Crónica de Europa. Parte II

por NellyG

De Bruselas a Lyon, Francia, en un vuelo raro, vía Madrid, porque cuando compré no sabía de la existencia de un vuelo directo con Air Brussels, algo cansado, pero al cabo de unas horas ya estábamos en esa ciudad francesa, la segunda en importancia después de Paris.

Placentero el traslado desde el simpático y moderno, pero vacío aeropuerto de Lyon, hasta el pequeño Hotel Best Western, abordo de un comodísimo Peugeot negro, aunque traumático al mismo tiempo, al ver como avanzaba inexorablemente el taxímetro, hasta llegar a nuestro destino a los 93 euros, fiuu, ¡por fin llegamos!

Como siempre, apenas al dejar las maletas, nos informamos acerca de los restaurantes de las proximidades, y así llegamos caminando a un pequeño local con apenas unas 6 mesas, atendido por dos jóvenes Lyonnesas, diligentes y siempre muy sonrientes, una en la cocina y otra en el comedor. El menú, todo en francés por supuesto, escrito a mano en una pizarra negra tamaño gigante, anunciaba entre otras cosas, un tartar de atún con mango que llamó mi atención y que pedí para compartir con Alice, delicioso. Luego vino un filet mignon de ternera, buenísimo para mi mujer y una costilla de cordero para mí, con estupendas guarniciones. El vino de la casa, de la región y al final como es lógico tremendo queso tipo Brie, que honestamente, por su porción, costó terminarlo, pero tuvimos que hacerlo ante la enérgica mirada de la amable camarera que me hizo esa seña que hacen las madres con la mano cuando anuncian una nalgada, si no te portas bien, así que a terminarlo.

A la mañana siguiente, había que recorrer esta tranquilísima y silenciosa provincia francesa, que cuenta en su haber no con un río, como las buenas ciudades europeas, sino con dos, además de con un teleférico, que te da la posibilidad de subir hasta la catedral de Fourviere, desde donde se puede ver toda la ciudad en una hermosa panorámica.

Al regreso de las alturas y de una extenuante pero interesante caminata, pudimos ver las instalaciones del Instituto de Cocina del Gran Maestro de la cocina Paul Bocuse, en donde según entiendo estudió mi buen amigo y compañero de la Chaine, el magnífico y joven chef Daniele Muller.

Para la comida, en una tasquita francesa, en uno de esos callejoncitos peatonales, me atreví con unos Riñones al vino tinto, que, por supuesto Alice no quiso ni oler, la porción era interminable…

Ese día comenzaron mis dudas acerca de como habríamos de trasladarnos desde ahí hacia el sur de Francia, para finalmente llegar a San Sebastián, España en la fecha en la que tenía pactado un auto de renta. Había decidido no reservar más hoteles con antelación a partir de Lyon; hasta ahí me había puesto en las buenas manos de Jesús Aranda de Best Day, pero a partir de Lyon iríamos por nuestra cuenta y a nuestra suerte, confiando en que por ser el otoño encontraríamos disponibilidad en hoteles y buenos precios, y afortunadamente así fue, gracias en parte a Booking.com, que en verdad recomiendo a los viajeros y a otra aplicación que nos sirvió mucho y que aprendí de los influecers españoles, se trata de OMIO.

Pero aún desconfiando de las apps on line, y de los influencers, me metí en una librería y muy a la antigüita, me compré mi Guía Michelin, con todas las carreteras, rutas y distancias de Francia y fue así como decidimos emprender la ruta hacia el sur, primero en tren con destino Toulouse, (en español Tolosa) y vaya buena elección que hicimos.

La noche antes de partir a Toulouse, nos sentamos en una terraza bar de Lyon, con la vista magnífica que les comparto líneas abajo, para tomar un vino de despedida, y en esos avatares nos encontrábamos cuando a la pareja francesa de a un lado, se le ocurre entablar conversación en francés, con Alice, para preguntar lo clásico, ¿de donde son?…

La pregunta derivó en varias copas de vino, muchas risas, y al final una botella invitada por el buen Phillipe, un ortodoncista que al calor de los tragos se sintió generoso con los mexicanos. La despedida con abrazos y besos terminó en la foto, que también queda para el recuerdo.

