Crónica de Europa. Parte III

por NellyG

Por fin España!!

En mi última entrega le contaba a mis ocho lectores, que dejamos Pau, que se pronuncia pohh, echando el aliento, en autobús con destino San Sebastián; pero en la ruta, poco antes de cruzar la frontera, hubimos de pasar por tres  pueblos, a más de hermosos, Bayonna primero, luego Biarritz y finalmente Saint Jean de Luz, verdaderamente bello, para con ello culminar la ruta por el sur de Francia, sin descender del bus, pero atestiguando hermosas vistas, fachadas y arquitectura.

Confieso que me emocionaba llegar a España, por diversas razones, y en especial a San Sebastián tanto por su famosa hermosura, como por su gastronomía. Llegamos a la estación, tomamos un taxi y nos dirigimos hacia el Hotel Bidaia, en donde pasamos inolvidables noches. Apenas llegamos y mientras hacíamos la consabida pregunta de ¿a donde ir a cenar?, luego del largo viaje en autobús, escuché muy próximo a la recepción, esa cautivante conversación española, que sugiere comida:

  • Póngame dos cañas frías (cervezas), seguido de
  • Quiere un poco de jamón, o unas patatas bravas ?…

Y fue entonces, cuándo empecé a pensar que sería buena idea quedarse en el hotel para la cena, y vaya buena decisión. Subimos un piso a dejar las maletas, casi aventarlas, para regresar a ese pequeño restaurante del  mismo hotel, casi junto al escritorio de la recepción, todo era como una pequeña y acogedora casita, para atestiguar que en el menú había jamón de bellota, pan tumaca, y entre los platillos fuertes, un anhelado por mí, cordero asado, así que, como decimos en México, me dije y le dije a Alice, “de aquí somos”, y nos quedamos a cenar, por supuesto con una botella de la Ribera del Duero, faltaría más…

La transformación entre Francia y España, por lo menos en la cena, en nuestro confortable hotel, era total, no hay comparación.

A la mañana siguiente, luego de un rico desayuno, que, aunque no lo crean, incluía una tostada con jamón serrano, y muy buen café, emprendimos caminata a la orilla del río admirando la increíble arquitectura de esta aburguesada ciudad del País Vasco, en donde la nobleza solía vacacionar en los veranos, para llegar hasta el sitio en el que debería recoger el auto de renta, pactado hacía meses con Best Day y Europcar.

 Una vez a bordo de la máquina, emprendimos la ruta hacia Pamplona, la capital de Navarra, y que a mucho orgullo dicen ser el corazón del País Vasco, a penas a una hora de San Sebastián a través de una magnífica Autovía con estupendos paisajes.

En Pamplona nos esperaba mi buen amigo Javi Bacaicoa, apellido toponímico, a quien conocí en Cancún hace unos años, con quien cociné varias paellas y que para mí era Javi Pamplona. La cita era alrededor de las dos de la tarde en la Plaza de Toros, donde dejamos el auto aparcado, para iniciar el recorrido con Javi a pie por esta hermosa ciudad. Luego de una suculenta comida con un buen vino navarro, emprendimos la caminata en la que el Javi nos puso los dientes largos con las historias del viejo Reino de Navarra. Las vistas eran increíbles y las historias también.

Pamplona

Caminando caminando, nos llevó Javi hasta ese icónico sitio, esa calle en la que al inicio de los San Fermines, los toros patinan al doblar la esquina, luego que han salido del encierro y van corriendo hasta llegar a la Plaza de Toros, las “pamplonadas”…

Durante el recorrido por el casco histórico, Javi nos mostró los “contenedores” de basura, si se les puede llamar así; son mejor dicho una especie de cápsulas, en las que los negocios locales depositan su basura, luego de abrir las cápsulas de manera electrónica, y esta viaja por el subsuelo en unos conductos hasta su destino final; el camión recolector hace más de quince años, que ya no entra al centro histórico. Sobra decir, que tampoco hay cables visibles de ningún tipo, todo es subterráneo, como en muchas ciudades de Europa, pero lo de la basura me dejo perplejo.

