grande, pero si pudimos comprar dos o tres simpáticos recuerdos.
La tarde transcurrió después en un buen restaurante italiano, ubicado en una plaza únicamente dedicada a la gastronomía en Santiago, denominada Borde Río, muy recomendable.
Por la noche, empacar y a prepararse para la siguiente etapa, viajar en avión al sur de Chile, concretamente a Puerto Montt, para conocer la Patagonia… una historia especial.
Se los cuento en la próxima…