Para la mayor parte de la historia, “anónimo” era una mujer.
Virginia Woolf
El sol se ocultaba y sus últimos rayos en el poniente, acuchillaban con luz naranja las ventanas abiertas de la habitación que, en breve, sería iluminada por velas nuevas, de distinto tamaño para acomodarse en candelabros y arañas. Ningún rincón podría permanecer en sombra; las sombras ocultan, protegen secretos, conspiran. El palacio era todo movimiento; cocineras, mayordomos, cocheros, soldados, galopinas, mocitos; cada uno conocía su coreografía porque cada noche, como cada día, tenía que ser perfecta. Y es que, administrar un castillo no era cualquier cosa y más con la emperatriz pendiente de cada detalle, como en su corte natal. Estaba empeñada en convertir esa tierra de salvajes en un nuevo mundo, educado con el conocimiento, el arte, la tecnología que avalaban miles de años de herencia grecolatina. Había llegado para grandes cosas; era su destino, su privilegio y soberanía. Dios la había enviado a gobernar y asentarse en ese paraíso de colores, sabores, texturas, rostros. Pero también de violencia, miseria, injusticias. El emperador había salido a una más de sus habituales expediciones tras mariposas (reales o alegóricas) y las riendas de un territorio de cerca de dos millones de kilómetros cuadrados, requería de decisiones firmes mientras lidia con un mundo de hombres incómodos unos, furiosos otros, típicos especímenes del conservadurismo macho de mediados del siglo XIX. Esa noche era reunión de ministros, y no, no sería un encuentro fácil. Se revisaría su más reciente decreto sobre la Ley de Instrucción Pública, que garantizaba la educación, por lo menos primaria, de forma gratuita y obligatoria. Algo que ni el muy liberal depuesto presidente de la vieja República, en aquel momento dirigiendo la resistencia y consiguiendo fondos para recuperar el poder, tenía todavía en el radar, sobre todo en la envergadura que la emperatriz proyectaba. Y fue justamente el pensamiento moderno, revolucionario, tendiente al laicismo y a la reivindicación por los derechos de los grupos más vulnerables, la debacle del incipiente imperio y el abandono de los grupos conservadores que cruzaron el mar para llevarlos, a ella y a su amado pero distraído esposo, a un nuevo y surrealista mundo. Los hados tenían un destino muy diferente al que imaginaban aquel día en que desembarcaron. Él, terminaría atravesado por las balas del pelotón de fusilamiento, último capítulo para la pretendida restauración de la República; ella, enloquecida, recluida en el obscuro torreón del castillo familiar en Meise, Bélgica, hasta su muerte, ya bien entrado el siguiente siglo.
De haber tenido cognición suficiente para inteligir lo que le sucedió, Carlota Amalia se habría lamentado, además del engaño, la pérdida del ideal imperio, el abandono del ejército expedicionario francés con los frustrados y muy molestos conservadores mexicanos y la muerte de su amado Max; el ser borrada de la historia de un país, que por sus cartas y referencias de contemporáneos, llegó a amar hasta el delirio. Benito Juárez tomó una dura decisión: dejar precedente para que a ningún otro aventurero europeo se le ocurriera el disparate de instalarse en territorio americano y de paso, haciéndole un favor a los Estados Unidos revalidando la Doctrina Monroe. Esos son hechos históricos, puros y duros que quedan para la mesa de discusión. Innegables, sí, a pesar de sus detractores liberales y conservadores, eran las intenciones de la pareja imperial, sobre todo Carlota, a quien apodaban La Roja, por sus ideas que hoy podrían ser comparadas con regímenes más orientados a la izquierda moderada o de menos, si se quiere, a la socialdemocracia, término tan manoseado por políticos que no quieren comprometerse con ser relacionados hacia ese lado del espectro político. Se dice que el hermano de Maximiliano, Francisco José de Austria Hungría y Bohemia, quería tener lo más lejos de Europa a su carnal y sobre todo a la cuñada. No fueran a contaminar todavía más el meneado clima ideológico en la zona. El fin del Segundo Imperio Mexicano no tomó por sorpresa a quienes conocían el movimiento de piezas y el reordenamiento de las potencias mundiales; ese simple hecho histórico, le abrió camino a los norteamericanos; terminada su cruenta Guerra Civil, seguirían extendiendo la hegemonía militar, política y sobre todo económica. Lo que menos queda para la reflexión y el análisis, y sí para el encubrimiento, la negación y la apuesta al olvido, es que en México, haya sido como haya sido, hubo una mujer gobernando. Por cierto, para, iniciar la plática, Ana María Huarte, esposa de Agustín de Iturbide, no intervino en el manejo del nuevo país que mal llevaba su marido. Aunque, María Ignacia Rodríguez de Velasco…
Hoy, 2024, en unos meses, una mujer volverá a gobernar, luego de casi 160 años de pacto político patriarcal y una intensa y desgarradora lucha por reivindicar derechos. Ni siquiera se está cerca del objetivo, pero se ha avanzado; todavía hay fuerzas que se empeñan en ser “el poder detrás del poder”, mujeres incluidas en la facción machista. Hoy, la próxima jefa del Poder Ejecutivo, tiene la gran responsabilidad de seguir tendiendo puentes y comprobando la idea de que, cuando hay mujeres en las riendas de una sociedad, los problemas no se arreglan comparando el tamaño del… misil, sino con diálogo y preservando en lo posible la paz y la concordia. La mujer es por naturaleza maternal, confortante, solidaria, pero también firme cuando se necesita tomar decisiones que impacten positivamente a la mayoría. Las Isabeles, Indiras, Goldas del mundo han sido prueba de liderazgo indiscutible. ¿Voto de confianza? Desde luego. En la medida en que trabaje para todos y no únicamente para quienes sufragaron (muchos, pero no todos) por ella. En la medida en que no se vea la sombra parasitaria de un Maximato; en la medida en que las obras sean amores y no buenas razones. En la medida en que el sentido común y la universalidad se asienten en la vida diaria de las sociedades y las realidades. Leona Vicario, Josefa Ortiz, Gertrudis Bocanegra, Sor Juana Inés de la Cruz, Frida Kahlo, Carmen Serdán, Elvia Carrillo Puerto, Matilde Montoya, Carmen Mondragón, Rosario Castellanos, Antonieta Rivas Mercado, las Soldaderas, la Güera Rodríguez, Carlota Amalia… La próxima presidenta constitucional de México dijo bien independientemente, reitero, de que se haya o no votado por ella: “No llego sola, llegamos todas”; por todas, personalmente entiendo y cuento a las anteriores y muchas más para recordarle su deber. Que así sea.