Finalizamos el histórico recorrido en el bar más antiguo de Pamplona, para tomar un par de cervezas frías, antes de emprender el regreso a San Sebastián. Fue muy placentero, conocer Pamplona, saludar al buen Javi y escuchar sus relatos.

En nuestro cómodo hotel Boutique Bidaia, de fachada de cuento, en San Sebastián, todo mundo era muy amable, pero destacaban entre todos, Nora y el buen Telmo, y fue este joven quien nos hizo el día no solo al explicarnos como llegar andando hasta el centro histórico de esta hermosa ciudad, sino al hacernos una lista de “sus favoritos” para hacer una tarde de Pintxos, esos delicados bocadillos que pueden ser de cualquier cosa, de todas las temperaturas y todos los colores, y así, luego de una caminata primero por el río y luego por el hermoso malecón de mar, disfrutando de las vistas de los edificios afrancesados y de ese bravo y frío mar de Cantabria, llegamos a esas callejuelas peatonales, en donde hay mas bares de tapas por metro cuadrado que en ningún lado de Europa.

Telmo nos dijo, “el tema es más social que nutritivo”, y en otra de sus frases agregó “hay que hacer codo, meterse entre la gente y llegar a la barra”, hablar con la gente y con el tabernero, al tiempo que vas probando.

Y siguiendo tales instrucciones llegamos al primero y apostados en la barra, por supuesto con dos cañitas bien frías probamos la primera delicia, un rissoto de queso idiazábal, cremosito con una emulsión de perejil, que era simplemente orgásmico y luego una oreja de cerdo frita con tximitxurri, sobra decirle a mis ocho lectores que en el País vasco la CH, es TX…

En el siguiente, la ración fue pintxo de corazón de alcachofa para Alice y de mini pulpo a la gallega, para el que escribe, y así seguimos hasta llegar a “La Cuchara de San Telmo”, un local repleto de comensales, en donde ya valía la pena pedir una ración doble para compartir, así que nos decantamos por el Filete de Bonito, con dos copitas de Ribera, vaya delicia.

Las comilonas se compensaban con las largas y placenteras caminatas, en las que abundaban los sitios para hacernos fotos, San Sebastián es una de las ciudades más bellas de Europa.

Sobra decir que la cena de despedida fue en el simpático, cálido y amoroso hotel Bidaia, de verdad se los recomiendo.

 

SAN SEBASTIÁN.

 

Durante la última tarde en San Sebastián, me compré mi guía Michelin de España, ya que lo que seguía, era conducir por toda España, bueno, que exageración, por una parte, de ella, pero lo que no podíamos perder era el recorrido por la hermosa autovía del Cantábrico.

Con algo de nostalgia dejamos el Bidaia, montamos en el auto y emprendimos la ruta por el cantábrico con destino Llanes, Asturias, el sitio de donde según me han contado, proviene mi apellido Rubiera.

Mi Alice, resultó en una magnífica copiloto, que con mi guía impresa sobre las piernas, me iba contando sobre las rutas y números de carreteras, aunque hay que reconocer que la magnífica señalización de las calles, avenidas y autopistas de España, te lo facilita todo, al punto que apagué la voz de mi “prima anacleta”, esa que habla en el GPS, y que dice, “ en doscientos metros en la rotonda, toma la tercera salida” y bla bla bla, que resulta tan traumático a veces, que es mejor ignorarla; así que decididos a la aventura y con el mapa en la mano nos aventuramos… valga la redundancia, por favor.

Siguiendo las indicaciones de la Autovía y de mi Alice, admirando paisajes de esa España tan verde con el cantábrico a la diestra todo el tiempo, hubimos de pasar por la hermosa Santander, que solo con su urbanización perfecta a la orilla del mar, nos hizo reflexionar en lo bueno que hubiera sido pasar una noche allí.  Sin embargo, íbamos con cierta prisa, entendiendo que, en los pueblos de España, las cocinas cierran a las 4 en punto, y que queríamos arribar a la por mi anhelada Llanes para almorzar.

