La memoria de corto y de largo plazo

por Latitud21 Redacción

Carta del presidente

Posiblemente nos falle en ocasiones la memoria de corto plazo y no recordemos con precisión dónde estuvimos el fin de semana pasado o qué almorzamos el martes de la semana anterior.

Pero la gran mayoría de las personas recordamos, como si hubiera sido ayer, dónde nos encontrábamos el 19 de septiembre de 1985, a las 7:17 a.m., cuando tembló en la Ciudad de México, o el 11 de septiembre de 2001, a las 8:46 a.m., cuando los ataques terroristas en la ciudad de Nueva York, o el 23 de marzo de 1994 a las 19:12 horas.

Este último, el asesinato del candidato Luis Donaldo Colosio, nos marcó a los mexicanos, particularmente por el sentimiento de decepción y desesperanza que vivimos.

Nos llevó, emocionalmente, de un extremo al otro. De creer en que sí podíamos tener un presidente con voluntad de cambiar la política mexicana, a una triste realidad cuando la esperanza la habían aniquilado con un par de balas por un asesino solitario.

Y tal vez esto sea lo más decepcionante de todo, no el haber acabado a plomo con la esperanza, con un hombre valiente, con el sueño de los mexicanos, sino el querer hacernos creer que fue idea de un solo hombre sin ideales ni ambiciones, que no tenía nada que ganar y todo que perder. Y que no fue idea de aquellos que sí tenían mucho que ganar y nada que perder.

Por eso, cuando algunos aún se preguntan si la verdad de los hechos será del conocimiento público algún día, es cuando visualizo cuán ingenuo aún puede ser el mexicano.

Pero sigamos hablando de la memoria. ¿Qué tan a largo plazo puede ser la memoria? Estos eventos nos marcaron por haberlos vivido, por haber sido parte de ellos y por eso serán siempre recordados. Algunos otros no los vivimos y sí los recordamos, es gracias a nuestra memoria de largo plazo, por haberlos aprendido en nuestras clases de historia.

En efecto, fue durante nuestra infancia, en las clases de primaria, cuando aprendimos que, según las crónicas de Bernal Díaz del Castillo, en un Jueves Santo, el 11 de abril de 1519, fue cuando Hernán Cortés llegó a costas mexicanas.

Y el día siguiente, el Viernes Santo del 12 de abril de 1519, finalmente desembarcaría con sus hombres para, en nombre de su majestad Carlos V, reclamar esos territorios para la Corona de las Españas y fundar lo que sería la Villa Rica de la Vera Cruz. 

Ahí inician las expediciones de Hernán Cortés, mismas que concluirían con la toma de Tenochtitlan dos años después, en agosto de 1521. Estos hechos no los vivimos y, sin duda, marcaron el rumbo de la historia de muchas naciones y de una raza.

Pero esto ocurrió hace 500 años y se quedaron en nuestra memoria de largo plazo. Son hechos históricos de los que nadie, en mi muy particular y personal opinión, nadie, 500 años después, tiene por qué pedir perdón ni ser perdonado. 

Es un absurdo querer pedirle a alguien que se disculpe por lo que otras personas hicieron 500 años antes.

Es tan absurdo como que, en el año 2519, alguien diga que la Presidencia de México debe de pedir perdón por el daño que Andrés Manuel y su presidencia le hicieron a este país 500 años antes en 2019, cuando pretendieron olvidar y cubrir los crímenes y atracos cometidos, no 500 años antes, bajo una supuesta amnistía. Tan absurdo como eso.  

Pretender 500 años después, en 2519, querer echarle a alguien la culpa de los grandes desaciertos y errores del gobierno de la Cuarta Transformación. ¡Qué pesar!  Al menos me queda el consuelo de saber que no hay mal que dure 100 años, ni nación que lo aguante.   

Eduardo Albor
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