Cuando atestiguamos las expresiones de Donald Trump, sus arranques de ira y arrogancia y sus mandatos absolutos, sobre todas las regiones del mundo, nos hace pensar en aquellos legendarios reyes, emperadores y generales del mundo antiguo que querían el mundo entero para ellos, y guardada la proporción, es como nos sentimos en México, frente al avasallamiento que sobre las instituciones ha emprendido la mal llamada cuarta transformación, haciendo uso de un supuesto y sumamente engañoso, “apoyo del pueblo”, una falacia, un ardid que se asemeja más a los tiempos de las viejas conquistas del mundo antiguo, que a la modernidad que aparentemente domina al mundo actual.
“El Rey tiene respecto a sus súbditos el privilegio de hacer beneficios. Como buen dueño está preocupado por su bien lo mismo que el pastor por sus ovejas. En este sentido es semejante a los padres y sólo la magnitud de los beneficios lo levanta sobre ellos. Lo mismo que un padre, es la causa de la existencia de los suyos, cuida de su alimento y educación. La Tiranía no acepta comunidad alguna entre señor y súbditos: no hay en ella ni derecho ni justicia. El súbdito es para el tirano lo que la herramienta para el artesano… hablando con propiedad, el tirano no ve a su alrededor seres humanos, sólo bueyes, caballos y, en todo caso, esclavos”. Aristóteles.
El tema que debería preocuparnos es esa ambición desmedida por el poder, que lleva a los suspirantes y ansiosos gobernantes, de todos los partidos, de todas las afiliaciones y todas las edades, a querer hacerse del poder a toda costa, a querer dominar, tener, poseer y mandar, sin importar los compromisos que haya que hacer, aunque luego no se cumplan, eso es lo de menos.
Me hace recordar a los antiguos reyes y emperadores, que teniéndolo todo, nunca estaban satisfechos. Antíoco III, rey de Siria, dominaba todos los territorios que una vez conquistó Alejandro Magno, pero no contento con ello, quiso apoderarse de Egipto y de todas las salidas y puertos al mar mediterráneo en el siglo III a.c. acometiendo para sus propósitos sangrientas y eventualmente épicas, aunque siempre injustas batallas.
La ambición en el mundo actual persiste, igual que el engaño al pueblo. Las mentiras son casi idénticas, el robo, la corrupción y la impunidad se mantienen tal como en la antigüedad y los más necesitados siguen idénticamente engañados.
Tal es el caso de la supuesta reforma judicial, pero peor aún, el lamentable y tristísimo engaño de la “elección” judicial, que no fue una elección sino una simulación, que el aparato en el poder sigue anunciando como una “decisión del pueblo”, argumento que para los que podemos pensar un poco más, parece ofensivo, insultante.
En la antigua Roma, que se presumía como una República, con un senado, antes de que surgieran los temibles emperadores, existían los Tribunos de la Plebe, eran como los representantes ciudadanos, que a pesar del enorme poder del Senado, se hacían escuchar y hacían valer los intereses del pueblo. En la actualidad, eso podría ser como los consejeros del INE, vigilantes en todo sentido de la voluntad del pueblo, pero hasta esos, esos tribunos de la plebe actual han sido, copados, juzgados a priori, casi ajusticiados por la máxima y omnipotente autoridad de esta decadente república, que además ha sabido controlar los movimientos, recursos y voluntades de los gobernadores de los estados, todos cooptados por el máximo poder. Optimus Maximus, con igual o mejor eficacia que en la antigua Roma.
Sorprendente cómo luego de 2,300 años y más, prevalezcan las formas, los designios, las injusticias, los sometimientos de la era romana, las ambiciones del gran Antíoco III, y los riesgos de perecer en la batalla por ser valiente.
Ha cambiado mucho el mundo, en algunas cosas, pero en muchas sigue igual…
Al Buen Entendedor…