Varias sorpresas nos deparaban en el camino, y esas tienen que ver con la indescriptible hermosura de Cantabria, la primera, luego de haber dejado atrás Santander, era el pequeño poblado de Santillana del Mar, tres veces mentirosa, según escuché alguna vez, puesto que ni es santa, ni es llana, ni está en el mar, es apenas un caserío, pero vaya que belleza. Sabía que cuando Alice la viere, me diría, quedémonos aquí, y tal como fue, je je, pero le dije a mi mujer, espera, que aún hay más por ver y admirar en esta bella tierra, seguía “COMILLAS”, y así la pongo, con mayúsculas y entre comillas por su hermosura, un pueblo de esos en donde se detuvo el tiempo hace más de un siglo, con esos tejados rojos y esas casas como de adobe, que te dejan mudo por su hermosura y al mismo tiempo por admirar la limpieza, la perfección y la quietud; pero eso no era todo, venía lo mejor, que era detener el auto para admirar boquiabiertos al magnífico y encantador pueblo, si se le puede llamar así con respeto, de San Vicente de la Barquera, Chapó, sin palabras… de lo más bonito, romántico, y extasiante que uno puede ver en la vida…

Un pueblo de tejados rojos, con su propia laguna, con sus pequeñas embarcaciones, con su parte de mar cantábrico que te permite decir adiós a la Cantabria, y solo a unos pasos de entrar a Asturias; es mágico, es de sueño, es de lo mejor que hemos visto.

Es mejor que les deje aquí una foto…

COMILLAS Y SAN VICENTE.

La trilogía de Santillana del Mar, Comillas y San Vicente de la Barquera, fue el preludio maravilloso que antecedió la llegada a la Tierra de mi Abuelo, LLANES…

Podréis imaginar mis ocho lectores, que me apetecía mucho llegar a Llanes, decir que soy un Rubiera y llantar una Fabada con mucho chorizo y así que lo hice.

Como siempre dejamos el auto, luego las maletas, y a descubrir…

Llanes, es un pequeño, pequeñísimo pueblo de Asturias, que, como si fuera Ciudad Grande de Europa, se lo montaron perfecto para construirlo alrededor del río. Una pequeña ría llena de embarcaciones de pesca, la mayoría, hoy de placer, que le dan vida, encanto visual y que enmarcan a la pequeña plaza central que, como en todos los pueblos de España, está llena de terrazas para comer y beber y en las que no faltan las tiendas de todo tipo. Es de sorprender que, en Llanes, no faltaban los buenos aparadores con modas, con gran gusto y por supuesto las tiendas con jamones, alubias enlatadas, quesos y vinos, una locura para el gourmet.

Me sentía tan Rubiera allí, que nos adentramos en el más recomendado local-sidrería, para cenar, primero jamón de bellota, por supuesto una gran fabada asturiana, culminar con quesos añejados, y como no rendirse al final en la terraza con el calentón de gas a degustar un Brandy Español, fue un 1866, servido a manera de “pelotazo”, (generoso) por el amable Antonio, de esas noches, para no olvidar. Viva Llanes!!

Bueno sería, que estas mis crónicas, pudieren llegarle a todos esos magníficos y amables servidores, que nos hicieron feliz, la vacación. Ya veremos como…

La mañana y el día siguiente fueron especiales a más no poder, habríamos de emprender camino para conocer “Los Picos de Europa”…

Salimos en la máquina, muy de mañana, bueno nuestras mañanas europeas, luego del café y la tostada, con la firme idea de visitar el Santuario de Covadonga, en el Parque Nacional de “Los Picos de Europa”…

En unos minutos, luego de preguntar a los lugareños la ruta, esa que te indican en Asturiano, casi antiguo, ya estábamos en la vía hacia nuestro destino.