Unas cuatro horas en un súper cómodo y confortable tren, con hermosos paisajes de por medio, nos llevaron de Lyon a Toulouse. Al llegar a la estación, emprendimos caminata con maletas y GPS en mano, para llegar al Best Western Innes, un hotel boutique idealmente ubicado, en donde tuvimos la experiencia de pasar las noches en una romántica “cobachita”, como le llamamos Alice y yo, de esas de dos por tres en donde la ventana que deja pasar la luz está en el techo, tipo un quemacocos de coche, con su cortinilla eléctrica con mando a distancia, muy simpático. Si alguno de mis ocho lectores, se aventura alguna vez por Toulouse, le recomiendo ese hotel, y el cuarto número 74, genial !

Confieso que, con mi enorme ignorancia, creía que Toulouse era un pueblo, pero de eso, nada, vaya ciudad con que vida y con que clase, Chapó (chapeau); digamos que me quito el sombrero.

Cuando llegas a las pequeñas ciudades europeas después de las cuatro de la tarde, parecen como unos pueblos fantasmas; mi Alice, dice que “se mueren”; no se ve a nadie por las calles y prácticamente todo está cerrado, pero a partir de las siete, reviven y de que manera, y esta Toulouse, revivió con una intensidad, una luz y un barullo que daba gusto.

Una ciudad con clase, llena de gente guapa, con unos aparadores que no le piden nada a París y sobretodo una cantidad inconmensurable de tiendas delicatesen; el Foie Grass anunciado en todas las vitrinas, junto con los quesos, los vinos, el champagne y cualquier cantidad de placeres degustativos en presentaciones dignas de revista. La gente vestida con gran gusto, hombres y mujeres, para echar, como decimos los mexicanos “taco de ojo” a plenitud.

Y así, caminando caminando, llegamos a L´Jigo, un local de cocina no de autor, sino un “proyecto orgánico local”, como lo llaman ellos mismos, en donde todo proviene de las granjas, hortalizas y viñedos, gestionados por sus proveedores y socios comerciales.

Estrictos como son con la puntualidad, no nos permitieron pasar al salón comedor, hasta que no dieran las 19:30 en punto, pero mientras tanto, si que nos sirvieron en la terraza, un par de cervezas frías con un jamón serrano en pan, propio de su producción casi particular. Llegada la hora, pasamos a la mesa, a la que accedimos mientras circulábamos por un pasillo del comedor, que permitía atestiguar la producción casi en masa de viandas del tipo entrante, todas dignas de foto.

Alice, no come morcilla, porque como ya sabéis mis ocho lectores, se trata de ese embutido hecho con sangre de res, que a pocas mujeres gusta, sin embargo, cuando vi la descripción en el menú, le dije simplemente “tienes que probarlo” …

Se trataba de una delicada porción de morcilla, con muy finos trozos de pimiento rojo, colocados elegantemente sobre una exquisita y fina emulsión o crema de wasabi, simplemente sublime. Eso sí que le gustó.

La maravillosa experiencia de la morcilla, no me permite recordar por ahora el plato fuerte, pero si que recuerdo los vinos que eran una colección de uvas Tanat, esa uva francesa que en américa solo se encuentra en el Uruguay; fue realmente una exquisita experiencia, muy Toulouse.

