Estar desnudo es un enfoque de ser revolucionario; ir descalzo es mero populismo.
– John Updike.
– Bueno, con hambre hasta piedras. – Pensaba el reportero cuando vio la fila de más de veinte personas esperando el turno para comprar quién sabe qué, hecho con tortilla de maíz, salsa y algunas verduras que a la distancia parecían nopales y cilantro. La gastronomía mexicana, patrimonio de la humanidad según recuerdo, es la gran integradora social. La que hermana a ricos, medianos y pobres para convivir y tolerarse en una caravana impaciente seducida por olores y promesas de una recompensa imaginada por la historia cultural de otros momentos. El periodista llevaba de pie desde las dos de la mañana. A las cuatro salió de casa rumbo a una misión con resultados inesperados. Como esos huevos de chocolate con juguete sorpresa hoy tan prohibidos por los norteamericanos. En la política nacional, cualquier encomienda, era la oportunidad, el resorte, el impulso, de escribir la historia sobre lo insólito, lo surrealista y ¿quién sabe? – alcanzar la de ocho para llenarle el ojo al jefe de información. Oh, sí, la tlayuda; perfecta para engañar al hambre canija luego de horas concentrado en un recinto en donde ni refresco, ni galletitas, mucho menos café. Recordaba la anécdota que se contaba del Ché, cuando en reunión del Ministerio de Industrias que presidió, el contenido de la cafetera solo alcanzaba para cinco tazas y eran más de diez los asistentes. Algunos, ya nerviosos porque, bueno, un cubano sin café no debería presumir ser cubano, comenzaron a mirar al doctor Guevara con ojos suplicantes para que inaugurara el reparto del obscuro brebaje. El barbón argentino, entendiendo y con esa sonrisa indescifrable que antecedía a la palmada en el hombro o al balazo, les soltó un lapidario “si no hay para todos, no hay para nadie”, zanjando el tema y dejando claro algo más allá que la ocurrencia: su visión revolucionaria de dientes pa’fuera. En esas estaba el periodista cuando reparó en dos oficiales de la Guardia Nacional; esa extraña no policía militarizada sino milicia policiaca, quienes respetuosamente, eso sí, vigilaban el orden durante el evento con un ojo y con el otro esperaban la oportunidad para sumarse a la algarabía garnachera, a la sazón, el momento más feliz, por mucho, de invitados, reporteros, colados y acarreados esa mañana primaveral del 21 de marzo en Tecámac, Estado de México.
Sí, en todo día inaugural se presentan, por nerviosismo o novatada, fallas que sirven de aprendizaje. Parafraseando a Parque Jurásico, para el lanzamiento de Disneylandia, algunos juegos no funcionaron, pero los célebres Piratas del Caribe no corrían libremente matando turistas, como los dinosaurios en la entretenida historia de Crichton/Spielberg. Para el primer día de operaciones de un aeropuerto, una de las obras insignia de la presente administración, la impecabilidad del funcionamiento debería ir más allá del Ratón Mickey o de velocirraptores haciendo lo suyo por ahí asustando niños. Hablamos no solamente de prestigio internacional y por supuesto integridad de viajeros; se trata tristemente en prioridades de mantener la mano, seguir imponiendo agenda e irónicamente, la posesión de un balón que desde hace varias semanas ya la tenía alguien de su propia familia y una alberca de veintitantos metros de largo en Houston. Y… los tiempos políticos. Esos que deben cumplirse a rajatabla si quieres permanecer en la mente del electorado y preservar el ADN de tu partido circulando por muchos años. La gran escuela que mantuvo al PRI en el poder durante setenta años y todavía le alcanzó para regresar otros seis años más. Y justamente, hablando de docencia en malabares –dicen que en política no hay coincidencias– parece como si el presidente hubiera querido reivindicar o acaso superar a su maestro realizando uno de los sueños truncados de Luis Echeverría (¿debo sentirme mal por acordarme otra vez de Parque Jurásico con una sonrisa malévola? ): hacer un aeropuerto ahí, justamente ahí, en los terrenos de la base aérea de Santa Lucía a principios de los años 70 por considerar que el Benito Juárez, en poco tiempo estaría pidiendo oxígeno. Sí, ya desde entonces. No es una idea nueva. Felipe Calderón, brincando el capítulo Atenco y proponiendo como segunda opción, además de la base militar construida en los 50, Tizayuca, Hidalgo. Ambos mandatarios abandonaron la posibilidad por costos, dificultad en cambios internacionales de aproximación aérea y por hallarse las dos locaciones en zonas muy importantes de explotación agroganadera.
Apuntes mentales del reportero cuya aproximación para aterrizar frente a la señora de apellido Piña y sus más de cinco minutos de gloria internacional en fritangas similares y conexas se hacía presente a cada arremetida de esa conexión estómago, glándula salival, cerebro. Pero, el trabajo intelectual antes que la salsa y el mordisco de masa azul. ¿La señora Piña llegó por su propio pie y puso todo su tinglado en un recinto repleto de seguridad o el apellido resulta curiosamente coincidente con otro intento por desviar la atención de lo verdaderamente importante? ¿Nos debemos sorprender por alcances insospechados en la industria mexicana de la cortina de humo? Por supuesto que durante días se hablará de la puntada y de otros puestos a ras de suelo con tazas conmemorativas, gorras y -¡por supuesto! – el muñequito dientón de pelo blanco representando la imagen más familiar y querida del jefe del poder Ejecutivo. En segundo plano estará una obra inconclusa, entregada días antes de ese monumento a la egoteca disfrazado de consulta pública llamada “Revocación de Mandato”.
Pero interrumpimos las cavilaciones porque nuestro valiente reportero llegó finalmente a su destino. Sin chistar tomó el plato que la amable salvavidas de ocasión le tendía y se dio un respiro, como el que nos daremos hasta el mes entrante al comparar las posibilidades, realidades, futuro y perspectivas del AIFA. Sin el apasionamiento del hambre en proceso de fuga.
Por cierto, no eran tlayudas, gorditas o garnachas; se trataba de igualmente ricas doraditas con maíz azul, nopales, cilantro y salsa. Provecho.
Iñaki Manero.