Es casi indescriptible, por lo menos en buen castellano, repetir la emoción que se siente al ver la Basílica, el Santuario de Covadonga construida en las alturas, pero vaya que alturas, a la que arribas luego de ascender por curvas y mas curvas, para atestiguar una maravilla construida en medio de la montaña en el siglo XVIII, toda de piedra caliza rosa, una belleza que te deja mudo. La perfección, la arquitectura casi medieval, el aire de la montaña y la vista te hacen reflexionar en tantas cosas, que casi me cuesta trabajo  dejar huella en estas letras.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una tía mía se llamó Covadonga, así que ahí compramos un recuerdo de la Virgen para mi madre.

 

Finalizada la visita a tan espectacular sitio en las alturas, le dije a mi Alice, que había más por ver, y era aún más alto. Se trataba de los Lagos de Covadonga, a no se cuantos miles de metros de altura y a los que se podía acceder en el auto, así que allá vamos…

 

Un camino sinuoso, tan angosto que apenas cabía un coche, por el que subíamos bordeando el acantilado, hacía que mi copiloto se pusiera cada vez mas y mas nerviosa; Alice tenía miedo, mucho, yo precaución al conducir y eventualmente había que detenerse para dejar pasar al vehículo que bajaba. Seguíamos subiendo entre las curvas, la vista era espectacular, Alice se angustiaba cada vez más, nunca la había visto tan aterrada, pero no había marcha atrás, ¿Cómo podría recular en medio de esa brecha ?, no quedaba más que continuar.

 

En el camino nos topamos con unas hermosas vacas y toros color café, que sin mas recato invadían el camino mientras pastaban, Alice sufría, quería regresar, pero no había como.

 

Cuando ya parecía que estábamos en el cielo, llegamos a un mirador, que permitía un posible retorno; nos apeamos del auto para hacer fotos, el espectáculo era indescriptible, casi tocábamos las nubes. Una chica que resultó ser periodista se bajó de su auto para con toda generosidad, hacernos una foto, y fue ella quien convenció a mi Alice de continuar, le dijo, “el lago es bellísimo, no se lo pueden perder”, así que, con ese aliciente, seguimos unos minutos más hasta ver el primer lago. Aún no se a cuantos miles de metros de altura, por algo les llamarán, Los Picos de Europa…

 

Alice no quiso continuar al segundo, supuestamente el más hermoso, su terror por las alturas y el vértigo que producía el estrecho camino, eran suficientes para emprender el regreso, mismo que fue más fácil y rápido de lo que esperábamos, la bajada siempre es mejor…

 

Hoy nos reímos de que mi copiloto, casi hizo pis en los pantalones, ante las alturas de Covadonga.

 

Pasada la experiencia de las alturas, decidimos meter velocidad para llegar antes de las famosas cuatro de la tarde, y que nos cerraran las cocinas de LLanes, así que, con acelerador a fondo, llegamos rayando las cuatro a un hermoso restaurante en la playa de la muy Asturiana Llanes, para degustar Cachopo y Fabada.

 

El Cachopo, muy asturiano, es una especie de sándwich de carne, pero vaya sándwich. Es jamón y queso, pero en lugar de pan, lo que aprisiona a esos ingredientes son dos tremendos pedazos de filete de ternera debidamente empanizados, de tamaño monumental, que requieren de mucho apetito, mucha enjundia y muchas ganas, Alice y yo teníamos todo eso.

 

Luego de una fantástica noche en Llanes, que incluyó el espectáculo de la sidra escanciada y buenos mariscos viendo la ría, nos despedimos de Asturias, no sin nostalgia para continuar el camino hacia Galicia.

 

LLANES Y PICOS DE EUROPA…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Habrá cuarta parte de estos mis relatos de Europa.

 

sgrubiera@acticonsultores.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sergio González
  • Al buen entendedor
  • Presidente de la AMATUR
  • Presidente del centro de atención de salud mental y prevención de adicciones "Vital"
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