Dilemas globales

por NellyG

Todo indica que vivimos en un momento de confusión generalizada, de temor sobre el verdadero estado de la economía y la política global. Sucesos como la invasión de Rusia a Ucrania, los altibajos de los precios de las gasolinas, el aumento vertiginoso de las tasas de interés, los costos de la pandemia y la perspectiva inminente de una recesión en Estados Unidos, son factores que parecen estar creando un verdadero caos. Este miedo es real, pero transitorio, ya que está impulsado por el tumulto que acompaña a cualquier transición de un viejo orden económico a uno nuevo. Cada economía pasa por ciclos de expansión y contracción, pero el indicador más importante tiene menos que ver con los precios del mercado o las tasas de desempleo y más que ver con la filosofía política.

Durante aproximadamente medio siglo, la economía política de Occidente se ha basado en el concepto rector del “neoliberalismo” -ese que detesta el actual régimen en México-, la idea de que el capital, los bienes y las personas deberían poder cruzar las fronteras en busca de los rendimientos más productivos y rentables. Muchas personas lo asocian con la economía fomentada por políticos como Ronald Reagan o Margaret Thatcher o incluso las ideas económicas modernas de Bill Clinton y Barack Obama. Pero sus raíces se remontan a 1938, cuando economistas, sociólogos, periodistas y empresarios estaban alarmados por lo que consideraban el excesivo control estatal de los mercados después de la Gran Depresión. A raíz de ello surgen instituciones globales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y la Organización Mundial del Comercio, que esencialmente trataban de conectar las finanzas, el comercio y los negocios globales a través de las fronteras.

Mas tarde se concretaría el famoso “Consenso de Washington”, una serie de principios económicos derivados de los polos de la liberalización del mercado y la globalización sin restricciones. Estas recetas generaron más crecimiento que nunca. Pero también crearon cantidades sustanciales de desigualdad dentro de las naciones. En parte porque el dinero se mueve a través de las fronteras mucho más rápido que los bienes o las personas. La revolución generada por Reagan y Thatcher desató el capital global al desregular la industria financiera, y el comercio global se desató completamente durante la era Clinton, con acuerdos como el TLCAN (ahora TMEC) y la eventual adhesión de China a la OMC, que inclinó la balanza de intereses políticos entre la creación de empleo interno y la integración del mercado global hacia esta última. La idea era que los precios al consumidor más baratos de los bienes importados compensarían los salarios más planos o incluso la caída.

Pero no lo hicieron, incluso antes de la pandemia y la guerra en Ucrania, los precios de las cosas que nos hacen clase media, desde la vivienda hasta la educación y la atención médica, aumentaban mucho más rápido que los salarios. Ese sigue siendo el caso, incluso con la reciente inflación salarial. La sensación de que la economía global se ha desvinculado demasiado de los intereses nacionales ha ayudado a alimentar el populismo político, el nacionalismo e incluso el fascismo; ahí están los casos de México, Brasil, Colombia en América Latina, Italia y Estados Unidos con Trump, por citar un par. Es una ironía que las mismas filosofías que estaban destinadas a aplacar el extremismo político hicieran exactamente lo contrario cuando se llevaban demasiado lejos.

¿Y ahora qué? ¿Cómo podemos asegurarnos de que la globalización económica no vuelva a ir demasiado por delante de la política nacional? Creo que todavía no hay una nueva teoría de campo unificado para el mundo posneoliberal. Pero eso no significa que no debamos seguir cuestionando la vieja filosofía. Uno de los mitos neoliberales más persistentes era que el mundo era plano y que los intereses nacionales jugarían un papel secundario en los mercados globales. Los últimos años han destruido esa idea. Depende de aquellos que se preocupan por la democracia liberal crear un nuevo sistema que equilibre mejor los intereses locales y globales. Veremos.

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Rubén Olmos Rodríguez
  • Reporte Washington
  • CEO de Global Nexus
  • Analista y Consultor Internacional
  • X:@rubenolmosr