La mañana siguiente nos deparaba la experiencia sabatina del mercado. Un mercado en el que además de comprar lo típico de un sitio como tal, está la parte gastronómica, que incluye carnes, quesos y mariscos, muchos mariscos. Compras tu elección, tu vino y buscas sitio en algún barril que hace las veces de mesa para degustar con los amigos o la familia. Comer ostiones, curar la cruda, que seguramente tiene su nombre en francés, y disfrutar escuchando el bullicio del mercado, eso si, repleto de gente bonita, pero muy bonita, y no lo digo yo, pregúntenle a mi Alice, a quien también se le caía la baba…

Por la tarde, noche, resulta que, en pleno Toulouse, el destino nos llevó de nuevo a un local de la India, un emblemático New Delhi, como la capital de ese país, en donde nuevamente deleitamos los sentidos con las Samosas, los Currys con cordero o pollo y el arroz basmati; Toulouse tiene de todo.

En la guía Michelin impresa a todo lujo que me compré en la librería de Lyon, habíamos marcado PAU, como el siguiente punto de destino en nuestra ruta hacia España. Pau, que se pronuncia pohh, como si echaras el aliento hacia afuera, nos parecía simpática, por una parte, porque así se apoda la hija de mi Alice, y por otra, porque parecía estratégica para acercarse a San Sebastián, en el País Vasco español, así que hacia allá nos dirigimos en autobús con la ayuda de la aplicación OMIO, para comprar los boletos.

 

PAU… Pohh, echando el aliento.

Como he dicho antes, después de las cuatro de la tarde, los pueblos de Europa “se mueren” como dice Alice, pero acá el impacto fue peor, era domingo.!!

La estación del autobús, que no era tal, era simplemente una parada en medio de la nada, de donde iniciamos la caminata arrastrando las maletas, que, gracias a algún genio del mundo moderno, ahora llevan rueditas, hacia, no sabíamos donde. Y así caminando en medio de una ciudad desierta de habitantes y de autos, llena de árboles y camellones con jardines que ya quisiera Cancún, por ejemplo, hacia “no sabíamos donde”, llegamos a una parada de autobús, en donde una joven pareja nos asesoró para tomar la mejor ruta hacia nuestro hotel; cuatro paradas nos dijeron. Montamos al bus, con maletas y pagamos la ruta, algo menos de un euro con tarjeta que por supuesto leía un monitor electrónico en medio del autobús, eso de pagarle al chofer allá es de la prehistoria.

Y así, bajamos en la estación anunciada y de ahí emprendimos la caminata hacia el hotel, con el uso del GPS, desde luego en medio de esta ciudad, perfectamente ordenada, sin un ápice de basura y sin habitante alguno a quien poder sonreírle. Luego de unos veinte minutos llegamos por fin a un Quality, el mejor hotel del pueblo, limpio, cómodo y como siempre, gracias a booking.com  y a mis instintos, bien ubicado.

Como ya era costumbre, una vez mas, dejamos las maletas, y con las amables indicaciones de nuestra recepcionista, emprendimos la caminata hacia la plaza principal para encontrar donde cenar.

Ya instalados en el Brasserie Le Berry, atestiguamos como increíblemente a partir de las siete todo empieza a cobrar vida, hasta quedar el local repleto de comensales, en su mayoría familias.

Por la mañana emprendimos una muy agradable caminata por la principal calle peatonal de Pau, para descubrir repentinamente un espectacular castillo medieval con unas vistas maravillosas.

 

En Pau (pohh…), solo estuvimos una noche, pues era solo escala de descanso para continuar hacia San Sebastián, pero fue una parada muy placentera que nos permitió saber que Pau, no es un pueblo sino una pequeña ciudad francesa con mucho estilo, con gente bonita y con historia, ubicada a solo 85 kilómetros de la frontera con España y muy próxima a los Pirineos.  Una de las vistas del Castillo de Pau, permite admirar los Pirineos a plenitud.

Por la tarde abordamos nuestro autobús con destino a la muy soñada España, ya se los contaré en la próxima entrega.

 

Sergio González
  • Al buen entendedor
  • Presidente de la AMATUR
  • Presidente del centro de atención de salud mental y prevención de adicciones "Vital"
  •  sgrubiera@acticonsultores.com